Castro y nosotros Por Oscar Peña Diario de Cuba 13 de enero de 2015
Antes de Castro no éramos un país perfecto, pero su etapa ha sido el más lamentable accidente de la nación.
Si el propósito de Fidel Castro era quedar marcado en la historia, lo logró, aunque no de manera ejemplar. La historia de Cuba no podrá dejar de recoger su larga y tenebrosa etapa. A fin de cuentas, se trata del cubano más enfermo de ego, poder, obstinación y protagonismo que se conozca; no sólo vendió ilusiones, sueños y falsas esperanzas a sus compatriotas, también trascendió las fronteras del país con sus danzas políticas y espectáculos de hipnotización.
El legado de Fidel Castro es negativo.
Su rol fue dañino para Cuba. Antes de él no éramos un país perfecto —ninguno lo es—, pero su etapa ha sido el más lamentable accidente de la nación.
Cuba era uno de los pocos países de nuestro hemisferio que no necesitaba una revolución extremista. Existían problemas, pero no se agotaron las vías ciudadanas y civiles para resolverlos. No es difícil concluir y observar que en estos 56 años —con excepción de establecer la atención de la salud pública y la educación en todos los rincones del país— Cuba ha retrocedido.
Más de tres generaciones se han desgastado inútilmente en sacrificios y sueños rotos. Hasta la vida entregaron pensando que estaban construyendo un paraíso en la tierra. Tanto nadar para ir llegando hoy a la misma orilla, pero con el país arruinado y las familias divididas. Cuánto no desearíamos fuera todo lo contrario. Sólo un irresponsable y una persona de malos sentimientos desearía tanta frustración de su casa nacional.
En el análisis de la vida de Fidel Castro no se pueden omitir verdades. El pueblo cubano no está exento de culpas. Por ignorancia, inocencia o miedo, le brindó a Castro un enorme apoyo. Existe una parte considerable de cubanos que no tienen conciencia de ello, pero este pasado medio siglo será una mancha que ninguno de nosotros, tanto en la isla como en el exilio, podrá tapar ni justificar con el objetivo de ocultar nuestras fallas ciudadanas.
Desde la generación de la década del 50 hasta hoy, nos dejamos usar —con acciones u omisiones— como escalón y base para que Castro fijara su nombre en el Larousse de la Historia. Incluso muchos que lo combatieron, lo ayudaron debido a torpes acciones.
A Fidel Castro es difícil defenderlo. Hizo de Cuba el pueblo de América Latina menos apegado a su patria. De un país pequeño, dos millones o más se han ido y otra cantidad superior lo quiere hacer. Por su parte, los que se quedan, viven en la apatía.
Los cubanos debemos admitirlo con profundo dolor y sin el más mínimo regocijo. El día que Castro muera, más que alegría, debemos sentir pena por nosotros.
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