¿Invasores o mercenarios? Por Miguel Iturria Savón Blog Ancla Insular. 6 de agosto de 2014
No son fenicios, hititas, vándalos ni godos. No avanzan sobre las murallas de Babilonia, Roma o Bizancio. No huyen de lugares en conflictos ni pregonan la guerra santa. No son musulmanes, hebreos o palestinos. Invaden La Habana desde el extremo oriental de la Isla. Pero La Habana no aguanta más, está saturada y desprecia por igual a los “guajiros” de Pinar del Río, Camaguey, Las Tunas o Guantánamo. La tierra prometida de los habaneros está en el norte.
El fenómeno no es nuevo ni exclusivo del país. La capital siempre estuvo conectada con Europa y con países de América que expandían su horizonte. Los cubanos del interior la miraban con recelo pero soñaban con sus barcos, sus comercios y sus calles. “Cuba es La Habana, lo demás es paisaje”, decían con nostalgia mientras preparaban el viaje de cada año. Regresaban cargados y felices. Ahora se quedan con cualquier pretexto. Han tocado fondo en el terruño. Tratan de romper la barrera del hambre y la desesperanza. Algunos buscan aires de libertad.
Los apacibles invasores son rehenes del régimen militar acaudillado por ancianos de Oriente. Aquellos llegaron disfrazados de libertadores, estos llegan disfrazados de policía. Un sueldo y una pistola los convierte en personas importantes. De los trenes orientales también descienden aguerridos constructores, maestros emergentes, trabajadores sociales y sargentos políticos leales al gobierno. Son tropa de choque que controlan nuestras calles, cogen el pico y la pala en los contingentes, enseñan en las aulas doctrinas mal aprendidas y gritan consignas oficiales frente a incrédulos que se burlan de sus “aportes” a la lengua de Cervantes.
Los mercenarios de ocasión duermen en campamentos militares, albergues de la construcción y en confortables residencias estudiantiles. Tienen pan y sueldo estatal pero exploran los barrios de la periferia en busca de casa y pareja. Descubren a un tío o a un nague de la aldea que le permita levantar un rancho para salir de la Unidad. Algunos tienen suerte. Los más audaces abandonan el campamento, alquilan un cuarto en un solar y se lanzan al ruedo por si mismo, como esos indígenas del Amazonas que caminan asombrados por las calles de Caracas o de Bogotá.
Miles de “palestinos” se han desplazado hacia los barrios de Cayo Hueso, Los Sitios, La Timba, Jesús María, La Guinera, San Miguel del Padrón y otros recovecos de la ciudad, donde comparten el ron y la miseria con sus consortes habaneros. Aprenden la jerga y la forma de sobrevivir al margen de los funcionarios que pretenden controlar a los moradores. Tales intrusos son asimilados sin suspicacia. Trabajan en la construcción y en los agro mercados, conducen bici taxis, realizan guardias nocturnas, fabrican bebidas exóticas y hacen cualquier cosa para buscarse los dólares de cada día.
Delatan su presencia por la forma de hablar. Son alegres, bondadosos y comunicativos. Evocan a la familia y al terruño. Cantan en los ómnibus, discuten de pelota y evaden la política. Son sabios en la cultura alcohólica y en asuntos de mujeres. Un sello de pasión y de soberbia matiza sus actos.
Aunque en La Habana existen otros invasores los orientales se han impuesto en la última década como los gallegos y los canarios a fines del siglo XIX y principios del XX. La geopolítica del hambre los ha empujado sobre nuestras murallas, como a esos vándalos y godos que demolieron al Imperio Romano. ¡Estemos alertas, los bárbaros no vienen por el norte, avanzan desde el extremo oriente insular!
______________________
|