El socialismo ha convertido al pueblo cubano en ladrón Por Lourdes Gómez Diario de Cuba 23 de octubre de 2014
Carniceria clandestina - foto Yusnaby Pérez
El problema está tan enraizado en la sociedad que las fronteras entre lo legal y lo ilegal se diluyen. Ser deshonesto es cuestión de supervivencia.
Recientemente se notificó en el semanario santiaguero Sierra Maestra el apresamiento en la calle del jefe de almacén del Hospital Provincial Saturnino Lora, a quien se descubrió portando cierta cantidad de placas de rayos X. En un posterior registro de su domicilio se le ocuparon otros instrumentales médicos, tales como jeringuillas, sueros y demás, todo para vender en el mercado negro.
Este delito es habitual en la sociedad cubana actual: usar las jefaturas como medio de obtener mayores ingresos, aprovechando la penuria y la escasez de ofertas del mercado minorista. De hecho, en la opinión popular todos los jefes son unos vivebien, entiéndase ladrones.
Los grandes dirigentes roban, de eso nadie tiene dudas. Solo hay que mirar lo rozagantes que lucen en las conmemoraciones oficiales. El problema es que el pueblo no puede confrontarlos, no tenemos un parlamento que cuestione la eficiencia de su gestión, y ni pensar en una oposición que exija que se auditen cuentas personales o que denuncie corrupciones.
Los dirigentes se sienten invulnerables hasta que se hacen muy evidentes o caen en desgracia con el Supremo Líder. Sus castigos, en la mayoría de los casos, son "caer para arriba" (otra expresión popular) o los silencian con otras "funciones".
La falta de democracia y transparencia del sistema es la principal fuente de la impudicia y la inmunidad. La verticalidad totalitaria condena a las mayorías a la aquiescencia automática y al disimulo.
El dicho popular es que robarle al Estado no es robar, es "luchar". Según el discurso oficial es un gobierno por el pueblo y para el pueblo, y la propiedad es de todos, ¿por qué entonces no la sentimos como nuestra? Porque una cosa es el discurso oficial y otra la realidad cotidiana. La disociación del pueblo de los medios de producción es total, de ahí la indolencia ante el dispendio o el desfalco de los bienes estatales.
Ante el robo en una empresa estatal es común escuchar comentarios desenfadados como: "Eso no es mío, es de Fidel". Y más tarde se compra el jabón o el detergente robado sin asomo de dudas.
Y si estos son los jefes, ¿qué queda para el ciudadano de a pie? Robar también. Si trabajas en una farmacia, vendes medicamentos. Si trabajas en una escuela, vendes los pocos materiales escolares. Un fumigador vende la gasolina de la bazuca. A un funcionario se le soborna para que resuelva… Cada cual aprovecha lo que tiene, y todo se vende porque nada hay.
Muchos dirán que soy absoluta, que hay gente honrada que no se lleva ni un alfiler. Es cierto, pero esa misma gente compra aceite, carne de res u otros productos en el mercado negro, a sabiendas de que es robado. O utiliza los recursos de su puesto de trabajo en función propia, y entonces está robando también.
De hecho, la empresa privada o cuentapropismo está basada en el robo, pues la falta de un mercado mayorista los obliga a surtirse en el mercado negro, que en un cien por ciento se nutre de los robos de las arcas estatales.
El problema está tan enraizado en la sociedad cubana que las fronteras entre lo legal y lo ilegal se diluyen. Ser deshonesto es cuestión de supervivencia, pues los sueldos irrisorios y la falta de productos elementales te obligan a delinquir.
Lo más triste es que los jóvenes se forman en estas circunstancias. Ver "luchar" a sus padres les hace asumir el robo como natural, y seguramente ellos seguirán estos modelos trastocados.
A la luz de la experiencia de medio siglo de socialismo cubano, se me ocurre actualizar con una frase más el difundido concepto de revolución de nuestro invicto líder: "Revolución es robar todo lo que puede ser robado".
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