LA LLEGADA A CHARCO AZUL Por Roger Redondo publicado por Félix José Hernández
Charco Azul, en el Escambray, Cuba.
París, 30 de mayo de 2016
Querida Ofelia:
Te envío un nuevo testimonio de Roger Redondo sobre la lucha guerrillera en el Escambray por a Libertad de Cuba, en la cual él participó activamente.
“En la zona de Charco Azul los guerrilleros se reunieron. Entre ellos se destacaban verdaderos cuadros de mando y al contar con tan alentadoras posibilidades comenzaron a preparar sus planes de organización.
Lo primero que acordaron fue establecer en la zona un campamento central que pudiese ser perfectamente defendido de cualquier ataque y desde allí partirían columnas compuestas por varias guerrillas, para establecer sus campamentos propios y operar en distintas zonas adecuadas para hostigar al ejército.
Inicialmente, los campamentos guerrilleros estarían ubicados cerca del Campamento Central, en forma circular, como si se tratara de la esfera de un reloj, previendo que en caso de peligro pudieran ayudarse unos a otros, acudiendo con relativa prontitud a la zona de conflicto.
Debido a la experiencia, ellos conocían que la eficacia de la guerra de guerrillas estaba precisamente en organizarse en columnas no muy numerosas, compuestas de tres o cuatro pequeños núcleos que resultaran ágiles y fáciles de manejar.
Esta forma operativa también les facilitaba la labor de abastecimiento, porque no es lo mismo conseguir alimentos, ropas, etc,, para doscientos guerrilleros que para quince.
Luego de prever todos los detalles, comenzaron a diseminar a los guerrilleros. El comandante Jesús Carreras y el capitán Filiberto González, partieron con su columna hacia el punto que se llamaba La Una, ubicado no muy distante de Charco Azul.
La Columna del comandante Lázaro Artola partió hacia el Punto Dos, llevando en su equipo de mando a Domingo Ortega y Ramiro Lorenzo.
Pensaron destacar otras columnas para cubrir alrededor de cinco puntos, pero inesperadamente se vieron en la obligación de suspender la tarea cuando un campesino les dijo que un militar de origen campesino, se encontraban visitando la casa de sus padres, ubicada cerca de Charco Azul, con el objetivo de recopilar información sobre los alzados y colaboradores de la guerrilla.
La familia del soldado, conocida en la zona por sus apellidos Contán Ocañas, era gente muy trabajadora y esta familia mantenía buenas relaciones con los vecinos cercanos.
Cualquier delación de los Contán Ocañas podría traer innumerables trastornos tanto a los guerrilleros como a muchas familias de los alrededores.
Menoyo se hizo acompañar por la guerrilla de William Morgan y su segundo Onofre Pérez hasta la casa de los Contán Ocañas. Lo primero que hicieron fue rodear la vivienda en medio de la noche, luego tocaron en la puerta identificándose como alzados y comunicándoles que sabían quiénes estaban dentro. Se les pidió que sin cometer disparates encendieran alguna lámpara, abrieran la puerta y salieran con las manos en alto.
Dos jóvenes abrieron la puerta del traspatio intentando darse a la fuga, pero de inmediato fueron encañonados y arrestados. Atemorizada, la familia comenzó a encender todas las lámparas de la casa.
Los hermanos Contán Ocañas eran jóvenes, uno de ellos, Rolando, le confesó a Menoyo que él había participado contra ellos en el combate de La Diana. Fue allí donde lograron capturar al Jefe de la Retaguardia del II Frente del Escambray Ramón Pando Ferrer, que luego fue asesinado.
En La Diana Rolando fue herido y luego trasladado al Hospital General Fulgencio Batista, ubicado en Topes de Collantes y, ahora les aseguraba que al sentirse recuperado, decidió venir con su hermano Tomás a visitar a sus padres.
Como los guerrilleros dudaban de esta versión, presionaron a los hermanos para que confesaran el verdadero propósito de por qué estaban allí y les dijeran además, quiénes colaboraban con ellos.
Pasaban las horas y los Contán Ocañas mantenían un hermetismo total, entonces se decidió llevarlos presos y utilizarlos para hacerle una encerrona al ejército.
Pero buscando atraer a los soldados tras ellos, no les quedó más remedio que impresionar a la familia de los muchachos.
Menoyo se dirigió a los hermanos y les dijo:
- ‘Si la voluntad de ustedes es morir sin delatar a nadie, la respetamos’ .
Menoyo dio media vuelta y salió hacia el patio, allí encontró un pequeño árbol, ideal para el simulacro que pretendía realizar, aún en contra de su propia voluntad.
- Menoyo le dijo a un guerrillero: -‘Busquen una soga en la casa y traigan a los prisioneros’ -. Lo ordenó en alta voz, para que toda la familia lo escuchara.
Los hermanos Contán Ocañas empezaron a mostrarse nerviosos, pero se dieron cuenta de que las endebles ramas del árbol, no podrían ni soportar el peso del cuerpo de un niño, por lo que se partirían en el intento de colgarlos a ellos.
El norteamericano William Morgan, fue el que se encargó de ajustarle el lazo de la soga al cuello de uno de ellos, diciéndole de forma paternal:
- ‘Tú ser bruto. Tú hablar y salva vida’ .
Y Rolando Contán Ocaña, a sabiendas de que no moriría de esa, siguió con la farsa, hasta caer al suelo con la soga al cuello y la rama partida en su cabeza.
Menoyo volvió a repetirle a los hermanos que les darían una nueva oportunidad, pero que nos los llevaríamos prisioneros , dándoles hasta la noche siguiente para recapacitar, de lo contrario, su suerte ya estaba echada.
Cuando los guerrilleros partieron de la casa de los Contán Ocañas estaban convencidos de que esa familia, o alguno de sus contactos en la zona, partirían veloces a dar parte al ejército.
Después de partir de la casa, Menoyo mandó que le dieran a los hermanos Contán Ocañas dos uniforme y pistolas sin balas. Fueron utilizados como prácticos. Menoyo hizo aquello para que los vecinos lo vieran e informaran que se habían unidos a los guerrillero y… así se lo comunicaran al ejército.
Cuando regresaron al campamento de Guanayara, Menoyo y sus jefes de guerrillas dieron la orden de marcharse de inmediato. Partieron sin la intención de ocultar sus rastros, por el contrario, avanzaron por el terraplén que conducía a Charco Azul, conscientes de que en el terreno fangoso quedaba marcada la huella del paso de la guerrilla.
La noche estaba fresca, permitiéndoles recorrer un gran trecho en dos o tres horas y sorpresivamente, antes de la medianoche, los prácticos avisaron que estaban en el punto convenido.
Sólo quedaba caminar trescientos o cuatrocientos metros más, saliendo del terraplén hasta las pequeñas elevaciones rocosas que bordeaban el camino, cuidando de marcar bien nuestras huellas.
Fue seleccionado un punto propicio y se montaron los diferentes turnos de vigilancia, para descansar y estar, a la vez, listos para ocupar posiciones, tan pronto aclarara el día.
Ellos no sabían el tiempo que tendrían que sostener aquella emboscada, única en un lugar tan estratégico, pero Menoyo estaba convencido de que el ejército vendría tras ellos y se llenaron de paciencia para esperar.
Menoyo calculó que por mucha prisa que tuviesen en rescatar a los prisioneros, la movilización y los caminos fangosos les impediría llegar en horas tempranas.
Fue entonces cuando Menoyo en compañía de Rolando Cubela, Tony Santiago, Genaro Arroyos y cuatro o cinco guerrilleros más, fueron para la casa de los parientes de Anastasio, Los Morfi, con la intención de que les abastecieran mientras ellos estaban emboscados y por supuesto, tratando de que ningún otro vecino los viera.
Felipe Morfi era hermano de Anastasio Cárdenas, preparó la logística para que la operación de abastecimiento se realizara con las más estrictas medidas de seguridad, evitando que nadie de la zona reconociera el lugar exacto, ni la ayuda que les brindaban los Morfi a los guerrilleros
Los Morfi los recibieron con los brazos abiertos, asegurándoles que no les faltaría nada y que los encargados de llevarles los alimentos, lo harían a través del monte y por el riachuelo que habían recorrido los alzados mismos para llegar a sus tierras. Evitando en todo momento el terraplén, a causa de las huellas que podrían dejar.
Toda la familia Morfi, desde los abuelos, habían nacido y crecido en Charco Azul, por lo que el medio hermano de Anastasio Cárdenas, conocía el terreno de la zona pulgada a pulgada y les pudo detallar, punto por punto, las paredes rocosas coronadas de arbustos que se extendían por kilómetros, serpenteando un costado del terraplén.
A Felipe Morfi le parecía ideal el lugar que fue seleccionado por los prácticos para la emboscada. El tramo tenía curvas, permitiéndoles fraccionar al ejército en un combate y la altura de las paredes rocosas, oscilaba entre veinte y cincuenta metros.
Del otro lado del terraplén, Morfi les informó de la existencia de pequeñas franjas de terreno llano, pero descampado que terminaban justo cuando comenzaban a empinarse los pequeños elevados montañosos.
Menoyo y su comitiva partieron con el práctico que los trajo, para reunirse con el resto de la guerrilla. Llevaba consigo un caudal de información junto a todas las instrucciones pertinentes de última hora.
Los guerrilleros que se quedaron con Menoyo, coordinaron entre sí para turnarse en la vigilancia y permanecer atentos a cualquier ruido motorizado que pudiera escucharse en la lejanía.
Hasta la madrugada Menoyo estuvo recopilando información sobre el vecindario que los rodeaba, pensando en una posible delación por parte de elementos simpatizantes con el gobierno.
Pero también obtuvo datos generales que le brindó Morfi. Menoyo se interesó por las guarniciones militares en poblados cercanos, los caminos vecinales que cruzaban las montañas, las características de la carretera del Circuito Sur que unía a distintos poblados con la ciudad de Trinidad. En fin, la madrugada se fue extendiendo por el interés de Menoyo y su comitiva en conocer la zona.
Desde la puerta del bohío de la familia Morfi y en medio de la oscuridad de la noche, aparecía iluminado a escasos kilómetros de distancia, un sanatorio para tuberculosos, construido en la cima de Topes de Collantes.
A pocos metros de este hospital, se encontraba el cuartel del ejército, donde se albergaba a un fuerte destacamento”. Roger Redondo González
Con gran cariño y simpatía desde La Ciudad Luz,
Félix José Hernández.
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