No.1- EL SUICIDIO DE UN PARTIDO. Por Alfredo M Cepero. Director de /La Nueva Nación/. Sígame en /Twitter/.
"Yo no puedo adivinar cuál será la conducta de Rusia. Es un acertijo, envuelto en un misterio, dentro de un enigma; pero quizás exista una llave. Esa llave es el interés nacional de Rusia", Winston Chruchill.
Los rusos actuaron en concordancia con sus intereses nacionales y Churchill fue un patriota que salvó a Inglaterra de ser exterminada por los nazis y un líder que puso los intereses de su patria por encima de sus intereses personales. Algo totalmente opuesto a la conducta de los aprovechados y oportunistas de ambos partidos que en los últimos veinte años han llevado a esta nación al borde del abismo. La llave que explica a cabalidad el panorama alucinante de estas elecciones presidenciales de 2016 en los Estados Unidos es precisamente el predominio de los intereses de las élites de ambos partidos sobre los intereses de la nación norteamericana.
Eso explica el fenómeno llamado Donald John Trump, un multibillonario casi septuagenario con tres matrimonios, cuestionables operaciones empresariales, zigzagueantes posiciones políticas y tardía conversión a la ideología conservadora que dice profesar. Pero todas esas contradicciones son ignoradas por una proporción considerable de una ciudadanía harta de ser utilizada y manipulada por profesionales del engaño y de la mentira. Donald Trump no es un candidato serio con un plan elaborado para solucionar los grandes problemas nacionales. Pero su retórica encendida le ha ganado el apoyo de evangélicos, conservadores, obreros y gente de clase media que hasta ahora se han sentido ignorados por las maquinarias de ambos partidos.
En los últimos meses he expresado mi oposición a las aspiraciones presidenciales de este personaje. He dicho, por ejemplo, que: "Al igual que Barack Obama, Donald Trump se considera un escogido de los dioses y un ser superior a todos aquellos que lo rodean. Como Barack, Donald es narcisista, arrogante y ególatra. Dos falsos Mesías vestidos con distintos ropajes". También he expresado mi preocupación sobre la probabilidad de que su temperamento imprevisible y competitivo lo lance a la aventura de aspirar por un tercer partido si no es postulado por el Partido Republicano. Entonces dije:"… pienso que, de postularse por un tercer partido, Trump podría restarle hasta un 20 por ciento de la votación total a cualquier otro candidato republicano. La misma proporción que le restó Ross Perot al primer Bush en las presidenciales de 1992 y que puso a Bill Clinton en la Casa Blanca con sólo el 43 por ciento de los votos".
Ahora, sin embargo, aparece en el horizonte la posibilidad ominosa de que los jerarcas que hasta ahora han controlado al Partido Republicano se muestren tan intransigentes como Trump. Si este último fuera postulado, amenazan con la barbaridad de crear un partido "conservador" a su medida y postular a un candidato que se enfrente al magnate. Se abrirían entonces tres frentes en la batalla por la Casa Blanca con los demócratas disfrutando de una definitiva ventaja. Ahora bien, es importante apuntar que el nivel de desaprobación de Hillary es tan alto que difícilmente le permita lograr el 50 más uno por ciento de los votos para ganar las presidenciales en una confrontación entre dos candidatos. Sin embargo, el voto duro de sus huestes de izquierda y de grupos minoritarios alcanza por lo menos el 40 por ciento del electorado. No hay que ser un genio matemático para concluir que el candidato oficial del Partido Republicano no tendría probabilidad alguna de derrotar a una candidata que, de otra manera, perdería las elecciones.
El problema con esta iniciativa bautizada como "Nunca Trump" es el viejo adagio de que no es posible derrocar "algo con nada". El movimiento de "Nunca Trump" tiene un mensaje claro y convincente--el tipo es un charlatán peligroso--pero no tiene un candidato para enfrentárselo.
Sin embargo, esta lógica no parece desanimar a la brigada de "Nunca Trump" en su intento de impedir el cambio radical que implicaría para el partido un presidente Trump. Uno de sus líderes, el activista republicano de la Florida, Rick Wilson, ha llegado a decir que "Hillary lo aventaja en el hecho de que, por lo menos, ella no está clínicamente loca". Las filas de este movimiento han sido fortalecidas por la participación de donantes multimillonarios como Meg Whitman, Presidente de Hewlett-Packard, Todd Ricketts, co-dueño de los Cubs de Chicago y Paul Singer, billonario que acumuló su fortuna especulando en la bolsa de valores. Esta gente ha prometido financiar la campaña del incipiente tercer partido.
Por otra parte, esta conflagración indescifrable ha creado aliados incomprensibles. Hasta un periódico tradicionalmente hostil a los republicanos como The Washington Post se presenta ahora defendiendo la supuesta integridad del partido. El mismo Post que denunció a Nixon por el escándalo de Watergate y ha encubierto los desmanes de los Clinton en su larga carrera criminal editorializa ahora que es necesario detener a Donald Trump. "Los líderes republicanos deben de condenar a Donald Trump en forma clara y categórica, aún a expensas de dividir al partido", ha sermoneado el Post. Y en un tremendismo poco característico de su trayectoria ha escrito: "No vale la pena salvar a ningún partido a expensas del bienestar de la nación". Un sermón digno de un Papa Francisco que está dividiendo a su iglesia.
Pero quienes han puesto literalmente la tapa al pomo han sido Mitt Romney y John McCain. La semana pasada Romney pronunció una conferencia en Utah que dedicó en su totalidad a atacar las credenciales y la integridad de Trump. Al día siguiente se le sumó el senador John McCain. Ambos dijeron que jamás votarían por Trump si éste fuera postulado por el Partido Republicano. Resulta irónico que dos hombres que fracasaron en sus campañas presidenciales porque no supieron enfrentarse a Obama vengan ahora a dictar cátedra sobre lo más conveniente para el partido y para la nación. Afortunadamente ya nadie los escucha. Ambos debieran tomar nota de las declaraciones del ex vicepresidente Dick Cheney y de los candidatos opositores a Trump en estas primarias que se comprometieron todos a apoyar al último si éste fuera el candidato oficial.
Esa es precisamente la actitud y la conducta que deben de predominar si los republicanos quieren ahorrarle a este país otros cuatro años de estancamiento económico, crispación racial y desprestigio internacional de los ocho años de Barack Obama. Porque eso es lo que sería una presidente Hillary Clinton. Mis preferencias siguen siendo Marco Rubio, Ted Cruz y Donald Trump, estrictamente por ese órden. Jamás Hillary Clinton. Votaría hasta por el negro Pánfilo, el valiente que se le enfrentó a los Castro diciendo a los cuatro vientos que "en Cuba no había 'jama' (comida)", porque Pánfilo es un hombre humilde que no tiene problemas con la verdad. Si, como ha propuesto el trasnochado de Mitt Romney, me quedara en casa, estaría ayudando a elegir a Hillary Clinton.
La buena noticia es que una "nueva mayoría" ha estado participando en las encuestas y votando en estas primarias republicanas. Un entusiasmo que no era visto desde las victorias arrolladoras en 49 estados en las eras de Richard Nixon y Ronald Reagan. Ese es un tesoro que no puede permitirse que sea dilapidado por los obtusos que prefieren destruir al partido antes que apoyar a Donald Trump.
Pero la mejor noticias es que en menos de una semana, después de las primarias de Ohio y de la Florida, los campos se habrán definido. Si Rubio y Kasich pierden sus respectivos estados y Donald Trump saca ventaja a Cruz en las primarias de los estados del noreste el camino a la postulación estaría abierto para el "indeseado" de la vieja guardia republicana. Entonces, el partido que nació predicando la unidad en la convención de Filadelfia de 1856 tendrá la oportunidad de predicar con el ejemplo declarando un alto al fuego en esta sangrienta guerra civil de 2016. Si no lo hace estará cometiendo suicidio y causando un daño irreparable a la nación norteamericana.
No.2- LA GUERRA ABIERTA DE UNA "CONVENCIÓN ABIERTA". Por Alfredo M. Cepero.
Tres hombres con respaldo y dinero suficientes para perseverar en la contienda por largo tiempo en una lucha que beneficiaría al candidato del Partido Demócrata.
La redundancia en el título de este trabajo no será gramaticalmente elegante pero describe a cabalidad el probable desenlace de estas primarias republicanas después de los resultados de Carolina del Sur. Con el 99% de los votos escrutados, Trump contaba con el 32,5% de los votos, seguido por los senadores Marco Rubio (22,5%) y Ted Cruz (22,3%), prácticamente empatados. A mucha distancia, se situaba el cuarto más votado: el exgobernador de Florida Jeb Bush (7,8%).
Marco mostró un desempeño por encima de lo vaticinado por las encuestas después del traspié que le puso Chris Christie en las primarias de New Hampshire, donde quedó en quinto lugar. Atribuyo su éxito a dos factores. Su brillante participación en el debate de Carolina del Sur y el apoyo de los tres políticos más populares en ese estado. Fue como un regalo de Reyes Magos en una navidad política. Pero estos tres no se llaman Melchor, Gaspar y Baltasar sino Nikki (Haley), Tim (Scott) y Trey (Gowdy). Una mujer india con una inmensa popularidad como gobernadora, un hombre negro criado sólo por su madre que ha llegado al senado de los Estados Unidos y un joven tozudo que encabeza el comité del Congreso que investiga las tropelías de Hillary Clinton.
Por su parte, Jeb Bush no tuvo otra alternativa que responder a las presiones de sus donantes y suspender su campaña a la presidencia. En este sentido, la salida de Bush tiene todos los ingredientes para redundar en beneficio de Marco Rubio. Abre el camino al núcleo poderoso del Partido Republicano para cambiar de favorito sin herir a la dinastía Bush. Jeb era sin dudas el candidato del partido hasta que Donald Trump se le atravesó en el camino y lo pulverizó con todo tipo de insultos e improperios.
Marco es ahora el instrumento idóneo para detener la carrera vertiginosa y contenciosa de dos hombres aborrecidos por el partido, Donald Trump y Ted Cruz. Marco es un hombre inteligente, joven, conservador y carismático que, en unas elecciones generales, contrastaría con la senectud y la ideología de extrema izquierda de Hillary Clinton o Bernie Sanders. De hecho, todas las encuestas lo dan como el candidato que más ventaja sacaría sobre Hillary en unas elecciones generales.
Volviendo al título de este trabajo, una "guerra abierta" es fácil de explicar. Es sinónimo de una guerra a muerte donde no se da cuartel ni se toman prisioneros. Hasta ahora las batallas han sido intensas pero ninguna ha alcanzado el nivel de una guerra abierta. Esa es la situación que contemplamos en este momento. Por otra parte, lo de una "convención abierta" necesita una explicación más elaborada.
Veamos. Según los procesos de postulación en ambos partidos norteamericanos, cuando un candidato no ha logrado los votos necesarios para ser postulado en primera vuelta la convención es declarada abierta (brokered convention en inglés). Los delegados a la convención son liberados de votar por el candidato que ganó las primarias en sus respectivos estados. La postulación se lleva entonces a cabo por un proceso de negociación entre los delegados hasta que uno de los aspirantes logra la mitad más uno del 50 por ciento del total de los votos estatales. En la Convención Nacional Republicana, que tendrá lugar este año entre el 18 y 21 de julio, en Cleveland, Ohio, participarán 2,472 delegados. El número mágico para lograr la postulación será 1237, la mitad del total, más uno.
Curiosamente, la idea de una convención abierta está siendo contemplada por la jerarquía del partido, así como por Marco Rubio y por Ted Cruz. Marco Rubio, respondiendo a una pregunta, lo reconoció hace unos días como una probabilidad. Ted Cruz, ante su incapacidad de descarrilar el tren arrollador de Donald Trump, podría estar contemplando una convención abierta como solución a este nudo gordiano. Tres hombres con respaldo y dinero suficientes para perseverar en la contienda por largo tiempo en una lucha que beneficiaría al candidato del Partido Demócrata.
Por su parte, Donald Trump es el único de los tres que rechazaría en este momento una convención abierta porque ve cerca la posibilidad de lograr los votos necesarios para ser postulado en primera vuelta. Y si los otros dos no logran restarle suficiente número de votos en las primarias que se avecinan muy bien podría lograrlo. De ahí que vaticino una verdadera guerra a muerte en las próximas semanas.
Pero si Trump se queda corto y se producen negociaciones o manipulaciones en el seno de la convención que le resulten adversas las cosas podrían complicarse. Trump no maneja bien la derrota y, si no se sale con la suya, podría lanzarse a la aventura de una tercera candidatura que, en mi opinión, daría la victoria al candidato demócrata. Tal como ocurrió en 1992 cuando Ross Perot facilitó el triunfo de Bill Clinton con solo el 43 por ciento de los votos frente a George H.W Bush.
Desgraciadamente para quienes nos oponemos a que Trump sea postulado, no parece haber otro instrumento para detener su postulación que una convención abierta. Y, para bien de la nación y del partido, tenemos que detenerlo aunque el precio sea una convención más contenciosa que ninguna otra en mucho tiempo. Porque, aunque Trump disfruta del apoyo de casi un 40 por ciento de los elementos radicales dentro del partido, su retórica ofensiva le impediría sumar a republicanos moderados y votantes independientes a su campaña. De hecho, todas las encuestas muestran que sufre un alto porcentaje de rechazo y aparece como el más débil para ganarle a Hillary Clinton. Como diría mi abuela, ¡Que Dios nos coja confesados!
No.3- EN PELIGRO LA ESTRELLA DE MARCO. Por Alfredo M. Cepero
Quiso lucir presidenciable y volar por encima del insulto pero apareció débil en una temporada política en que los votantes republicanos quieren más un "vengador" que un estadista.
Hasta el pasado sábado 7 de febrero Marco Rubio parecía destinado a hacerse con la postulación presidencial del Partido Republicano. Marco era una especie de estrella polar que señalaba el rumbo hacia una victoria republicana en noviembre. Pero entonces ocurrió el octavo debate del partido en el largo y accidentado camino a la postulación en sus primarias más intensas y controvertidas en más de medio siglo. Por primera vez en estas primarias la estrella de Marco Rubio fue opacada por las nubes borrascosas de un desesperado Chris Christie que se aferraba a su última oportunidad de mantenerse en la contienda. El pendenciero insolente que ha hecho de la diatriba y del insulto su preferida estrategia política le enfiló todos sus cañones y Marco quedó tan paralizado como un venado cegado por las luces de una rastra que se le viene encima.
En el intenso intercambio con Christie no se trataron temas de alta política que pudieran ayudar a superar la crisis creada por el inepto ideólogo de la Casa Blanca. Fue simplemente una confrontación de caracteres y voluntades. Un duelo a muerte en un "OK Corral" en que Christie salió victorioso. Marco buscó refugio atacando a Obama y diciendo que era un Maquiavelo que sabía lo que estaba haciendo para transformar a la sociedad norteamericana. Un señalamiento demasiado profundo que escapa a la percepción de la mayoría del electorado y no tiene utilidad alguna como punto de campaña. Quiso lucir presidenciable y volar por encima del insulto pero apareció débil en una temporada política en que los votantes republicanos quieren más un "vengador" que un estadista. Y ese error de cálculo podría costarle caro.
Pero lo peor de todo es que Maco Rubio y su equipo ignoraron la guerra avisada de Chris Christie durante la semana previa al debate. Con un nivel de aprobación por debajo del 4 por ciento, Christie empezó a referirse a Rubio como el "niño en la burbuja" y a decir que todo lo que hacía era repetir una monserga que tenía memorizada. Hasta ese momento, Rubio aparecía como la alternativa a Jeb Bush que contaría con el apoyo de la guardia atrincherada del Partido Republicano. Christie sabía que, para tener vida después de New Hampshire, tenía que destruir al heredero y convertirse en otra alternativa de los grandes intereses del partido. Y no me caben dudas de que, al menos por el momento, logró su propósito.
En el momento en que escribo estas líneas no han tenido lugar aún las primarias de New Hampshire que serán el termómetro que nos permitirá medir el daño sufrido por Marco Rubio y los beneficios logrados por Christie como resultado de este duelo de palabras. Entonces sabremos si la sonrisa "angélica" de Marco lo inoculará de los dardos venenosos del belicoso Chris Christie. Mientras observaba el debate me pasó varias veces por la mente que la ciencia de la política es quizás una de las más alejadas de las matemáticas. Mientras en la segunda predomina la certeza, la primera está plagada de incertidumbre.
Sin embargo, hay algo donde no tengo la menor duda. El debate en New Hampshire ha prolongado las primarias republicanas y abierto nuevas esperanzas a otros aspirantes a la postulación. La lista que pudo haberse reducido a cuatro candidatos con probabilidades de ser postulados parece ahora haber aumentado a seis: Trump, Cruz, Rubio y los gobernadores Bush, Kasich y Christie. Lo que pudo haberse decidido en Carolina del Sur podría prolongarse hasta Nevada e incluso a las primarias del "Supertuesday" el primero de marzo. Un gran regalo para un Partido Demócrata que podría verse obligado a sustituir a Hillary Clinton como su abanderada si esta llegara a ser enjuiciada. Por otra parte, no tengo dudas de que, aunque Marco Rubio podría todavía superar este tropezón, no puede darse el lujo de sufrir otro descalabro porque quedaría eliminado de la contienda por la presidencia.
Quiero, antes de terminar, dejar bien claro que Marco Rubio sigue siendo mi candidato preferido, aunque votaría por cualquiera de los republicanos con tal de salir de este pantano de izquierda y demagogia en que nos ha sumido Barack Obama. Lo considero además el más capacitado para unir a las distintas vertientes del Partido Republicano, atraer a un buen número de votantes independientes, poner de moda la filosofía conservadora y derrotar a una Hillary Clinton que, con el perdón de las abuelas, parecería su abuela en cualquier debate televisado frente a este joven optimista y elocuente. Eso tiene que tener desvelados a los dos ancianos perversos que mienten, roban y calumnian con tal de regresar a la Casa Blanca.
Pero, como decimos en nuestra lenguaje cotidiano, Marco Rubio "tiene que ponerse las pilas". Darse cuenta de que, antes de llegar a las elecciones generales, tiene que ganar las primarias confrontando a gente que juega con cartas marcadas y desafiando intereses poderosos que están empecinados en mantener sus privilegios. Frente a ellos de nada le valen su "pico de oro" y su sonrisita del millón de dólares. Tiene que pegarle duro a sus adversarios una y otra vez para demostrarle a sus seguidores que, detrás de la elocuencia y de la sabiduría, hay un macho que no se deja intimidar por Chris Christie ni se dejará intimidar por Vladimir Putin.
No.4- LA FASCINACIÓN DE LAS MASAS CON LOS FALSOS MESÍAS. Por Alfredo M. Cepero
"No siendo capaces las muchedumbres ni de reflexión ni de razonamiento, carecen de la noción de lo inverosímil, porque generalmente las cosas más inverosímiles son las que hieren más profundamente en su espíritu". (Psicología de las Multitudes, Gustavo Le Bon, Cap. III).
Muchos de quienes hemos observado durante años a la sociedad norteamericana y a su extraordinario experimento de democracia, hemos atribuido cualidades superiores a su pueblo. La racionalidad, la disciplina, la puntualidad y la ética de trabajo de sus hombres y mujeres fueron para muchos de nosotros ejemplos a seguir y metas a conquistar. Jamás se nos habría ocurrido que en los Estados Unidos pudiera ganar influencia o poder un orate como Adolfo Hitler, un simulador como Fidel Castro o un payaso como Hugo Chávez.
Hagamos un breve recorrido por el camino seguido por estos farsantes para esclavizar a sus pueblos. En noviembre de 1923, un desconocido Adolfo Hitler y un reducido grupo de seguidores intentaron dar un golpe de estado en Munich a un legítimo gobierno alemán. El intento fracasó y Hitler fue a parar a la cárcel pero sirvió de inicio a su carrera política. Nueve años más tarde, el Partido Nacional Socialista de Hitler llegó al poder por elección popular, aunque sin la mayoría absoluta que demandaba el endemoniado.
Para lograrla por la violencia, el 27 de febrero de 1933 prendió fuego al Reichstag (Parlamento Alemán), anuló importantes derechos fundamentales como la libertad de opinión, de prensa, de asociación y reunión, se suspendió el secreto epistolar y telegráfico, así como la garantía de la inviolabilidad del domicilio y se autorizó a la policía a prohibir reuniones. Así empezó el régimen que, según Hitler, perduraría por un milenio pero que terminó doce años más tarde con el saldo alucinante de los 60 millones de muertos de la Segunda Guerra Mundial.
El 26 de julio de 1953, un pandillero de 26 años de edad encabezó a un abigarrado grupo de jóvenes ilusos que entraron a tiros en un cuartel militar de la dictadura de Batista y, en una orgía de sangre, dieron muerte incluso a enfermos recluidos en el hospital de la institución. Como su ídolo alemán, Fidel Castro fue a parar a la cárcel. Y, siendo un discípulo aventajado, seis años más tarde, el primero de enero de 1959, se hizo con más poder que ningún otro gobernante previo en la convulsionada historia de Cuba. La pesadilla que ha desatado por 57 años le ha robado al cubano no sólo la prosperidad material sino sus principios morales y su dignidad personal. Hoy somos un pueblo sin derrotero y sin puerto que no encuentra donde anclar el barco de su esperanza.
Volviendo a su camino diabólico, a partir de 1959 Castro desplegó una habilidad extraordinaria para el engaño, la mentira y el encantamiento de un pueblo arrodillado a sus plantas. Desde un principios negó ser comunista y dijo que celebraría elecciones libres, que no estaba interesado en el poder, que no utilizaría la fuerza para mantenerlo y que se iría cuando el pueblo no lo quisiera. Prometió cosas descabelladas como que Cuba tendría el mejor ganado del mundo, que produciría más naranjas que la Florida, que pronto se convertiría en exportador de petróleo y que el pueblo alcanzaría un nivel de vida superior al de los Estados Unidos.
Pero donde alcanzó la cima de lo inverosímil y perpetró la mayor burla contra un pueblo crédulo fue cuando dijo que su Vaca Ubre Blanca daría leche suficiente para llenar la Bahía de La Habana. El resultado trágico es tan conocido que basta con resumirlo. Centenares de miles de presos por el simple hecho de contradecirlo, dos millones de cubanos regados por el mundo y más de 100,000 muertos entre fusilados, asesinados, muertos en prisión, misiones internacionales y devorados por los tiburones en el Estrecho de la Florida. Nunca ha celebrado elecciones libres pero estoy seguro de que si lo hubiese hecho en los primeros cinco años de su "reinado" las hubiera ganado con facilidad.
Al mismo tiempo, el discípulo de Hitler tuvo también su propio discípulo en un payaso carismático llamado Hugo Chávez. En 1992, aquel analfabeto osado intentó dar un golpe de estado contra el gobierno constitucional de Carlos Andrés Pérez pero fracasó en el intento. Como Hitler y Castro, Chávez sufrió primero cárcel y después destierro. Regresó de su curso en La Habana preparado para hacerse con el poder por el mismo camino del engaño de los dos anteriores. Entre 1998 y 2012, Chávez ganó cuatro elecciones presidenciales contra cuatro contrincantes diferentes, por lo menos las primeras tres con resultados reales.
En el curso de esos 14 años, Chávez dijo que no sería dictador, prometió que no confiscaría empresas privadas y afirmó que respetaría la libertad de los medios de comunicación. Cuando la providencia se apiadó de Venezuela y se lo llevó a la tumba ya Chávez no sólo había violado todas sus promesas sino había sumido en la miseria a su pueblo para mantener en el poder a la tiranía obsoleta y al régimen fracasado de los hermanos Castro. Como los cubanos, los venezolanos no escucharon a quienes tratamos de advertirles sobre el terremoto que se les venía encima y, como los cubanos y los alemanes, los venezolanos cayeron presa del encantamiento de su Mesías.
Por estos días los Estados Unidos parecen enfilarse por el mismo camino de los alemanes, los cubanos y los venezolanos. En un panorama nacional hipertrofiado por la pesadilla que ha sido Barack Obama, aparece un Donald Trump con su narcicismo galáctico, su conducta incoherente y su retórica corrosiva. Con ello se ha ganado un lugar destacado en el salón de la fama de los falsos Mesías y puesto en peligro la tarea de restaurar la armonía tan necesaria en esta sociedad pulverizada por el fanatismo y la polarización.
En realidad, Trump y Obama, dos hombres, supuestamente ubicados en polos opuestos del espectro ideológico, tienen tantas similitudes como diferencias. Pero, como la paciencia del lector es limitada, destacaré solamente la capacidad de ambos para hechizar multitudes y la inmensa habilidad para manipular a las comunicaciones masivas. Obama llegó al poder sin dar detalle alguno sobre sus planes de gobiernos. Su lema central de "Hope and Change" (esperanza y cambio) fue diseñado para estimular sentimientos de solidaridad hacia un joven elocuente e "idealista" que era hijo de una raza sufrida. La gente le dio un cheque en blanco en el cual Obama ha escrito 20,000 millones de dólares de una deuda nacional que ha hipotecado por muchos años a los Estados Unidos.
Aunque desde un ángulo diferente, Donald Trump está haciendo algo muy parecido. Cuando algún periodista le pregunta sobre planes específicos de gobierno, Trump la emprende con una diatriba sobre la incompetencia de Barack Obama y la corrupción de los políticos de ambos partidos. Insulta a sus adversarios en las primarias republicanas y amenaza a gobiernos como los de China, Japón y México con los cuales los Estados Unidos han mantenido y seguirán manteniendo relaciones políticas y comerciales. En esto difiere del simulador y cautelosos Barack Obama de las elecciones del 2008. Pero al igual que Obama, su lema de "We will make America great again" (Haremos a America grande de nuevo) no es un plan de gobierno sino un mensaje de alta carga emotiva a quienes resienten el deterioro de los Estados Unidos en los últimos siete años. Dos falsos Mesías vestidos con distintos ropajes.
En conclusión, el éxito de estos cinco farsantes en su misión de hacerse con el poder absoluto demuestra que tanto pueblos de supuestos altos niveles de desarrollo económico, madurez ciudadana y sofisticación cultural como pueblos considerados más atrasados son vulnerables al hechizo de los falsos Mesías. Podríamos quizás aventurarnos a decir que a pesar de los adelantos de la civilización desde la llegada del hombre a la Tierra, de todas las conquistas sociales, de los descubrimientos de la medicina y de los progresos tecnológicos, el hombre de los rascacielos y el hombre de las cavernas comparten los mismos instintos básicos y padecen de las mismas debilidades. Quizás la mejor enseñanza que podemos sacar de todo esto es que la libertad nunca está totalmente segura y que el precio de mantenerla es la vigilancia perpetua.
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