La caravana del terror. Mangos y represores. Por Agustiín López Blog: Dekaisone 6 de julio de 2015
Domingo 28 junio 2015. La caravana del terror. Mangos y represores. Cap. II
Quede en la cama con los ojos puesto en el vacío oscuro del techo. Las ranas cantaban y los gallos también. Pensé que había sido así durante toda la existencia humana y me gustaba. Las ranas croando en la noche, contándose sus secretos de enamoradas y los gallos anunciando las horas y saludando el nuevo día.
Debían ser cerca de las 05 de la madrugada. No encendí la luz, presentía que los agentes de la Gestapo Castrista acompañados de la Policía me vendrían a buscar. Ayer atravesé al barrio a las 9 de la mañana, cruce frente a la escuelita sin niños acollarados de azul, ni bandera triste. Regrese por el camino del campo cerca de las 22 horas sin ser visto por nadie- supongo-, pero el poder tiene chivatos en todas partes y a todas las horas, no porque aman a Cuba como patria pueblo y nación, sino porque su mediocridad no les da para más, además, todos los recursos están a su disposición sin que el pueblo que los suministra pueda pedir cuentas. Sentí los mangos caer y me dije: cuando amanezca los recogeré y los llevare a vender, cualquier dinero que me den por ellos es bueno, son unos pesos pero los necesito, ARBUSTO ESPINOSO CAMINO AL LADO FERROCARRIL CAMINO CAMPO CENDEROsi nadie los compra los regalo. Unos minutos después los perros ladraron. Primero los de las casas del barrio, después los míos. Aguce lo más posible todos mis sentidos, el corazón se acelero y la adrenalina comenzó a fluir. Alguien transito por los alrededores de la casa, le silbó a los perros en tono muy bajo y se alejo después. Espere un tiempo y me levante. Ya el amanecer había envuelto con su pálida luz los restos de la noche. Atisbe por dentro de la arboleda, para cerciorarme que no había nadie acechándome. Tome las cubetas y me puse a recoger los mangos, siempre atento a los ruidos y al camino tratando de no ser sorprendido. Se habían caído más de los que yo pensaba. Di el primer viaje y los fui amontonando en el portal. Antes de regresar a recoger el resto, puse a hervir el cocimiento de caisimón para el desayuno.
Cuando llegue hasta la mata, cerca de camino, venia el hijo de un vecino encima de un caballo arreando las vacas para el pastoreo y le pregunte si había visto en la calle algún auto de policía. Se detuvo y me dijo: si, a la entrada del callejón hay una patrulla con dos policías y una moto con un civil y ahora el civil está mirando hacia acá. Deje de recoger los mangos y regrese a la casa, me puse la ropa de campo, tome la cámara y me metí en la maleza. La calle es de ellos, pero el monte es mío- me dije-, atravesé un potrero, la yerba me daba al pecho y el roció me empapelaba la ropa. Así era cuando de niño me lanzaba en las primeras horas de la mañana intentando con un tira-piedras cazar los sabaneros y las codornices. Las emociones de aquella libertad campestre retornaron y me sentí plagado de dicha. Salí al borde de la calle a unos 100 metros de los represores pero una cerca de zinc me impedía hacer las tomas.
Estoy al lado de una casa de una emigrante que linda con la cerca de zinc. Un matrimonio de gente de provincia le ha alquilado o vendido esa habitación, el hombre trabaja la chapistería de forma clandestina. Los dos se asoman a la ventana y les hago una señal de silencio con el dedo en los labios, me acerco y les pido que me hicieran una foto de la patrulla. Los ojos de la mujer se agrandan y el hombre casi cambia de color; no que va, nosotros no podemos meternos en eso- me contestan los dos casi a unisonó. Me di cuenta que había cometido un error, los cubanos viven cagados de miedo. Desde la puerta de su habitación podían hacer la foto y era casi imposible ser detectados. Había una posibilidad entre mil, pero el miedo la volvía al revés, mil entre una.
Me regrese a la maleza, atravesé otro potrero lleno de weyler (se le dice en el campo donde nací a un arbusto con tallo oscuro cubierto de espinas en forma de gancho y de hojas divididas en hojas pequeñas. Nace en lugares bajos y húmedos), hice un rodeo y salí por otra calle aledaña. Me encuentro con un vecino, le cuento y me dice que espere hasta que el vaya donde habían visto la patrulla y se informe. No espero, atravieso su tierra y salgo por otro solar al final de la calle. Tengo confianza con todos para circular por sus propiedades sin que me llamen la atención, o por lo menos esa es mi percepción. Mi conducta intachable y de respeto durante todo el tiempo ha ganado esa confianza. Cuando asomo al final de la calle ya los esbirros se han marchado. Alguien les ha informado de otras salidas que hay por alrededor de mi casa por donde yo pudiera escapar fácilmente.
Los vecinos ya se han puesto alertas para protegerme. Unos porque en realidad me admiran, y todos porque odian la policía, aunque siempre hay algunos que le sirven; el alcahuete y el adulón al poder y a la fuerza están presente en todas las agrupaciones sociales.
Regreso a la casa para vestirme en lo que retornen. Quito el cocimiento de la hornilla para si vuelven estando yo dentro que no aprecien el olor y sospechen que estoy cerca, de todas formas ya no apetezco desayunar, para la escapada es mejor el estomago vacío y he decidido escapar y llegar al parque Gandhi, Dios mediante o por lo menos llegar hasta dentro de la ciudad. Al carajo con los mangos vendidos y lo demás que pensaba hacer.
Tomo la cámara y cierro la puerta. Todos mis sentidos están alertas como cuando era niño y dentro del monte me convertía en un depredador mas detrás del pájaro o la jutia. Al salir el instinto me previene: están ahí de nuevo, no salgas, comprueba. Envío a mi sobrino delante y el instinto volvió a salvarme.
Le entrego la cámara indicándole que con discreción tomara algunas imagines de el auto policial y los represores mientras yo me regreso a la casa, me coloco encima del pantalón otro para evitar humedecer el que llevaba puesto para la calle, sustituí los zapatos por un par de botas viejas, los agarre en la mano y decido atravesar por el campo rodeando el barrio, buscando llegar a una de las paradas de la carretera de la EXPO CUBA.
Llamo a Goberna y lo pongo al tanto de la situación para que lo comunique a Reinaldo. Son ya las 09 con 17 minutos de la mañana.
Después de atravesar la maleza, al salir a la línea del trencito que trae los visitantes al recinto, me quito el pantalón y las botas, los dejo dentro de la alta hierva, me calzo los zapatos que me había quitado antes y salgo al camino paralelo a la línea. Al lado izquierdo quedan las últimas casas del Globo, al derecho el monte que domino perfectamente y donde tendrán que emplear una compañía tropas para atraparme.
Aun no son las diez de la mañana pero el sol se ha encaramado sobre el cielo con demasiada soberbia. Llevo descubierto el torso con el pullover en la mano, no obstante el sudor me rueda por el tórax hasta la cintura y el que se forma debajo en el pubis se desplaza por los cojones y las piernas hasta llegar a las medias o quedarse pegado al pantalón.
Llamo a mi hermana y la pongo al tanto de la persecución asegurándole que por ahora ya estoy fuera del alcance de las fuerzas represivas. Llega -me dice ella- hoy tienes que llegar.
A lo lejos debajo de un árbol una figura se incorpora, observo por si tengo que tomar el monte. Aunque no es para tanto -me digo que hoy y aquí no me pueden agarrar, es cuestión de honor. Cuando me acerco identifico la figura, es un guajiro conocido que pastorea sus ganado. Le cuento e pocas palabras lo que me sucede, conoce mi posición en cuanto al gobierno y la aprueba. Le pido que me guarde una memoria que se me había quedado en el bolsillo del pantalón para evitar que caiga en manos de la policía política y la borren como suelen hacer. El accede gustoso. Antes de llegar a la carretera llamo a Reinaldo y le cuento la situación. Ya Goberna lo había llamado.
Salgo a la carretera por la entrada a la Chivera, cruzo al otro lado y me coloco debajo de un árbol donde puedo observar desde cierta distancia el transito. Aquí tampoco podrán agarrarme si no me dejo sorprender, a mi espalda, a solo unos metros esta el bosque del Jardín Botánico. El monte es mío, la calle de ellos- me repito a cada segundo-.
Subo a un ómnibus con solo cuatro pasajeros. A esta hora es así. Hoy es domingo, día de fiesta, descanso y diversión. Viajan repletos de visitantes hacia los dos centros de recreación y regresan vacíos. En la tarde es diferente.
El ómnibus dobla hacia el Globo y cruza por una de las paradas en la salida. Sube el matrimonio que vive al lado de mi casa. Ambos sonríen al verme allí. El hombre me dice: ¿tienes una patrulla esperando a la salida de tu casa y tu aquí?. Yo también sonrió. La mujer me pregunta que porque tanta persecución conmigo. Nada- le contesto- ser defensor de Derechos humanos en una dictadura es peor que ser asesino.
Me bajo en el puente del Caprí. Recibo una llamada que no se escucha muy bien. Solo entiendo que me pregunta que hacia donde voy?. Le contesto que hacia el lugar, suponiendo que sea un agente. De cierta forma eso me emociona, decirle que voy hacia allí y hacerlo.
Subo a una 113. Desde el lugar donde me he sentado observo una patrulla con una moto aparcada delante y unos jóvenes de civil que corren hacia el ómnibus. Me preparo para no hacerle fácil la detención, pero no ocurre nada, es la imaginación del perseguido. Bajo en el puente de 100 y Boyeros y subo a un P-12. Este si no va con cuatro pasajeros, sino con cuatrocientos desafortunados cruzando un desierto. Me quedo en la parada de la Ciudad Deportiva. Son más de las Diez y no he injerido nada. Decido comprar un refresco y una empanada con un vomitivo con el color de la carne, no me queda alternativa, cuanto termine el desfile me encerraran hasta las cinco o las seis de la tarde y el estomago sufrirá mucho.
El refresco -me dice la joven que los expide que esta al tiempo-. No importa, lo acepto – le contesto- . Intento comerme el mejunje lujurioso acompañado con el refresco disfrutando de la sombra de un árbol. Termino y deposito la latica en la javita de un pobre y viejo negro que las recoge junto con pomos plásticos para sustentarse. Es la “revolución” carajo – me digo- un pobre negro recogiendo latas para vivir y un prófugo perseguido como un asesino se tropiezan en un día soleado de Cuba, los dos con hambre. Que coincidencia. Ambos por ser hombres honrados y honestos; Y que ironía a la vez, el perseguido es fugitivo porque reclama para el mendigo.
Subo ahora a una 69, me queda la última etapa del viaje en ómnibus. Antes de subir he pasado un mensaje a mi hermana que voy a entrar por la calle 28 viniendo desde 7ma para que tomen imágenes cuando me arresten. Arturo me llama preguntándome por donde voy. Llegando – le contesto. Me bajo en 23 y 42 y camino por 23 hasta 28. La adrenalina vuelve a fluir al máximo. Le oro a Dios por llegar pero que se haga su voluntad.
Cuando asomo por 7ma y 28 descubro en la esquina de 5ta y 28 una patrulla con varios civiles, me queda una sola posibilidad; el parque que esta frente al mismo parque Gandhi. Los agentes se sientan allí, pero de frente a donde se agrupan las Damas de Blanco y los activistas, cuando se den cuenta ya estaré cruzando 5ta y dentro del parque Gandhi. Esperemos que resulte. No obstante llamo a Reinaldo y le doy detalles.
Avance rápido. Mi hermana y Arturo me divisaron, llegue hasta 5ta y cruce al otro lado sin que nadie osara detenerme. Una vez mas ya estoy seguro de ser partícipe de la Caravana del Terror que cada domingo atraviesa la ciudad entregando esperanzas a unos y miedo, mucho miedo a los tiranos que gobiernan. Una vez más sentiré las garras del poder dictatorial lacerándome las manos, una vez más estaré al lado de las minorías excluidas y atropelladas, una vez más me sentiré un cubano cimarrón, el cubano más libre y mas cubano que ha tenido la isla de Cuba. Una vez más me sentiré un cubano de adentro y de abajo, la única forma que he encontrado de amar a Cuba. Di gracias a Dios por haberme permitido llegar hasta allí y me puse a saludar a todos. (continua)
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