'Aquí todos estamos de acuerdo: los disidentes son Fidel y Raúl'. Por Azucena Plasencia Diario de Cuba 2 de agosto de 2015
Amaury Pacheco, Ailer González, Rafael Alcides y Angel Santiesteban en Estado de Sats. (LIA VILLARES)
Rafael Alcides, Ángel Santiesteban y Amaury Pacheco leen en Estado de Sats.
Regresaron los viernes culturales a Estado de Sats con la espléndida presencia de tres poetas: el maestro Rafael Alcides leyó fragmentos de su obra Conversaciones con Dios (2014), que recoge textos suyos aparecidos en revistas del continente; Amaury Pacheco del Monte, fundador de Omni Zona Franca, leyó de Candonga, obra inédita que merece haber salido ya a luz; y Ángel Santiesteban lo hizo con El verano en que Dios dormía (Fra, República Checa), que publicó estando preso.
Entre lectura y lectura, Ailer González, directora artística del espacio, cuestionaba, inquiría a los creadores sobre afectos, pensamientos, conductas con las cuales ellos y sus obras se posicionan ante las circunstancias del país. González intenta trazar un ciclo que no termina de cerrarse con los diferentes actores: el que se va (el balsero de El verano...); el que se quedó (el alter ego de Alcides); el que está (el Omni, por supuesto); y el que regresa...
Luego de un detallado inventario de lo que significó la revolución para su generación, "una revolución que se acabó hace muchos, muchos años", y de puntualizar que "no son los tiempos de Machado o Batista, donde la gente salía impetuosa a las calles sin miedo a quedarse sin sustento, son tiempos del Empleador Único", Alcides declaraba con total certidumbre: "aquí todos estamos de acuerdo: los disidentes son Fidel y Raúl".
Pacheco, mientras tanto, exponía su peregrinaje performático de atravesar la calle (romperla) y su experiencia de ocupa cubano, en Cuba. Santiesteban, cuya prosa era elogiada por Alcides, se manifestaba sobre el dolor y la soledad sufridas estos dos últimos años, así como la solidaridad de los que le alentaron. A la pregunta de "pasar página", confiesa que "no perdona, no puede perdonar".
La lectura
Un oportuno conjuro de Alcides, de magia optimista sobre "lo que se espera y vendrá", dio inicio a La ruta de la Marcha.
Santiesteban, el primero, con el relato de un balsero, su agónica travesía: la del mar y la otra, no menos cruenta, que atañe a sus motivaciones económicas, espirituales. Seguían las oraciones o cartas de Alcides en Conversaciones con Dios, donde la alteración en el sentido filosófico de ese término, el sobresalto, es pulsado con ironía, sabia paciencia de un poeta en soberbia madurez.
Imagen y cuerpo, Alcides suspende su mundo cotidiano, sus preocupaciones habituales en una sospecha, un entredicho: religión, amor, poesía, caminos que el poeta recorre para un verdadero conocimiento de sí mismo. La realidad y la memoria se convierten en obstáculos momentáneos. Así, juez, víctima y testigo, el poeta escapa por la palabra, conciencia de su libertad.
Pacheco del Monte, por su parte, muestra el juego de las onomatopeyas, la jarana, donde mezcla tragedia y ternura, su compromiso ético y político. Juglaresco, destruye las viejas mentiras, original poliedro andante, refleja imágenes físicas, conocidas del malpaís. La calle es un animal, La Rosca que Gira, que gira, que gira...
Los tres, impecables en sus ejercicios de estilo, transmiten lo que significa hoy estar en Cuba, en el mundo.
Destaca el vigor magistral, el aliento apasionado de Rafael Alcides, cuya elegancia, fuerza y coherencia interna solo se logran tras muchos años de reflexión y trabajos previos. Conversaciones… es libro indispensable para el que quiera entender cómo hemos llegado a ser lo que somos, a pensar políticamente lo que pensamos.
Hacia el final, se hizo presente el inolvidable dramaturgo Alberto Pedro (Manteca, Mar nuestro) en la voz de la actriz Iris Ruiz —compañera de Amaury en la aventura ocupa—, quien leyó fragmentos de su "farsa vertiginosa en una jornada": El banquete infinito, obra cubanísima, de principios de los 90, desconocida para muchos y poco, si nunca, representada en Cuba.
La audiencia
De la mano de Brecht, Alcides explicaría lo que es un héroe: le escuchan, en primera fila, un buen número de Damas de Blanco. Paradojas del debate público, donde los profetas no tienen ya lugar y donde se requiere competencia más que retórica u obediencia a consignas, la intelectualidad no presente marca la diferencia.
Vivimos tiempos de pensamiento débil, de fragmentación, de mirada distanciada y burlona hacia la llamada "epopeya nacional". Antiguamente, los intelectuales fundaban revistas, organizaban homenajes, promovían y mantenían tertulias. Se percibían a sí mismos como parte de un grupo, con experiencias similares, con discursos teóricos parecidos y con una tarea colectiva a cumplir. Los medios de comunicación y las nuevas tecnologías derivan en una atomización, una fragmentación del mundo intelectual. Hoy día, el intelectual (¿en democracia?), solo puede aspirar a cumplir la tarea de observador crítico, independiente en sus análisis sobre temas de interés común.
Antonio Rodiles expresó como el encuentro devenía "en burbuja, refrescante respiro entre una y otra marcha dominical". Todos quedan convocados. La poesía quizás no cambie al mundo. La falta de fe, tampoco.
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