CUBA: "María ya no podrá viajar". Por Tania DÍaz Castro.
María Domínguez está frente a mí, con sus 80 años y sus ojillos húmedos y tristes. Su historia es muy común; muchas mujeres cubanas como ella viven separadas de sus hijos por leyes arbitrarias e inhumanas, que llevan en vigor ya medio siglo. Muchas como ellas comparten sufrimiento en un país donde cualquier ciudadano debe regirse, no por los designios del destino, sino por los de un dictador que se considera el único dueño del país. María reside en Bauta, pueblo situado al suroeste de La Habana. Es una mujer sencilla que vive con lo necesario, acompañada de sus gatos. La historia de María puede que nos recuerde la de Hilda Molina, aquella cubana neurocirujana que estuvo quince años esperando que Fidel Castro le diera permiso para viajar a la Argentina y así poder reunirse con su hijo y el resto de su familia. Las leyes cubanas han destrozado la vida de María. Su hijo se marchó de Cuba en 1 988 como ex preso político y a ella le negaron el permiso de salida. No importaba que todos tuvieran derecho a salir y entrar al territorio. Los derechos de los ciudadanos eran decisiones soberanas del Estado. Sin embargo, tiene la suficiente lucidez mental como para darse cuenta del cinismo de la nueva ley migratoria, firmada por Raúl Castro en enero de este año y cuyo objetivo, según dice, es “lograr que los movimientos migratorios sean de forma legal, ordenada y segura”. Ella no olvida a su joven sobrino, muerto en el estrecho de la Florida, igual que cientos de miles de cubanos que decidieron escapar porque no lograron obtener el permiso para viajar: la diabólica Tarjeta Blanca que la Dirección de Inmigración de Cuba daba o negaba a su antojo.
Un día, María leyó que José Martí dijo:
“La tiranía es una misma en sus varias formas, aun cuando se vista algunas de ellas de nombres hermosos y de hechos grandes”.
Entonces echó a la basura sus ropas militares y diplomas de reconocimientos y rompió para siempre con la dictadura castrista. Luego sintió como si se hubiera liberado de una pesada piedra que llevaba sobre sus espaldas. Han transcurrido casi treinta años. Hoy la salud de María le impide viajar.
Sabe que es tarde incluso para soñar.
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