Margallo se va de Cuba sin conseguir que le reciba Raúl Castro. Por Miguel Gzlez.
El presidente de Cuba, Raúl Castro, ha decidido no recibir al ministro de Exteriores español, José Manuel García-Margallo. Pese a que no había una agenda oficial que confirmara el encuentro, todo apuntaba a que el presidente cubano recibiría al ministro español tal como lo había hecho con su antecesor, Miguel Ángel Moratinos, o, incluso, con el presidente gallego, Alberto Nuñez Feijóo. Quien sí ha recibido a García-Margallo ha sido el número dos del país, Miguel Díaz Canel.
Cuando José Manuel García-Margallo, concluyó su discurso sobre la Transición española en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales de La Habana, el vicerrector del mismo, Jorge Casal, abrió el coloquio con una pregunta que formuló él mismo. Tan genérica fue la cuestión, que el ministro se extendió en una respuesta-río y el vicerrector, no sin antes lanzarle una puya a EE UU, reiteró protocolariamente las gracias y dio por clausurado el acto. No había tiempo para más.
De haber habido más preguntas, es improbable que algún asistente se hubiese salido del guión. Aunque la audiencia era numerosa —casi medio millar de personas, entre representantes extranjeros, altos cargos, empresarios y estudiantes de la escuela diplomática—, se accedía por rigurosa invitación y hasta la prensa acreditada tuvo problemas para acceder al salón.
Pero el discurso de Margallo no estaba dirigido a los disidentes, a los que el régimen parece haber conseguido volver invisibles, sino a los altos cargos del castrismo, que han recibido por vez primera a un miembro del Gobierno Aznar. El ministro trazó ante ellos la estrategia que llevó a España desde la dictadura a la democracia, de la autarquía al mercado común europeo. Y se detuvo en los jalones que marcaron el proceso: la eliminación de la censura, los derechos de reunión y manifestación, la amnistía —que vació las cárceles de presos políticos por vez primera desde el siglo XIX— y la legalización de los partidos, todo ello antes de las primeras elecciones.
No hizo ningún paralelismo con la situación cubana, aunque eran evidentes, sobre todo cuando subrayó la importancia de que España aprobara en 1976 los dos pactos de la ONU sobre derechos humanos, que Cuba ha suscrito pero aún tiene pendiente ratificar.
Más que a la España de 1976, la Cuba actual se parece a la España de 1959, la de los planes de estabilización y los polos de desarrollo, como el que el régimen castrista quiere poner en marcha en torno al puerto Mariel. El problema es que este proyecto multimillonario, que aspira a convertir la isla en el gran nudo logístico del Caribe, solo tiene sentido si EE UU levanta el embargo que mantiene desde hace más de medio siglo.
Unas 300 compañías españolas operan en la isla, pero brillan por su ausencia las grandes empresas y la inversión directa es muy reducida, debido a las trabas burocráticas, las dificultades de financiación y la existencia de dos monedas, una de ellas (el CUC) con una paridad forzada con el dólar que no resistiría el contraste de los mercados. Además de la amenaza que suponen leyes como la Helms-Burton, que castigan la inversión en Cuba.
A diferencia de la España de 1959, es muy difícil que Cuba avance en la liberalización económica sin desatar los nudos políticos. Con Fidel vigilante y Raúl al mando, en La Habana todo sigue atado y bien atado. “Aquí todo el mundo actúa como si algo fuese a ocurrir”, afirman en el entorno de Margallo. Por eso ha venido el ministro, para que España esté presente si algo sucede. Aunque nadie sepa cuándo ni exactamente qué.
(El País)
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