El libro de historia de San Germán Por Luis Felipe Rojas Cruzar las alambradas 15 de noviembre de 2014
Pablo García Aguilera, autor del libro “Las alas del tiempo”. Foto cortesía de Pablo García A.
Los aportes de la microhistoria suelen ser cada vez más ricos, pues apoyan aquellos puntos de vista de gente avezada que cree tener algo rico que compilar, comparar, comprobar y después escribir para compartirlo con los demás. Este es el ejemplo del escritor Pablo García Aguilera, que ha juntado en un manojo de anécdotas y hechos puntuales –sazonados con la picardía de cualquier pueblerino- la historia del pueblo de San Germán, ubicado en la antigua provincia de Oriente, luego perteneciente a Holguín y hoy, gracias a la División Política Administrativa (1976) casi lo perdemos bajo el patronímico Urbano Noris, debido al nombramiento que le dieron a la vieja fábrica de azúcar.
Las alas del tiempo es una autopublicación de García, sin sello editorial y costedado por él mismo. El libro arranca en la primera década del siglo XX, cuando el empresario Germán Michelson instalara su aserradero en la localidad y le fuera juntando los demás componentes para hacerlo más habitable.
No es un libro de texto, un manual, gracias a Dios. Las alas del tiempo se hace de los recuerdos, material fotográfico y la experiencia verbal de quienes quieren aportar a la Historia, este pedazo de historia. Las familias más pudientes, los modos de relacionarse, las pretensiones de siempre de quienes dividen en clases las relaciones sociales, aunque el amor, la amistad o la generosidad de los seres humanos se encargue de borrarlas con un abrazo o un gesto de bondad.
Pablo García ha trazado un mapa simple, pero no desde el pasado, sino hacia el futuro. Su breve recorrido secular se encarga de desmitificar el apodo pseudo-republicano endilgado al único periodo del siglo XX en que Cuba gozó de libertades democráticas, incluido el que Fulgencio Batista gobernó bajo un golpe de estado al que le sucedió el definitivo.
El autor de este libro arremete contra los prejuicios sociales, que florecen en toda aldea: el chisme, la homofobia, la envidia o la picuencia de quienes se creen por encima de los demás.
Un pueblo pequeño, que tuvo Banco Agrícola, escuelas de oficio, centros de enseñanza públicos y privados, cine, aserradero, fábrica de azúcar y decenas de prostíbulos esconde una historia llena de matices, una inmensidad de testimonios que cunado son bien contados, hacen las delicias del más pintado.
El otro San Germán
“… y en eso llegó Fidel…” y las maestras se convirtieron en Milicianas, se acabaron los Traganíquel, escaseó la manteca y hasta de Las Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP) se habla en Las alas del tiempo.
Quizás uno de los aportes o desbarajustes de la personalidad que haya hecho la revolución cubana ha sido la proliferación de nuevos bichos humanos: el guataca, la cederista, el aprovechao, el chivato, y el ‘empachao’, y de éste último García cuenta una excelente anécdota ocurrida en el correos de la localidad.
Se trata de un tipejo que andaba vestido de miliciano hasta para ir a una consulta médica… y un portafolios y una sarta de lapiceros en el bolsillo aunque no supiera firmar. Un día el hombrecito verdeolivo dejó olvidado el portafolios y nuestro escritor quiso ver qué contenía. “…solo había un grueso y pesado libro: El Capital, de Carlos Marx. Cuando regresó, lo llamé y se lo entregué con una sonrisa que quería decir ‘compañero, si tú lees este libro y tratas de entenderlo, seguro que irás sin remedio para el sanatorio de enfermos mentales de Mazorra”.
El libro está enriquecido con una gráfica familiar, escenas bucólicas de mujeres bonitas y risueñas, parejas bailando en salones finamente adornados y descripciones de fotografías que apuntan a la huella del escritor antes de salir de Cuba en 1968.
Ahora sé que es un libro necesario. Hace unos cinco años la licenciada en Historia Manuela Salazar Calderón escribió una monografía de San Germán, pero a la manera de postal turística donde los villanos parecían dados a la juerga, tenían propiedades y se marcharon del país, y por supuesto los buenos… es una historia que todos conocemos.
Hoy en Cuba en la historia local enseña los nombres de los muertos en las guerras cubanas en el África, las propiedades confiscadas por el “gobierno revolucionario” y las conquistas del pueblo uniformado. Los niños están obligados a decir que se quieren parecer al Che Guevara antes que a su vecino.
El libro está dedicado a amigos entrañables que le ayudaron a juntar o hilvanar sus historias, como Ramiro Gómez y su señora madre Miriam Feijoó; a María y Emma Kerr, hijas del primer norteamericano que intervino en el nacimiento de San Germán como pueblo querido, y también a Maritza Peña, una católica conocida y que le ayudara a conformar el texto del que hoy se habla.
El aporte de Pablo García es que ha puesto a volar ese filón de tiempo que ha quedado atrás, lo ha hecho sin pedir permiso ni ostentar título académico, porque esa historia rica que la gente quiere leer es la que se narra juntando todos los gritos y pregones.
________________ |