¿Un regreso a la escena del crimen?
José Hugo Fernández - Miami Diario de Cuba 3 Nov 2015 [Este Artículo tiene 1 Comentario].
No son pocos los cubanos emigrados que planean el regreso, con la ilusión de invertir sus ahorros en pequeños negocios privados.
Lo mismo en Miami que en La Habana se comenta ahora con un cierto énfasis sobre cubanos emigrados que muestran interés por plantar de nuevo residencia en la Isla. De hecho, no son pocos los que ya lo hicieron. Sobre todo aquellos que han planeado el regreso con la ilusión de invertir sus ahorros en pequeños negocios privados, como restaurantes, transporte público u otros servicios.
Matemáticamente, sus cálculos parecen estar bien pensados, habida cuenta los precios más bien bajos en los que aún pueden adquirir inmuebles y contratar trabajadores en La Habana, a más del alza que hoy experimenta la demanda de los servicios en los que se han propuesto invertir. Es de suponer, asimismo, que hayan estudiado a fondo las muy particulares reglas del juego que imperan en el terreno. Y si así fue, deben saber que van a operar en un mercado en el que la ilegalidad es como el oxígeno, esencial para mantenerse en pie, y también es ley suprema, la del más fuerte, que sigue siendo uno solo, el de siempre.
Por lo demás, se trata de una decisión que merece más elogios que objeciones. No solo porque cada cual tiene derecho a instalarse donde más gusto le dé, siempre que se lo permitan. También porque, aun sin pretenderlo, esos cubanos podrían estar dando un importante paso de avance hacia el futuro de probidad y civismo con el que soñamos todos, por más lejos que aún se aviste.
Es de presumir que durante su experiencia como emigrantes se hayan acostumbrado a vivir en ambientes democráticos, actúando bajo leyes respetables, que no admiten ser violadas. Y es igualmente previsible y deseable que en sus nuevos negocios en la Isla opten por defender esas buenas costumbres. Solo falta por ver cómo lograrían conjugarlas con la realidad.
Personalmente conozco a más de un cuentapropista que ha fracasado en el empeño de llevar por delante la honradez y el total apego a las leyes, por malas que fueren. Igual conozco a varios que se dieron por vencidos o que están al borde de la asfixia económica, debido, entre otras lindezas, al barril sin fondo que conforman sus gastos por concepto de soborno a inspectores y funcionarios corruptos. No transcurre un día, ni uno solo, en los que un dueño de un restaurante en La Habana no se vea obligado a invertir fuerte en el pago de extorsiones.
Algunos lo sobrellevan mejor que otros. Pues existen dos tipos de dueños. Están los auténticos luchadores, que invirtieron todo lo que tenían en un pequeño negocio y ahora sudan sangre para conservarlo, aunque sea con mínimas ganancias. Pero también están los "suertudos" que consiguieron montar uno, dos y hasta más prósperos negocios a un tiempo, y a todo trapo, gracias a milagrosos contactos con gente de arriba. Para los últimos, la amenaza de clausura no es la misma pesadilla con que se levantan y acuestan diariamente los primeros. Aunque tampoco ellos se libran de pagar, a su manera.
Desde luego que los paisanos que regresan del exterior (salvo excepciones) tendrían que aplicar en la categoría de los auténticos luchadores, ya que la otra la integran, en coto cerrado, parientes de la plana mayor, agentes más y menos encubiertos de la policía política, o favorecidos por el clientelismo. Nadie puede poseer dos restaurantes en La Habana sin ser efectivo o cómplice de la dictadura. Y a menos que también lo sea, ningún cuentapropista puede prosperar en forma apreciable sin sufrir el acoso permanente del sistema. Ninguno, en suma, vive sin la angustia de temer a cada minuto que le cierren su negocio.
Tal vez por ello, entre otras cosas, hay quienes desaprueban este proyecto de algunos emigrados, que si se mira desde un ángulo grave bien podría calificarse como una especie de retorno a la escena del crimen. Solo que para el caso quienes retornan no son los criminales (que nunca se han ido) sino sus damnificados.
No hace mucho, el Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS), con sede en La Habana, llegó a la conclusión de que más del 90% de las familias cubanas incurren en delitos como única alternativa para remediar sus necesidades básicas. De haber profundizado como es debido, estoy seguro de que el 10% que les faltó también encontraría acomodo en esa lista. La ilegalidad no solo ha sido durante demasiado tiempo nuestra irremediable tabla sobre la marejada. También es el oxígeno y el hidrógeno del régimen. Nos necesita infractores de la ley para mantenernos dominados y manejables. Sobre todo ahora, y en especial a los que pujan por sacar la cabeza.
Son detalles que posiblemente conozcan los compatriotas emigrados que regresan ansiosos por moler su zafra en la Isla. Si los conocen, y, no obstante, prefieren hacer de tripas corazón ante aquella sentencia bíblica según la cual "la prisa es madre del error", entonces no queda sino extenderles nuestra enhorabuena.
1 COMENTARIO:
#1- Alberto Gutiérrez Barbero: "Mientras la tiranía castrista oprima a Cuba los cubanos que regresen del exilio para invertir allá dinero en cualquier tipo de negocio, tienen demasiado poca o ninguna vergüenza."
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