ALGUNOS SON MÁS IGUALES QUE EL RESTO Por Hugo J. Byrne
Hace unos días un popular programa entre los muchos que podemos ver en TV, nos puso a pensar en la mentalidad de quienes escriben los guiones y desarrollan los temas. La manera que usamos mi esposa y yo para decidir lo que vemos es simple: la primera providencia es que todo se resuelva en un episodio (una hora y media, o menos). Nada de longanizas o “culebrones”. Los “culebrones” de la TV son descendientes de las novelas radiales. Las mismas que en nuestro idioma popularizaron autores como Félix B. Caiñet y otros talentosos guionistas de radio en la segunda mitad de los años 40 y cuyas raíces se encuentran a su vez en las llamadas “novelas por entrega”, publicaciones mensuales que en su tiempo se bebían nuestras tatarabuelas. Por supuesto, todos tenemos (o debíamos tener) el derecho de hacer lo que nos venga bien con nuestro tiempo libre, sin afectar negativamente los derechos de otros. La segunda condición es que exista al menos un adarme de humor entre cada charco de sangre, cada balacera y cada corre-corre. Y la última es una línea en la arena que no puede cruzarse y que no es la de Obama: cambiar de estación o apagar el receptor cuando el argumento tropieza con la ética, o el sentido común. A Dios gracias apreciamos la diferencia entre entretenimiento y tontería. En una serie llamada “Foyle’s War”, el protagonista afirma sin sonrojo que “no es lo mismo robar a un rico que a un pobre”. “Really?” El diccionario define el verbo robar como “Tomar para sí lo ajeno, de cualquier modo que sea”, sin referencia alguna al capital de la víctima. También discriminamos a bandidos y cómplices de aquellos quienes respetan la ley. Hace algún tiempo leí en un correo la noción absurda de que “todos los países son de leyes”, ya que “en todas partes hay regulaciones y leyes”. La frase “país de leyes” se aplica sólo a las sociedades libres donde la legislación se formula en debate civil por un parlamento electo por la gente. Además la esencia de libertad es bien real: se disfruta o no. Existe o no. Quien no entienda eso debe cambiar su domicilio para Corea del norte o La Habana. En el territorio que hace más de medio siglo se asentaba la República de Cuba, existe algo muy consistente con el disparate descrito en el párrafo anterior; una “constitución” o carta fundamental. De acuerdo al mismo fantástico concepto, Castrolandia es “un país de leyes”, por disponer del mamotreto que compusieran en exclusividad “Fifo” Castro y Blas Roca durante diez años y que le “ganara” a este último una tumba al lado de la de Maceo en el Cacahual. Para quien crea semejante embuste importa un comino que al final del sucio mamotreto se agregue que todos los “derechos humanos” listados en ese estatuto para esclavos, se supediten a mantener intacto “el mandato socialista”: ¡chúpense esa mandarina! Además el “litmus test” de una sociedad libre lo representa el respeto estricto de la ley por todos los ciudadanos. Especialmente aquellos encargados de hacerlas cumplir. Cuando en 1989 los Castro ordenaron la ejecución de cuatro de sus propios esbirros por “necesidad de estado”, demostraron absoluto desprecio por sus propias “leyes”. En esa oportunidad ninguna de las acusaciones contra los “convictos” acarreaba pena capital en el propio “código penal” castrista. Eso no impidió que los cuatro fueran fusilados por la decisión inapelable de un “Consejo de Estado”, vulgar caja de resonancias de las decisiones de “Fifo” o “La China” y copia burda del Supremo Consejo Fascista de Mussolini. Infortunadamente en la “tierra de los libres” empezamos a cojear del mismo pie: lo prueba el asesinato alevoso de una joven inocente en San Francisco, delante de su padre y a manos de un crápula convicto de siete felonías en Estados Unidos y deportado a Méjico cinco veces. Ese asesinato es el resultado directo de violar leyes federales de inmigración. ¿Quiénes violaron la ley? Empecemos por Obama, quien se cree con poder suficiente para gobernar por decreto. Quienes se asombraron de su luna de miel con la tiranía castrista debían leer su autobiografía. Aunque por favor, no compren el libro. Éste novel millonario hizo su capital desde el poder y a costa de todos nosotros. No necesita ayuda económica: pueden leerlo en la biblioteca pública. La nueva Fiscal General tiene la obligación de encausar al Alcalde de San Francisco y a todos los miembros del la corrupta Asamblea de esa ciudad, incluyendo al Sheriff, quien puso en libertad al felón, dándole así la oportunidad de cometer el homicidio. Todos deben ser enjuiciados por conspiración contra la ley federal y violación flagrante de sus estatutos sobre extranjeros residiendo ilegalmente en Estados Unidos. De no hacerlo, la jefa del Departamento de Justicia se convertiría en un testaferro más, como Eric Holder, el pillo racista que la precedió. Conspiración contra la ley federal por la Ciudad de San Francisco y su política de extender “santuario” a extranjeros ilegales aún en los casos de prófugos peligrosos. Impedir que criminales sean apresados por las autoridades competentes es un delito castigado hasta con 10 años de cárcel. ¿Quiénes deben ser enjuiciados bajo ese estatuto? Por supuesto la Asamblea de la Ciudad de San Francisco, el Alcalde de esa ciudad y el Sheriff. Pero cuidado, el Presidente Obama ha dado orden ejecutiva de no deportar a delincuentes extranjeros convictos de faltas menores. ¿Faltas menores? La definición de felonía es falta mayor y este extranjero y presunto asesino, tiene siete de ellas. Ya se cocina la componenda: ¡un pleito civil! “Never fear Mr. Mayor!” “Never fear San Francisco Councilmen!” “Never fear Mr. President!” “Never fear Mr. Sheriff!” No teman, que a nadie le va a pasar nada. ¿Pero… quién pagará al final? ¿Tienen todos los residentes de San Francisco espejos a mano? Sin embargo, tengo otra pregunta mucho más angustiosa en este triste caso; ¿qué retribución monetaria podría compensar la pérdida de una vida inocente?
hugojbyrne@aol.com
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