CUBA- Camagüey se pudre: Enfermedades diarreicas, dengue, cólera, chikunguña. Y la causa en las aguas de consumo y albañales. Por Javier Simoni Delgado.
"Quien mal anda, mal acaba", reza un viejo refrán cubano valioso por estos días, cuando Camagüey enfrenta una de las mayores epidemias de su historia.
Datos publicados por el periódico oficialista Adelante reportan, entre los meses de mayo y agosto, unas 10.000 personas con diarreas agudas en toda la provincia y poco menos de 600 reportadas como positivas al cólera. Asimismo, un centenar y medio han sido hospitalizadas por complicaciones relacionadas con el dengue —en sus cuatro serotipos—.Y en menor medida se contabilizan casos de infecciones por la fiebre chikunguña.
En realidad, no sorprenden las noticias a quienes conocen o viven en esta ciudad. Villa organizada desde su fundación, hace 500 años, entre las márgenes de los ríos Tínima y Hatibonico, Puerto Príncipe presentó siempre una infraestructura compleja, debido al trazado irregular de sus calles, a las formas de obtención del agua y a las redes de desagües. Sin embargo, durante las últimas tres décadas las condiciones higiénico-sanitarias se deterioraron ante los ojos del Estado, sin que este apuntase una solución eficiente.
El alcantarillado de gran parte de la urbe vierte a las orillas de los dos ríos. Así, circula por dentro de todo el Centro Histórico lo mismo un animal descompuesto, que las heces fecales de la familia más limpia.
El resto de los desperdicios —extraídos de las fosas de las viviendas en los repartos aledaños— son vertidos en lagunas de oxidación al aire libre, ubicadas a seis kilómetros de la presa Pontezuela, una de las tres fuentes de abasto de agua al municipio Camagüey.
Desde finales de los años 80, los carros cisternas de la provincia no pueden vaciar esos desechos en la planta especializada. Esa instalación dejó de funcionar debido al mal estado de sus tanques contenedores, dentro de los cuales los excrementos humanos eran convertidos en abono orgánico.
Por su parte, la calidad del agua potable consumida por casi todos los pobladores deja un sabor triste y amargo. La potabilizadora Amistad Cubano-Búlgara, fundada hace más de 40 años, distribuye el líquido al 75% de la ciudad.
Esa planta recibe el agua acumulada en tres represas y la purifica de acuerdo a estándares antiguos y poco confiables para la salud humana. Según informaciones de los medios de prensa estatales, en ese proceso solo se emplea cloro-gas, y en el mejor de los casos la arena sílice. Métodos modernos son todavía impensables para la industria cubana.
En igual medida, las redes hidráulicas —en uso desde 1913— no reciben mantenimiento de limpieza y desinfección desde hace casi cuarenta años. Y no solo presentan innumerables salideros, sino también tupiciones por óxido y virutas de metal.
En 2007 la Dirección de Recursos Hidráulicos en el territorio anunció el inicio de un proceso de reposición de ramales y modernización del sistema de potabilización. Siete años después, los vecinos siguen recibiendo el agua turbia, con restos de fango y restos de óxido. En Cuba son comunes los proyectos interminables e ineficaces.
Sobre la denominada campaña antivectorial no hay nada nuevo para anotar. Ese es un ciclo vicioso: el Estado invierte dinero, el salario de los fumigadores supera al de los graduados universitarios, los individuos realizan el autofocal y al agua se le añade Bactivec, pero los mosquitos siguen existiendo. Los insectos en vez de disminuir, aumentan. Y ello tampoco sorprende, porque la ciudad es un latón de basura.
No existe un sistema organizado para la recolección de desechos. Es común toparse los cestos repletos durante días, o peor: no toparse los cestos, porque tradicionalmente los habitantes han dejado las porquerías en jabas, frente a la puerta de la entrada, a la intemperie. Aquello de clasificar la basura en carritos separados es una utopía.
Igualmente, los índices de insalubridad en la periferia del municipio son cada vez mayores. Los lugareños crían cerdos cerca de los pozos de donde obtienen el agua. La mayoría de las viviendas no poseen servicios sanitarios ni de agua corriente. Los patios están forrados en hierbas y malezas, y las zanjas desembocan con sus inmundicias en los arroyos cercanos.
Era de suponer, por tanto, un realce de las enfermedades contagiosas durante el periodo de lluvias —bastante prolongado este año—. Pero como en Cuba es normal acordarse de Dios solo cuando truena, el Gobierno local esperó a junio para hacerle frente a la epidemia, cuando ya eran inevitables los miles de ingresos hospitalarios.
¿Por qué no se trabaja durante todo el año para evitar estas situaciones? Una vez más los funcionarios del Gobierno atacan el problema, pero no su causa. Porque atacar la causa equivale a aceptar que la infraestructura de la urbe es un desastre, y que la superestructura, de la sociedad y el Estado, está caduca y carcomida.
Publicado por [DDC]
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