Réquiem por el 10 de diciembre Por Orlando Luis Pardo Lazo Diario de Cuba 10 de diciembre de 2014
fotomontaje: CDV.org/E Belfrage
En el Día Internacional de los Derechos Humanos, la policía política cubana saca a todos sus hombres a reprimir.
El 10 de diciembre en Cuba es la fecha más triste. Ese día la policía política —única fuente de gobernabilidad— saca a todos sus hombres a reprimir. Muchos con sus uniformes verde-mono del Ministerio del Interior; la mayoría disfrazados de civil. Y nunca se sabe qué es peor, porque la ropa de calle de los cubanos es de por sí cruel. Es así como la violencia de la Seguridad del Estado se trasviste de "respuesta rápida a la contrarrevolución" por parte del "pueblo uniformado". Y plebe y poder se hacen uno en nuestro despotismo nacional.
Este estilo mafioso es el verdadero motor de arranque de la Revolución de los Castros: fusilamientos y fe en un futuro mejor; cárcel para los inconformes y cartilla de racionamiento para los fieles; represión de puertas adentro y exilio de por vida para los que escapen. Así el Partido Comunista ha secuestrado a nuestra nación, cuya soberanía es un mito desde 1959, cuando la Isla cayó en manos de los militares en masa. Al respecto, ningún plan de subversión interna —ni tampoco la tan cacareada invasión yanqui— serían actos hostiles contra un Estado soberano, pues la esencia del castrismo es desconocer la voluntad de los cubanos.
Hoy, toda vez octogenarios los hermanos hegémonos, los herederos del clan familiar —la pentarquía de Alejandro, Mariela, Antonio, Raúl Guillermo y Deborah— preparan una transición de tramoya que no será de la Ley a Ley, como reclamaron las más de 25.000 firmas recogidas por el Proyecto Varela en la Isla. Con el asesinato de Oswaldo Payá y la creación de una "oposición leal" de agentes de influencia, el post-castrismo impone su capitalismo de Estado al estilo oriental: capitales foráneos y apartheid para los nacionales; privilegios y concesiones para los tycoons neototalitarios, pero sin los derechos fundamentales de la persona humana; reformas cosméticas para aliviar el descontento, pero con control centralizado; puertas abiertas para que nos vayamos, pero fidelismo fascistoide para quien se resista.
El éxito de esta maniobra depende de la complicidad de los gobiernos democráticos de la Unión Europea y de sectores sin escrúpulos en los Estados Unidos, presionados por el lobby empresarial que desea obtener ganancias a costa de una mano de obra semiesclava, mientras pagan campañas de manipulación en los medios hegemónicos, donde se consagra que nuestro país es un paraíso proletario donde patria se pronuncia como patíbulo. Nunca antes el anexionismo tuvo un clímax como en el actual contexto: el presente de Cuba no convoca ni involucra a los cubanos; nuestro futuro es moldeado en Estrasburgo/Bruselas-Washington/Moscú-Beijing/Caracas mucho peor que en 1898, porque esta vez el gobierno de La Habana ya está siendo el vil invitado de honor.
Muchos líderes de la sociedad civil cubana han sido amenazados, acosados, repudiados, golpeados y hasta encarcelados sin causa cada 10 de diciembre. A los proyectos culturales alternativos se les impide desarrollar su labor artística este día. En mi caso, por ser un bloguero independiente a toda institución oficial, una patrulla policial en la puerta de mi casa me impedía salir sin ser arrestado —o recibir visitas de amigos— en una fecha que coincidentemente es también mi cumpleaños.
Este 10 de diciembre, el rapero Ángel Yunier Remón, "El Crítico", sigue sentenciado a cinco años por su música libertaria. El novelista Ángel Santiesteban expira una pena similar desde principios del año pasado. A varios activistas de derechos humanos no se les permite viajar libremente dentro o fuera del país. Continúan las turbas típicas a sueldo del Gobierno, con agresiones salvajes contra la disidencia, entre muchos otros abusos que incluyen el espionaje de la vida íntima de los activistas.
Son los resultados ejemplarizantes de la Raulpolitik, que es nuestro putinismo de ralea reaccionaria que no le duele a nadie excepto a sus víctimas. Estamos solos y los cubanos no movemos ni un solo centavo a favor de la libertad. En efecto, nuestro exilio aporta billones cada año a la Isla para que los traten cada año peor en tanto exiliados.
Cuando la democracia llegue a Cuba mañana o dentro de otros 56 años —llegará aunque le pese a la izquierda internacional—, cuando los hombres y mujeres de mi país recuperen la vida en la verdad que la dictadura redujo al juego sucio del socialismo, cuando el castrismo sea por fin un etapa del pasado y sus culpables hayan sido condenados para que nunca vuelva a entronizarse el comunismo en la Isla (lo cual incluye no solo la división de poderes bajo el imperio de la ley, sino la prohibición de los partidos antidemocráticos), igual el 10 de diciembre será una fecha de triste recordación para mis contemporáneos.
Este día, para generaciones y generaciones será también el día de la impunidad suprema de la Seguridad del Estado: un ejército del color del silencio que aplaude o asesina sin consecuencias, que combate al ébola en África mientras incuba el virus de la violencia en casa, que crea escenarios a favor o en contra según las conveniencias de su tétrico teatro. Este día será para no olvidar el odio del castrismo hacia los cubanos y nuestra humillación histórica bajo el amor de nuestros amos: un día en que abrir el pecho a la necesaria reconciliación será aún menos fácil.
Los 10 de diciembre duelen, más allá del funeral doble que ya se avecina, sin nadie y para el bien de nadie. Los 10 de diciembre desconocen toda noción de olvido: no hay víctima que no esté a la espera de su victimario si alguna vez hemos de vivir en la verdad. La lucha del cubano contra el castrismo es la lucha de la memoria contra la memoria.
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