Hablamos con el escritor cubano sobre su novela Otra vez adiós, su fascinación con los personajes femeninos y los bemoles del Twitter.
De cerca, Carlos Alberto Montaner no parece el periodista que desde su columna semanal y sus ensayos despinta a la dictadura de los Castro con elegancia punzante. De cerca, el escritor cubano está ligeramente despeinado y sonríe mucho más que en su retrato del Herald. Montaner te mira con curiosidad, como si tuvieras una mancha de algo en la nariz, y te cuenta —una tras otra— historias increíbles de amigos, o cosas que ha visto, o que ha leído.
Una de ellas es la que dio lugar a su último libro, Otra vez adiós (Suma de letras, 2012), una novela que sigue la vida errante, trepidante de David Benda. Benda es un talentoso retratista judío que abandona Europa huyendo del nazismo a bordo del barco St. Louis, se afinca en Cuba decidido a echar raíces allí, y luego, con la Revolución, tiene que emigrar, una vez más, a los Estados Unidos. Los malos tiempos y el desarraigo lo persiguen y, en cierta forma, la historia de Benda es la del siglo 20.
Pero la que inspiró el libro es otra. “Conocí en el downtown de Miami a un judío que de niño había escapado por una ventana en medio de un pogromo contra su aldea judía, en los límites entre Polonia y Bielorrusia”, relata Montaner. “Mataron a todas las personas de la aldea, pero escapó él, con un amiguito. Se perdieron en el bosque, dejaron de verse y él siguió con el Ejército Rojo, que estaba por ahí. Se lo quisieron llevar a Rusia pero no quiso y se escapó, y deambulando llegó a Italia y se embarcó de polizonte en un barco. Y llegó a La Habana. Ahí lo protegieron los judíos polacos que existían en Cuba, se casó, se hizo un hombre, un hombre rico. Tuvo que exilarse, tuvo una hija, que se fue a estudiar a Nueva York o a Washington (ellos vivían en Miami), y regresó con un novio, que era el hijo del niño que se había escapado con él”.
¿Qué fue lo que te atrajo a contar la historia de Otra vez adiós?
Creo que el tema del Holocausto y la persecución a los judíos es un tema central del siglo 20. La Segunda Guerra Mundial tuvo una repercusión en distintas partes del mundo, entre ellas Cuba, por supuesto. Y hay episodios donde la historia de Cuba se inserta en esa gran historia, como la del barco St. Louis, la crisis de estos refugiados que están intentando acomodarse en un país y tienen que volver a irse. Yo creo que ese es otro de los temas del siglo 20, es decir, el desplazamiento de masas enormes que tienen que huir porque sus países desaparecen, porque son sustraídos, porque son perseguidos. Me parecía un tema interesante para tratar.
Aunque tu personaje central no es cubano, terminas hablando también de la historia y el éxodo de los cubanos, ¿verdad?
Claro, porque finalmente es una historia universal, la de tener que adaptarte y acogerte a una identidad que nunca es tuya. La historia del siglo 20 en Cuba es una historia de inmigrantes. Yo diría más: lo mejor de Cuba fue esa parte, el fuego del inmigrante fue lo que permitió despegar, y cuando se frena esto en los años 30, con el nacionalismo, se frena al mismo tiempo a todo el conjunto del país.
Siempre que me acerco al tema de la Segunda Guerra Mundial, como en tu novela, me quedo asombrado por los alcances de la maldad humana, cómo un país entero puede volcarse hacia un plan tan siniestro.
Sí, es la fascinación del abismo y esa sorpresa tan ingrata de saber que la maldad está al alcance de casi cualquier persona, porque no hay frenos y esa es una cosa peligrosísima.
El personaje de tu novela, David Benda, ¿está inspirado en algún personaje real?
El hecho real es que Freud, cada cierto tiempo, se hacía un retrato. El pintor me es muy funcional porque me permite sentarlo con Freud, Batista, Lezama Lima y hacerlo de una manera creíble. La idea de usar a un retratista es tal vez un poco oportunista, pero la única que conocía para entrar en el gabinete de Freud y entrar en gentes tan dispares que no tenían por qué conocerse entre sí.
¿Cómo te sentiste al hacer hablar a personajes tan célebres?
Es una cierta responsabilidad. Yo trato de no traicionar las cosas esenciales que esas personas dijeron o cómo actuaron, trato de intrepretar cómo lo habrían dicho. Siempre me pregunto: si esto lo leyera Freud, ¿estaría de acuerdo con lo que yo digo? Ahí funciono como una especie de sensor de mis propios escritos.
Tu interés en fabular sobre Lezama me lo imagino, pero ¿qué es lo que deseabas explorar en Batista?
Batista es un personaje interesante que gravitó sobre la historia de Cuba 25 años. No era un analfabeto pero sí un hombre de una formación muy primaria, que ni siquiera quería ser un soldado importante, porque lo que quería era ser taquígrafo dentro del ejército. Me interesasba mucho explorar al personaje; y como él sí tuvo que ver con el barco St. Luois —porque él era el hombre fuerte de Cuba en esa época—, me parecía interesarte introducirlo en la trama. Y luego quería humanizar al personaje. Yo no tengo ninguna simpatía política por Batista, pero Batista no era un monstruo. Era un militar del que todos quisieron servirse. Sus deficiencias y limitaciones le eran útiles a mucha gente y él se sirvió de mucha gente. Hay una cierta astucia en el personaje que me parece interesante explorar.
Tú has dicho antes que los personajes femeninos son mucho más interesantes y complejos que los masculinos. ¿Cómo llegaste a esa conclusión?
Quizás en las conversaciones con mi hija, con mis nietas, con mi mujer, con el trato con muchísima gente. Las mujeres necesitan vivir de la inteligencia, los juicios morales y la comprensión del otro, porque no suelen utilizar la violencia ni la superioridad física para imponerse. Eso requiere unos matices emocionales y sicológicos que creo que son mucho más complejos que los del varón.
¿Cómo ha sido la respuesta hasta ahora a la novela?
Ha sido muy buena. Como suele ocurrir con la ficción, más mujeres que hombres la han leído. La proporción es de 70 a 30, más o menos. En ensayo es al revés. Antes de publicar esta novela publiqué otra que tenía un [importante] componente erótico que se llamaba La mujer del coronel, y el salto de La mujer del coronel aquí fue grande. Entonces quizás hubo lectores desconcertados, que vinieron a buscar literatura erótica —que aquí no hay— y se sorprendieron de que es una novela histórica.
Tratándose de una entrevista para internet, quería preguntarte cómo te llevas con las nuevas herramientas tecnológicas.
Desde hace poco tiempo empecé a leer en los readers. Acabo de leer Zealot, una biografía de Jesús escrita por un persa. La leí a través del reader de Apple. Creo que no hay sustituto para eso: no hay dónde guardar los libros, es un problema, y creo que la literatura va por ahí de todas formas. Es un mundo que no es el mío, pero creo que es una cosa positiva. Simultáneamente, hay costumbres que están envileciendo la expresión literaria, como el Twitter. La idea de que tienes que emitir un mensaje en 130 o 140 caracteres retuerce el lenguaje de alguna forma. Y, luego, se me ocurre que para la próxima generación va a ser difícil leer La Montaña Mágica.
Claro, la inmediatez de las redes sociales podría estar afectando nuestra capacidad de atención.
Leer con atención un buen libro podría tomarte tres o cuatro horas diarias durante una semana. Y el déficit de atención es también un déficit de paciencia.
¿Cómo te llevas con las redes sociales, participas de ellas?
Abrí hace poco una de esas cosas en Facebook, pero nunca he podido entrar porque se me perdió el password. Y ahora mi hija me abrió una cuenta en Twitter y estoy divirtiéndome un poquito de vez en cuando con ella.
¿Hablas con tus seguidores en Twitter?
No sé cómo hacerlo. Sé que se disgustan, pero tengo que aprender cómo se responde. Esa lección todavía no me la han dado.