La Habana, ¿maravilla de qué? Por Nicolás Águila.
¿Será que La Habana sigue siendo La Habana, aunque ya no sea exactamente lo que se dice La Habana o lo que se decía La Habana? O sea, eso que en el mundo entero suspiraban como el colmo del placer o el súmmum del vacilón: a night in Havana hasta que salga el sol y vuelva a caer la noche.
Ay, San Cristóbal bendito, ¿maravilla de qué te declaran? ¿Una Habana virtual maravillosa, deslumbrante, espectacular, beautiful, wonderful, mientras la ciudad real está apuntalada y se desmorona, y se cae a pedazos y se derrumba, y huele mal, y te escupen y te mean, y si te descuidas te tiran a la cabeza las inmundicias desde el balcón de un tercer piso? Eso si no te cae encima un desprendimiento de la baranda, una lasca del techo, un ladrillo, un pedrusco, un bilongo, una salación, un maraño…
Y te matan y no te pagan en la villa que ahora declaran maravilla, como el Hanabanilla que no tiene salto ni cascada ni brilla. Hanábana-baná, como el coro del guaguancó. O Anabah, que es Habana al revés, palíndromo del Palo Kawao, baba babilónica de un sedicente historiador que habla de carretilla, truco del almendruco o troque del almendrón, pero siempre indiferente al soplo de la brisa que va desde el Malecón hasta la Rampa zarazona.
¡Oh La Habana! Los Van-van, salación y chusmería. Sombra apenas de lo que un día fue. Que no te vengan con cuentos, que cuando La Habana era La Habana los perros satos habaneros andaban por la calle sueltos y sin vacunar, no importa que los amarraran con longanizas o chorizos El Miño. Y el vacilón se cantaba y se bailaba, se bebía straight, on the rocks o en jaibol, sentado, de pie o arrollando a paso de conga, sin esa bruma de miedo a orillas del Almendares, donde en tiempos de mi abuelo dos bolas eran tres pares.
A La Habana solo le queda el casco histórico y la mala idea de una ciudad que perdió el encanto pero conserva la época, con un malecón que le traquetea, que se extiende de la Punta a la Chorrera, expuesto a los elementos ambientales y a la historia moliente y maloliente. Y le quedan las mañas de una urbe marinera que sigue siendo habanera y puñetera aunque de otra manera. Una manera bisnera y jinetera, a oscuras y medio encuera, ocultando a la vez que mostrando la pelleja esa vieja ramera que reza y espera que del cielo le llueva su arroz a la chorrera. Y que Dios pronto lo quiera.
Publicado en [Neo Club]
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