EL CANDIDATO DE LAS FARC. Por Libardo Botero C.
Dos cosas, en mi opinión, están definidas en la política nacional a estas alturas: la aspiración de Juan Manuel Santos a un segundo período presidencial, de una parte, y el respaldo de las Farc a su ambición reeleccionista, de otra.
Se conjugan dos intereses, uno de corto y otro de largo plazo, que se benefician de la coyuntura electoral. Las Farc no cejan en su pretensión fundamental de llegar al poder y convertir el país en una tiranía narco-castro-chavista. Santos, por el contrario ya está en el poder y solo ambiciona repetir mandato para coronar su estrategia de firmar la “paz” para aspirar al Nobel correspondiente. Lo que suceda después lo tiene sin cuidado. En cambio para las Farc lo que venga posteriormente lo es todo.
En ese escenario de apetencias casan las dos intenciones. No es ilógico que las Farc respalden como candidato a alguien que no es de los suyos, si esa movida le sirve al afán de largo aliento de acercarse al pináculo del poder. Porque, a decir verdad, y utilizando las manidas expresiones de Santos, nunca en la historia del país unos criminales como los de esta guerrilla habían obtenido tanto. No para sellar la “paz” sino para aproximarse al asalto final.
Y no es ilógico tampoco que Santos acepte la ayuda de los terroristas. O que la implore, como prácticamente lo hizo en los últimos meses, urgiendo la firma de otro punto de la agenda habanera, antes de la fecha límite para definir su lanzamiento a la reelección. En eso le iba la vida. Y tuvo la semana pasada el sí de las Farc. Estiraron el proceso hasta casi hacer infartar al primer mandatario, y seguramente le exigieron compromisos de calado que no conocemos, pero al fin consintieron.
Puede residir allí también la singular factura del comunicado conjunto, con mucha retórica y poca sustancia. Más que revelar los pactos secretos que se traman –y que según el mismo comunicado serán dados a conocer en el momento oportuno- lo publicado se propone simplemente airear la aspiración de Santos. Eso está por encima de cualquier otra consideración.
A Santos le importa un bledo darle razón a la guerrilla en sus argumentos contra la democracia y la institucionalidad, como efectivamente sucede en el malhadado comunicado conjunto, si ello le sirve a su egoísta deseo. Ahora resulta que Colombia necesita una gran “apertura democrática” pues su régimen es discriminatorio y represivo, y lo va a conseguir de manos de esas “virgencitas” –como las ha calificado irónicamente el expresidente Uribe-, casualmente los mayores verdugos de las instituciones en nuestra historia.
De igual manera a Santos lo tiene sin cuidado ofrecer a los terroristas la participación en política sin límites, con plena seguridad del Estado, con medios de comunicación expeditos, sin atenerse a las reglas del umbral y de la representación proporcional, con total impunidad (en el comunicado no se habla una sílaba de la limitación constitucional y de tratados internacionales sobre este tópico de amnistías, indultos o elegibilidad política de criminales), sin entregar las armas: solo si se avienen a fingir que se van a convertir en mansas palomas de manera que él pueda levantar en sus manos el preciado trofeo de la “paz”.
Como a ambos –las Farc y Santos- les importa una higa que la degollina prosiga en el país. Es lo acordado, son “las reglas de juego”. La guerrilla puede asesinar o secuestrar miembros de la fuerza pública o a civiles, como simples actos de guerra dentro de un “conflicto armado interno”, e incluso planear atentados contra el expresidente Uribe o el Fiscal Montealegre, y no pasa nada. A lo sumo, reforzar los esquemas de seguridad de ambos. Pero a la vez, cínicamente, los voceros oficiales aseguran que en La Habana los emisarios de las Farc tienen real voluntad de paz. A la inversa, la guerrilla tolera que Santos busque golpes episódicos para decir que no ha bajado nunca la guardia ante los violentos, o que su gobierno es el que más los ha combatido, y que el ministro Pinzón denuncie sus barbaridades a todo momento. Solamente de tanto en tanto se quejan de la doble posición del gobierno. Pero las negociaciones siguen sin alterarse. Ese es el juego.
Ni a las Farc les preocupa demasiado el asunto de las curules en el Congreso ya, según se capta en diferentes hechos. No es que no lo busquen, como escalón valioso dentro de su plan estratégico de toma del poder, pero esa no es su prioridad. Paradójicamente estirar demasiado las conversaciones sobre el segundo punto terminó haciendo poco inviable su irrupción en marzo. Es evidente que las circunscripciones especiales pactadas para la Cámara son para las Farc, pese a que De La Calle y Jaramillo se empeñen en sugerir lo contrario. Y que serían abiertamente antidemocráticas, porque no respetarían la proporcionalidad de la representación, y además violarían normas ancestrales como la de “una persona, un voto” (al permitir votar dos veces para la misma corporación). Pero lo evidente es que requieren una reforma constitucional que no es posible antes de marzo de 2014.
Lo que se ha producido con la firma de un fantasmal acuerdo sobre el segundo punto es sobre todo un hecho político: dar a entender que el proceso va bien, que avanza, que los colombianos deben depositar su fe en él y en su promotor, el presidente Santos, quien, en consecuencia, debe proseguir en el solio de Bolívar para culminar la tarea. Así Juan Manuel Santos podrá presentarse ante sus compatriotas como el “candidato de la paz” frente a quienes solo quieren que siga la guerra.
Y vendrán seguramente más acontecimientos en la misma dirección. No es descartable una tregua navideña de las Farc, al estilo de la del año pasado, como su aporte de remate de año a la campaña santista, disfrazada de aporte a la paz. Y seguramente en cercanías de los comicios de marzo se ventilará otro “acuerdo” gaseoso sobre cualquier punto, para reforzar la campaña de los partidos de la Unidad Nacional. Episodio similar que podremos esperar en vísperas de las elecciones presidenciales de mayo para dar el empujón final a Santos.
No fue casual que hace unas semanas, para preparar el ambiente, las Farc le hicieran un guiño a Santos. Alias “Santrich”, miembro de la comisión de la guerrilla en Cuba, graduó de progresista, de “social”, de “moderno”, el discurso presidencial: "Sin duda, nuestro país necesita un discurso social, un discurso moderno como el que supone el Presidente Santos, de reformas estructurales". Lo que “nuestro país necesita”.
Si el plan funciona, con Santos elegido presidente y una mayoría en el parlamento, no habrá afán de allí en adelante para tejer la madeja completa y llevar el embuchado –como ya lo sugieren algunos analistas cercanos a la guerrilla- a un referendo en las elecciones locales de 2015.
Si el plan funciona… Porque el país, para darle vía, tendría que caer irreflexivo en la celada que se le tenderá: hacerle creer que Santos es el candidato de la paz cuando no es más que el candidato de las Farc. Pero no será fácil.
[Publicado en Colombia Opina]
________________________________________
|