LOS BUSH: UNA DINASTÍA OBSOLETA. Por Alfredo M. Cepero. Director de [La Nueva Nación] Sígame en [Twitter]
En los últimos 26 años he votado en múltiples ocasiones por miembros del clan Bush, ya fuera como aspirantes a la presidencia de los Estados Unidos o a la gobernación del estado de la Florida. Su trayectoria de servicio al país, de promoción de la libre empresa, de reducción del tamaño del gobierno y de defensa de valores conservadores en los campos de protección de la vida y de la familia les ha ganado un lugar de honor entre lo que podríamos llamar los baluartes de la sociedad americana tradicional. Pero los Estados Unidos del 2014 ya no son sociedad americana tradicional de hace 26 años.
Los progresos en la tecnología, los avances en las comunicaciones, los cambios demográficos, la erosión de los valores religiosos y la crisis de la familia americana imponen nuevos retos, exigen soluciones más audaces y demandan posiciones ideológicas más definidas por parte de líderes y gobernantes. El ambiente está tan caldeado y el discurso político se ha vuelto tan virulento que no dejan espacio para quienes se ubican en el centro del espectro ideológico.
No estamos en tiempos de complacencia sino de urgencia, de contemporización sino de acción en la tarea de confrontar a las fuerzas seculares y de extrema izquierda que se proponen cambiar las estructuras tradicionales y hasta el alma de la nación americana. El epicentro de esa gigantesca confrontación es la lucha política por el control del gobierno, ya sea a niveles locales, estatales o federal.
Las elecciones parciales del 2014 auguran altas probabilidades de victoria para unos motivados candidatos republicanos que se enfrentarán a unos demócratas debilitados por el desastre del Obamacare, de una economía con un lento proceso de recuperación y de numerosos escándalos como Benghazi, "Rápido y Furioso", persecución de conservadores por el Internal Revenue Service y espionaje de ciudadanos norteamericanos por la Agencia de Seguridad Nacional.
Tan grandes son las expectativas republicanas de mantener el control de la Cámara de Representantes y ganar el control del Senado en las parciales del 2014 que muchos aspirantes del partido del elefante ya han empezado a explorar sus posibilidades como aspirantes a la presidencia en las elecciones generales del 2016. Uno de ellos, el ex gobernador de la Florida, Jeb Bush, el benjamín de una dinastía con profundas raíces dentro del Partido Republicano y una capacidad extraordinaria para recaudar fondos de campaña.
En el curso de una entrevista reciente en la cadena de Fox News, Jeb se refirió a dos temas que generan conflictos enconados dentro de los miembros de su partido: la reforma migratoria y la reforma educacional bautizada como "common core". La segunda es rechazada por los conservadores dentro del partido argumentando que elimina los controles locales sobre el currículo desde el kindergarten hasta el 12 grado y los pone en manos del gobierno federal. La primera es rechazada por quienes demandan condiciones previas como la seguridad en la frontera antes de legalizar la situación de los 12 millones de inmigrantes ilegales dentro del país.
Para Jeb, aquellos que entraron al país violando las leyes norteamericanas: "Violaron las leyes, pero no cometieron una felonía. Fue algo así como un acto de amor" con el objetivo de dar a sus hijos mayores oportunidades en la vida. Una opinión similar echó por el suelo las oportunidades de una postulación republicana en las elecciones del 2012 al Gobernador de Texas, Rick Perry. Todo se produjo cuando, en el curso de uno de los debates entre los aspirantes en las primarias, Perry se refirió a los hijos de inmigrantes ilegales diciendo: "Si usted dice que no debemos educar a niños que han sido traídos a nuestro estado sin su culpa, yo no creo que usted tiene un buen corazón".
Sólo Jeb Bush sabe si lo hizo como expresión de un genuino sentimiento de compasión o para explorar con antelación a las primarias presidenciales la reacción de los conservadores del partido ante el explosivo tema migratorio. De lo que no tengo dudas es de que, tal como lo hicieron antes su padre y su hermano, Jeb se situó a la izquierda del partido en asuntos sociales y será objeto de ataques por el ala conservadora. Después de Barack Obama, esa ala conservadora no quiere oír hablar del "conservadorismo compasivo" de George W. Bush, que aumentó el gasto público y dio inicio al espiral de una deuda nacional que se ha desbocado bajo Barack Obama.
Un ala conservadora que además está cansada de perder elecciones presidenciales cuando el partido postula candidatos que se inclinan hacia la izquierda para obtener votos de las llamadas minorías y antagoniza a sus miembros conservadores. Las últimas cinco elecciones, entre parciales y generales, en que los demócratas han barrido el piso con los republicanos demuestran el error de dicha estrategia.
Si el 10 por ciento de los republicanos conservadores que se quedaron en casa en el 2012 hubieran acudido a las urnas y votado por Mitt Romney, Barack Obama no estaría en la Casa Blanca. Una repetición de la película del 2008 en que los conservadores desconfiaron de un McCain que no se atrevió a condenar las relaciones políticas de Obama con el terrorista confeso Bill Ayers y su asistencia semanal a los servicios religiosos del terrorista dialéctico Jeremiah Wright.
Jeb Bush dice que quiere hacer una campaña por encima de los insultos y de las diatribas. Todo un moderado al estilo de la dinastía Bush y como lo fueron McCain y Romney. El problema está en que cuando los Bush reinaban no existía el Tea Party que nació al mundo político americano en el 2010 cuando le arrebató a los demócratas la Cámara de Representantes y en que ni el padre ni el hijo tuvieron que enfrentarse a la maquinaria de difamación, trampas y mentiras con la que fueron elegidos y se han aferrado al poder Barack Obama y la izquierda virulenta del Partido Demócrata. Ese Tea Party no quiere saber de los Bush. Mucho menos cuando la "reina madre" de la dinastía, Barbara Bush, se refirió a la niña mimada del Tea Party, Sarah Palin diciendo: "Una vez me senté junto a ella y me pareció que era muy bella. Pero creó que está muy feliz en Alaska y me parece que debe quedarse por allá".
Este nuevo Partido Republicano, revitalizado por una base conservadora que aventaja a los demócratas en la motivación de ir a votar, no está buscando un moderado de la gastada escuela de la contemporización con la izquierda sino un conservador que no se abochorne de su ideología y se enfrente con energía a quienquiera que los demócratas postulen en el 2016. Un candidato combativo que, a la manera de Teddy Roosevelt, tenga como lema: "Habla suave y esgrime una macana para llegar lejos".
Un apóstol de los valores conservadores como Ronald Reagan que, en 1975, le dijo a los miembros del Partido Republicano que desecharan "su estandarte de colores débiles y adoptaran uno de colores intensos" que definiera con claridad la filosofía conservadora. Todos fuimos testigos de los éxitos logrados por un Ronald Reagan que puso de moda los valores conservadores para beneficio de todos los norteamericanos.
Desde luego que los Roosevelt y los Reagan no se producen todos los días. Por suerte tampoco los Barack Obama. Pero, de cara a las elecciones presidenciales del 2016, los republicanos cuentan con un banco de candidatos que aventaja en números y en calidad a los potenciales candidatos demócratas, ya sea el burro locario de Joe Biden o la sinuosa dama de las muchas caras, Hilary Clinton.
Como la lista total sería exhaustiva me limitare a los que cuentan con mayor notoriedad en este momento. Aunque no sería mi primera opción, si los republicanos quieren un guerrero que no se deje amedrentar por la izquierda, el más indicado sería el combativo gobernador de New Jersey, Chris Christie. Después tienen a hombres convencidos de su ideología que no dan explicaciones por sus convicciones como Ted Cruz y Rand Paul. Y en un plano más moderado pero con las mismas credenciales conservadoras, se destacan Marco Rubio, Paul Ryan y Scott Walker. Cualquiera de ellos presentaría una batalla formidable y contundente frente a un candidato demócrata que tendría que explicar al pueblo norteamericano el fraude perpetrado por el diletante de Barack Obama.
Los Bush, a pesar de sus muchas cualidades y considerables recursos financieros, presentarían flancos vulnerables que no podrían ser fortalecidos con todo el dinero del mundo. En este sentido, el dinero jamás ha derrotado al entusiasmo y los Bush ya no entusiasman a la base de su partido. Aunque les cueste reconocerlo, por el bien de la nación que han servido y amado, deben de aceptar la realidad de que los nuevos tiempos y las nuevas circunstancias los han convertido en una dinastía obsoleta.
alfredocepero@bellsouth.net
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