Los hombres de la Sierra Maestra Por Roger Redondo González publicado por Félix José Hernández
De izquierda a derecha: Dunney Pérez Alamo, José Reyes, Joel Chaveco y Raúl Varandela, en la Sierra Maestra. (1958)
París, 10 de mayo de 2016.
Querida Ofelia:
Hoy te envío el interesante testimonio que me dio recientemente en Miami el fundador de la guerra en el Escambray en los años cincuenta, Roger Redondo González.
“Sería al final del mes de julio de 1959, me encontraba instalando un televisor nuevo en mi hogar situado en la calle F en el habanero barrio de El Vedado. En ese momento tocaron a la puerta, mi esposa Olga, me avisó que el visitante era un amigo mío. Al llegar a la sala me encontré con el comandante Félix Duque, el cual era espirituano como yo. Nos conocíamos pero no nos habíamos tratado mucho. En cambio con su hermano sí y en menor grado con sus hermanas. Félix pasaba mucho tiempo fuera de Santi Spiritus y cuando estaba en el pueblo, siempre tenía problemas y peleas. Yo sabía que él conspiraba contra Batista, pero sus actividades revolucionarias no las realizaba en Santi Spiritus.
Félix tenía un tío, que era dirigente del Movimiento 26 de Julio. A mí me extrañó mucho su visita, pero más aún cuando me dijo que venía a tratar un caso muy confidencial. Félix fue uno de los primeros guerrilleros que se unió a Fidel Castro en la Sierra Maestra. Era algo díscolo, pero muy valiente y era de los hombres que hacían falta para la insurrección. Aunque no era muy inteligente, llegó a formar parte de los hombres más cercanos a Fidel Castro.
Para atender a Duque, le pedí a mi esposa que nos dejara solos. Ella no decía nada cada vez que eso pasaba, yo no la dejaba saber de mis actividades por su bien. Se iba disgustada, pero sabía, que eso era definitivo y que no tenía remedio.
Poco después del desembarco del Granma, donde fue diezmada la mayor parte de los expedicionarios, llegó a la Sierra Maestra un refuerzo desde la ciudad de Santiago liderado por Jorge Sotu. Era el primer refuerzo que le mandaba Frank País a Fidel. Huber Matos, que residía en Manzanillo, prestó un camión de su propiedad para trasladar el refuerzo y como los caminos estaban en mal estado, el vehículo fue abandonado. Por el número de la chapa la policía de Batista pudo identificar al propietario. A Huber Matos le era muy fácil salir de su casa caminando y en un par de horas ya se encontraba en territorio rebelde. Sin embargo, Huber se fue a la ciudad de Cienfuegos y de allí a la lejana Costa Rica. Desde allá regresó en un avión a la Sierra Maestra con un cargamento de armas.
Fidel Castro nombró comandante a Huber Matos por encima de sus ya veteranos guerrilleros. Con sólo cinco meses en la sierra de guerrillero, Huber pasó a primer plano, impuesto por el jefe del Movimiento 26 de Julio. Fidel siempre fue así, ese es uno de sus defectos. Nombraba a la gente por su percepción personal en el momento y no por sus méritos. Matos tenía menos méritos que Duque, pero así eran las cosas. Duney Pérez Álamo fue otro caso parecido, con más méritos que Matos tuvo que subordinársele.
Félix Duque me dijo en casa: ‘mi hermano, me han contado los problemas que tú has tenido con los comunistas. Joaquín Ordoqui ya tiene tomado el mando de todas las ramas militares, y van a dar un golpe. Raúl me nombró jefe de las Fuerzas Tácticas de la provincia de Oriente y vengo a solicitar tu ayuda para conseguir oficiales del Escambray que no sean comunistas, para cuando ellos den el golpe, nosotros nos quedemos en la Sierra Maestra, para defender a Fidel’.
Mientras Duque hablaba, por mi mente pasaban muchas ideas: desde que o se había vuelto loco o era un provocador que me tendía una trampa. Por supuesto, lo que Félix Duque no sabía era que yo veía con frecuencia a Fidel y que estaba en las actividades de la conspiración Trujillista. Aunque esas citas con Fidel eran secretas.
En aquel instante le pregunté a Duque por qué no se lo había comunicado a Fidel y me respondió que todo el que se acercaba a Fidel para informarle sobre esta cuestión, lo apresaban o lo votaban.
Le contesté: ‘bueno Félix nosotros estamos dentro de las fuerzas armadas no es lo mismo que si trabajáramos en el Ministerio de Obras Públicas. Tú has venido a mi casa a darme esa información, como no te quiero engañar e ir por mi cuenta sólo a comunicar un golpe de estado, si tú no vas conmigo, voy a ir a ver a Camilo, para informarcelo esta misma noche’.
Duque se paró muy alarmado y me respondió: ‘a Camilo no, porque a él lo tienen rodeado, o es un melón: verde por fuera y rojo por dentro’.
Le repliqué: ‘pues entonces vamos a llamar a Raúl Castro, ya que él se fue del partido para el 26 de julio y eso no lo perdona el partido. Entre el partido y su hermano él se tiene que decidir por su hermano’.
Yo no tenía teléfono en casa pero al lado vivía una muchacha llamada Olga, la cual nos prestaba el suyo. Duque tenía el número de Raúl, lo llamó y le pidió una cita urgente. Duque había dejado su carro en la calle Línea a más de tres cuadras de mi apartamento, sabiendo que en mi calle había lugar para parquear.
Yo conocía la casa de Raúl en Ciudad Libertad, pero la nueva no. Raúl Castro se había mudado a un apartamento, cerca del zoológico, a un edificio de cuatro o cinco pisos donde me llevó Duque. Desde abajo lo vimos en un balcón conversando con un hombre que Duque no conocía pero yo sí y muy bien, pues era Luis Mas Martín. Le dije a Duque no hablara con Raúl delante de Mas Martín, pues éste era un hombre fuerte del partido. Tomamos un pequeño elevador y ya dentro del apartamento, Duque se fue a otra habitación con Raúl y yo me quedé conversando con Mas Martín. Le pregunté qué hacía y dónde trabajaba. Me respondió: ‘trabajo y vivo aquí en casa de Raúl, paso aquí las 24 horas del día’.
En ese momento pensé: o Raúl está bajo control o está en la jugada también.
En menos de diez minutos, salió Duque y ya en la calle, le pregunté sobre el tema que trató con Raúl. Me dijo que no tocó el tema porque se dio cuenta a causa de la presencia de Mas Martín, que los comunistas lo tenían todo controlado. Solamente le había hablado acerca de como escoger a algunos oficiales para formar las Fuerzas Tácticas de la provincia de Oriente, con gente que no fueran amigos para tener más autoridad y para que el amiguismo no fuera un obstáculo al implementar la disciplina. También, Duque le pidió una cantidad de dinero para los gastos y había conseguido el visto bueno de Raúl.
Regresamos a casa, y mientras mi esposa dormía, nosotros en la mesa del comedor conformamos la lista de los oficiales, para la Fuerzas Tácticas de la provincia de Oriente.
Esta fue la estructura: jefe comandante Félix Duque, segundo al mando, capitán Raúl Varandela. Oficiales del II Frente del Escambray: capitán Jesús Caballero Gómez, capitán Roberto Sorí, capitán Reinaldo Abreu, un grupo de tenientes, y un número de clases y soldados cuyos nombres no recuerdo.
A pesar de estar casi toda la noche sin dormir, me levanté temprano en la mañana, para despertar a Menoyo que nunca se despertaba antes de las diez a.m. Mientras estuve esa noche tratando con Duque, Menoyo llegó muy tarde, pues había estado reunido con Fidel, tratando el caso de la Operación de Trujillo. Me costó trabajo despertarlo y no se puso alerta hasta que su mamá Mercedes le dio una taza de café y encendió un cigarrillo. Eloy escuchó mi historia, que yo creía que era muy importante, pero sólo conseguí una larga sonrisa.
Menoyo me dijo: ‘Roger estás viendo fantasmas. Ese guajiro está loco. ¿Tú vas a creer que esos viejos manengues, van a atreverse hacer algo? Ellos lo que están es politiqueando para conseguir puesto en los sindicatos, como siempre han hecho. ¿Cómo tú crees que yo le voy a tratar eso a Fidel, esas boberías? Tienes que descansar unos días, te has quemado con tanto ajetreo, en La Habana. Vete con Olga unos días para Sancti Spiritus a descansar unos días’.
Seguí el consejo de Eloy y me fui para la casa de la familia de mi esposa para Banao, cuatro o cinco días.
De verdad, eran demasiados los problemas, aún estando física y mentalmente en óptimas condiciones, para asimilar tantas contradicciones, tantas intrigas. Cuba había caído en medio de la lucha entre las dos grandes potencias y si a eso le sumamos los problemas internos, las injusticias, los excesos, las traiciones y la desconfianza entre personas que desde niños fueron amigos… Ahora unos desconfiaban de los otros. Aquel torbellino sucedió en cuestión de meses.
Las operaciones de la C.I.A. contra la revolución eran conocidas por todos. Sin embargo, las operaciones de la K.G.B. sólo eran conocidas por muy pocos. Aún hoy día poco se sabe de esas operaciones, y muchos de los que las conocían ya han desaparecidos, sin dejar nada escrito y se llevaron a la tumba los secretos”. Roger Redondo González.
Estimo que este testimonio ayudará a escribir la Historia de nuestra Patria, muy lejana de la Historia Oficial escrita por el régimen.
Un gran abrazo desde La Ciudad Luz,
Félix José Hernández.
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