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Columna de Hugo J. Byrne: "MITOS DE LA HISTORIA MILITAR".


MITOS DE LA HISTORIA MILITAR
Por Hugo J. Byrne

“Sabemos que es posible pasar un ejército por donde puede pasar un chivo, que es posible subir un cañón a las montañas más altas usando cuerdas, emplazarlo allí talando los árboles que han cubierto esas cimas desde el principio del mundo y destruir a un enemigo que no espera recibir una andanada desde las nubes.”

Charles-Joseph, prince de Ligne

La descripción de este soldado austriaco-belga del siglo XVIII, de cómo la artillería propiamente emplazada puede producir sorpresa mortal en el adversario, ha sido aplicada también utilizando otras herramientas de guerra y otras ventajas que brinda la naturaleza.  Un ejemplo típico de eso fue la ofensiva del ejército insurrecto cubano en 1895.

 

Cuba en esa época no era el páramo amarillo que, con la excepción de algunas pequeñas áreas de la antigua Provincia de Oriente, produjeran los vándalos del castrismo durante los últimos 53 años.   Por el contrario, el territorio cubano era en el 95 un vergel boscoso, sólo moteado por escuetas áreas pobladas y crecientes zonas de cultivo dominadas por la caña, materia prima en la incipiente industria azucarera, principal fuente de ingresos de la colonia.

 

La manigua (palabra que significa “conjunto espeso de hierbas y arbustos tropicales”), era en la Cuba de 1895 mucho más frecuente que el descampado.  Esa manigua substituyó allí a la montaña abrupta descrita por de Ligne. En Cuba existen elevaciones de importancia, pero sólo en los extremos de la isla. Tan importante como eso fue el arma utilizada por la insurrección cubana en ese año.

 

Desde finales del siglo XVIII los militares británicos diseñaron una táctica defensiva aplicada esencialmente contra las cargas de caballería.  Esa táctica era llamada “el cuadro” (“the square”).  En ella la unidad de infantería se formaba en dos líneas compactas consecutivas, una delante de la otra, a cuatro o cinco pasos de distancia. A la orden de fuego la línea del frente saludaba al enemigo con una desgarga cerrada. Después toda la línea del frente se agachaba a recargar, mientras la línea trasera disparaba sobre sus cabezas. 

 

La operación se repetía hasta que se ordenaba el alto al fuego. Los soldados británicos formaban hombro con hombro, descargando una vitual avalancha de plomo sobre la caballería atacante.   El cuadro representó para casi todos los analistas e historiadores militares el “canto del cisne” de la carga de caballería como arma de guerra efectiva, a menos que contara con un respaldo artillero masivo.

 

Tal es la conclusión de Douglas Porch en su libro “Wars of Empire”.  Porch es un historiador serio y he leído por lo menos otras dos de sus obras: “The French Foreign Legion” y “The Path to Victory”.  En “Wars of Empire”, sin embargo, sospeché siempre que al menos en parte y en lo que a Cuba refiería, Porch utilizaba “información” obtenida de los llamados historiadores oficiales.  Mis sospechas se confirmaron al ver un documental sobre la Guerra Hispano-Americana que el “History Channel” presentara hace algunos años y en el que se observa a Porch conversando con un “historiador cubano” en Santiago de Cuba.  

 

La noción de que los “leales a la Colonia” anticipando una victoria rebelde súbitamente rompieran lanzas por la anexión a Estados Unidos, demuestra que nada sabe Porch sobre el irracional españolismo colonial, compartido tanto por propietarios, terratenientes y quienes no lo eran.  La idea de que los insurrectos aspiraban a un régimen confiscatorio de propiedades, también demuestra más allá de toda duda, que Porch tampoco sabe nada sobre las ideas del General Máximo Gómez,  quien en el momento de la victoria era el máximo jefe de todo el Ejército Libertador. 

 

Conocí brevemente cuando niño a uno de los hijos de Máximo Gómez, en la Biblioteca de la Sociedad de Amigos del País en La Habana.  Bernardo Gómez Toro se había citado allí con su amigo, mi tío, el Dr. Juan Daniel Byrne. Mi tío Juan Daniel coleccionaba una colosal cantidad de documentos sobre Máximo Gómez (incluyendo una carta original de Martínez Campos) y muchos manuscritos para una biografía que preparaba sobre el Generalísimo.  Sintiéndose enfermo, mi tío decidió donar todo ese material al Archivo Nacional en 1957 y murió al año siguiente.

 

El cuadro fue usado con gran efectividad por los británicos, por lo menos desde las Guerras Napoleónicas, acreditando a su uso el éxito de la resistencia del Duque de Wellington en Waterloo hasta que la llegada del Príncipe Blücher y sus prusianos cambiaran el curso de la batalla.  Utilizando el cuadro, un puñado de soldados británicos en Rorkes Drift resistieron con éxito la embestida salvaje de más de 4000 guerreros Zulus en 1879.  En Ondurmán el cuadro británico aniquiló a miles de “derviches”, los fanáticos musulmanes de entonces, a cambio de menos de veinte bajas de los soldados de la Reina entre muertos y heridos.

 

En Cuba la historia fue diferente. Cuando las incursiomes haitianas a Santo Domingo, la Reserva Territorial Dominicana de la Colonia Española contaba con un joven Comandante que se distinguió emboscando a los haitianos.  El sistema que usaba este oficial y que no era de su invención, consistía en ocultar la “caballería ligera” en la manigua hasta que los haitianos no tuvieran tiempo suficiente de oponer una resistencia organizada.  En resultado de esta carga súbita era cundir el pánico entre los invasores, quienes se retiraban desorganizadamente, cayendo víctimas del arma blanca.

 

Máximo Gómez aplicó eficazmente en Cuba esa táctica en las dos guerras, pero en la de 1895, la combinó con una estrategia genial, llevando una ofensiva de destrucción hasta los confines de la isla, devastando económicamente tanto a Cuba como a España.  Porch concuerda con la noción de que la caballería era desde fines del siglo XVIII un arma obsoleta.  Sin embargo, parece no apreciar que en Cuba durante las postrimerías del siglo XIX, la caballería fue usada con éxito.  A veces la efectividad de un arma sólo depende de cómo y dónde se use.

 

Cuando Maceo irrumpiera en Mantua y el Capitán General Arsenio Martínez Campos renunciara aceptando la derrota, todas las partes interesadas empezaron a desarrollar todo tipo de teorías explicando la victoria de Cuba sobre el régimen colonial (vea el artículo “Los Noventa y dos días”, por un servidor de los lectores, publicado en Herencia Cubana, otoño del 2006).  La más peregrina vino de los militares británicos creadores del cuadro: los soldados coloniales eran “malos tiradores”.  Mitos de la historia militar.

 


 

 

 

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