MACEO Y EL PRECIO DE LA LIBERTAD. Por Hugo J. Byrne.
“…Y si quiere el destino, Que todo lo forjó, Que sólo quede uno, Apréndelo tirano, Erguido y soberano, Ese uno ¡seré yo!” Víctor Hugo. Más conocido universalmente como creador de inmortales novelas como “Los Miserables”, “El Jorobado de Nuestra Señora de París” y “El Noventa y Tres”, Víctor Hugo es visto en la lengua francesa más como poeta que como escritor de ficción. Su extraordinaria fama disminuyó después de su muerte, criticada su obra como exageradamente emocional, a extremos de superficialidad. Sin embargo, hay algo en su persona que nadie podrá jamás poner en la picota histórica y es su honestidad política, la sinceridad de sus principios y la gallardía con que ajustó su vida a ellos, contra viento y marea. Su legado de más de veinte años de exilio y su retorno triunfal a Francia en 1870 a la caída de Napoleón III, representan un ejemplo extraordinario para todo expatriado en la causa de la libertad. El poeta de Besançon perseveró. Nunca perdió de vista su objetivo, nunca claudicó de sus principios, aceptando siempre y sin titubeos el carísimo precio de la libertad. En definitiva su postura intransigente resultó al final la única práctica y razonable. Por eso prevaleció. Los cubanos libres tenemos mucho que aprender de esa fuente. Continuamente tratamos de encontrar diversas vías para transitar la encrucijada nacional y en ese proceso perdemos la brújula con demasiada frecuencia. La última distracción en nuestro camino a la libertad es la llamada “disidencia pacífica”, la que supuestamente nos brindará por las buenas lo que no hemos podido alcanzar durante más de medio siglo de tiranía violenta.
La senda pacífica es siempre más fácil de recorrer que la lucha violenta, pero, ¿cuándo ha sido más práctica? ¿Existen evidencias que demuestren su posibilidad de éxito? Es hora tardía de que se anuncie la realidad sin titubeos y sin temor a la crítica: la “disidencia pacífica” no es otra cosa que sumisión abyecta a las condiciones impuestas por un régimen tan ilegal como anticubano. Esa es su única definición y es por eso que carece de futuro. Lo he afirmado muchas veces antes y no hay dudas que muchos no están de acuerdo. No me preocupa. ¿Qué pueden brindarnos quienes enterraron la república y anegaron en sangre su libertad? ¿Qué interés pueden tener criminales con poder político absoluto en el establecimiento de un estado de derecho? ¿Qué interés verdadero pueden tener aquellos que antaño cometieron o cooperaron en el crimen, a sentar las bases de un contrato social que prácticamente asegure inexorablemente su castigo? Esas simples preguntas, amables lectores, deben hacerse quienes honestamente busquen un futuro de libertad para Cuba. La libertad y la justicia son corolarios de la verdadera convivencia civilizada y ambas son extraordinariamente caras. Simplemente reflexionemos un poco sobre las acciones históricas que hicieron posible el 20 de mayo de 1902. La libertad no se procura suplicando la anuencia de los tiranos. Es necesario arrebatar la libertad de las zarpas de quien la secuestre, es necesario alcanzarla por medio de un conflicto en el que se muere y en el que se mata. El “filo del machete” de que hablara Maceo como único medio de obtener la libertad no era una simple frase romántica para arengar a la tropa, sino la expresión sucinta de una filosofía práctica, cuya aplicación creó por sí sola nuestra nacionalidad. La independencia de Cuba fue producto de la mucha sangre que costó lograrla, no de las gestiones que hicieran políticos muy bien intencionados en las Cortes de Madrid. Fue por eso que el futuro héroe de Mantua le rugió a Martínez Campos ante la asombrada manigua de Baraguá: “General, no nos entendemos”. Es preferible morir en el exilio, sin patria ni amo que vivir como los esclavos, por siempre sumidos en afrentas y oprobio. Cuba será libre algún día, amables lectores, pero eso ocurrirá sólo cuando sus hijos encaren las obligaciones filiales hacia nuestros hermanos de nacionalidad con la misma responsabilidad y virtud con las que encaramos las de la familia inmediata. De lo contrario, no solamente nunca podríamos alcanzar esa libertad, sino que la nacionalidad cubana, el espíritu rebelde que nos creara dejaría de existir.
hugojbyrne@aol.com
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