El fracaso de los líderes de izquierda en Latinoamérica. (Tercera parte). Por el Dr. Alberto Roteta Dorado.
Fort Pierce. Estados Unidos. En los escritos anteriores -considerados primera y segunda parte de esta breve serie- que en sí forman un ensayo único, pero a los efectos de esta modalidad de publicación la hemos estado ofreciendo por partes, me he referido a la idea de lo que ha faltado, o está faltando aún en nuestros días, a los líderes de tendencia izquierdista del continente, algo que resulta ser el tema recurrente de estas propuestas.
De igual forma he insistido en el papel que han de jugar, y que de hecho han estado asumiendo, la Filosofía, Antropología Social, la Sociología, y muy especialmente la Psicología Política, esta última como ciencia rectora de las investigaciones en torno a la compleja situación social y política de Latinoamérica.
Estas ramas de las ciencias sociales y humanísticas han de llegar al verdadero origen de los grandes males de la región, lo que los políticos y líderes de movimientos y partidos no han logrado. Ya se sabe concretamente acerca de la miseria extrema, y ante todo, de las desigualdades en Latinoamérica; pero no es necesariamente la modalidad de sistema político-económico, ya sea capitalista o socialista, la causa del gran mal que afecta a la región, algo que resulta patente si analizamos algunas naciones que marchan en la delantera de la región desde el punto de vista económico y sin grandes conflictos de naturaleza política, como los casos de Argentina y Uruguay, los que no se han acogido a formas necesariamente socialistas de gobierno, independientemente de ciertos matices que aparecieron en Argentina, y que por suerte con la asunción del poder de Mauricio Macri quedaron atrás.
El liderazgo de los mandatarios latinoamericanos que quisieron aferrarse a las modalidades socialistas difundidas por Chávez ha estado carente de verdaderos valores que los pudieran situar como verdaderos representantes de los intereses de sus naciones. Ya me referí a los casos particulares de Chávez, Maduro y de manera especial de Rafael Correa. Recordemos que el próximo febrero serán los nuevos comicios electorales en Ecuador y finaliza el mandato dictatorial de este último.
Justamente en Venezuela ha tenido lugar una de las más grandes polémicas en el seno de la sesión extraordinaria de su Asamblea Nacional, algo que ha conducido a una preocupante violencia desencadenada por un grupo de chavistas que entraron a la fuerza en la sede de la asamblea.
El parlamento se ha declarado en estado de rebeldía al exigir la presentación de la debida documentación al presidente Nicolás Maduro para poder demostrar su verdadera nacionalidad, o al menos, su condición de doble nacionalidad, así como la realización inmediata de un juicio político para proceder a su destitución como presidente, lo que está amparado en el artículo 133 que presenta una cláusula que le permite a la asamblea la destitución presidencial en casos excepcionales.
Autoridades jurídicas han acusado a Nicolás Maduro de extralimitación del poder y de la sustitución arbitraria de varios magistrados del tribunal supremo, lo que, sin duda, agrava la difícil situación política del país.
Pasemos pues a otros líderes que han logrado perpetuarse en el poder. Daniel Ortega fue capaz de lanzar a sus topas militares contra más de mil de cubanos que intentaban cruzar la frontera Costa Rica-Nicaragua en noviembre de 2015, con esta acción se originaba la primera crisis humanitaria del conflicto migratorio cubano en el continente. El ya anciano presidente de Nicaragua ocupó la presidencia durante 1979-1990 y desde 2006 hasta el presente, con propuesta de candidatura para un nuevo mandato.
Hace solo once meses, un operativo de seguridad dispuso un batallón de infantería del Ejército de Nicaragua y Fuerzas Especiales de la Policía Nacional en el puesto fronterizo de Peñas Blancas, de esta forma impidieron que 1 100 cubanos que intentaron cruzar hacia el norte alcanzaran su objetivo.
El mandatario centroamericano se ha visto envuelto en los últimos tiempos en tres importantes conflictos con la OEA, lo que incluye la petición en la Asamblea 46 de la renuncia de Luis Almagro, secretario general de este organismo. El 4 de junio, cuando el Congreso Sandinista “designó” a Ortega candidato presidencial por séptima vez, este pronunció un hiriente discurso contra los observadores electorales internacionales, en clara referencia a las misiones de observación electoral de la OEA, de la Unión Europea y el Centro Carter, que hasta ahora habían sido los observadores internacionales tradicionales de las elecciones del país.
El representante de Nicaragua en la OEA, Denis Moncada Colindres, pidió en la Asamblea 46, la renuncia del secretario general Luis Almagro, acusándolo de injerencista, alegando que “el comportamiento de Almagro lo descalifica para seguir ocupando el cargo y Nicaragua espera, para lavar las manchas y vergüenzas de la organización de Estados Americanos”, algo que ocurría a partir de la oportuna intervención de Almagro, quien ha propuesto la activación de la Carta Democrática de este organismo ante la crisis política venezolana.
Ya existía el precedente de conflictos con la OEA. Recordemos que en noviembre de 2010 Ortega rechazó el pedido de esta institución de retirar a sus soldados de un río fronterizo en conflicto con Costa Rica, pero no solo esto, sino que aprovechó la ocasión para amenazar con la posible salida de su gobierno de dicho organismo.
Solo dos meses antes el Gobierno de Nicaragua había demandado a la OEA para que retira a su representante, Pedro Vuskovic, quien había recibido en Managua al misionero católico Alberto Boschi, simpatizante del Movimiento Renovador Sandinista (MRS), organización política integrada por disidentes del partido Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) que dirige Ortega.
Recién comenzada la campaña para las elecciones de noviembre ya se especula acerca de algo muy delicado: en Nicaragua se dice que es como si ya se hubiera votado. Su camino hacia la nueva elección es muy cuestionado por su modelo de carácter dinástico, régimen de partido unitario, su gobierno autoritario, la marcada concentración de poderes, así como la imposibilidad de legalización y reconocimiento de la oposición. (Cualquier semejanza con la dictadura cubana es “pura coincidencia”).
El futuro incierto de la nación ha sido denunciado por organismos internacionales como: la OEA y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, así como numerosos intelectuales nicaragüenses y ex-presidentes latinoamericanos.
Muchos se cuestionan si habrá elecciones libres y transparentes y hacia qué punto va Nicaragua, cuyo mandatario, si obtiene la victoria, estaría durante 14 años de forma ininterrumpida en el poder y acumularía 24 años de trayectoria, muy poco si se le compara con Cuba.
De "dictadura con pretensiones dinásticas" han acusado al gobierno de Ortega.
Hasta la Iglesia Católica se ha pronunciado al insistir en que todo intento que conduzca al establecimiento de un régimen de partido único resultaría nocivo para el desarrollo del país.
Por su insignificancia en la región dejamos para el final a Evo Morales, el presidente de Bolivia, una de las naciones más pobres de América del Sur, con un nivel de pobreza de 42,4 % de su población, solo superada por Paraguay.
Evo Morales, el primer indígena en la historia del país que ocupa el cargo de presidente, sigue perdiendo cada vez más su aceptación popular. Según los últimos datos del pasado viernes 21 de octubre, de acuerdo con la encuesta de Ipsos, publicados en “PANAMPOST: Noticias y Análisis de Las Américas”, en Bolivia su aprobación cae a 46%. En tan solo seis meses el mandatario ha perdido un 3 % de apoyo popular. La aprobación de los bolivianos hacia su presidente bajó de 49 % a 46 % entre abril y octubre de este año.
Su limitación intelectual –que lo hace totalmente inepto para poder conducir con coherencia una nación- resulta patente durante sus intervenciones en público. Su torpeza, su poca fluidez y el desconocimiento del arte de la oratoria son sus puntos más débiles, los que han llamado la atención de mandatarios, políticos y de manera general de las multitudes que le han escuchado.
Su reciente incitación a una comunidad indígena para que lucharan contra el imperio americano –refiriéndose al gobierno de Estados Unidos- fue más allá de lo concebible, lo que alcanzó su clímax al expresar que los antepasados indígenas se habían enfrentado a otros imperios, incluido el imperio romano, algo que dejamos a los historiadores para nuevas páginas en esta materia.
Así las cosas, los líderes de izquierda en Latinoamérica, independientemente de sus peculiaridades, tienen muchos elementos en común, entre los que se destacan: su marcado interés por perpetuarse en el poder con la instauración de un régimen totalitario y antidemocrático, cuyos paradigmas son las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua; reconocimiento de un partido político único, en lo que Cuba también ocupa el sitio de honor; la realización de proyectos que aparentemente benefician a los desposeídos, los que se convierten en sus eternos aliados; la aplicación de reformas en las constituciones tradicionales de sus países, algo que les permite su prolongación como gobernantes y la posibilidad de manipular los sistemas de votación, aspecto en el que se vuelve a destacar Cuba con su oscuro e incierto sistema eleccionario, seguida por Venezuela y Ecuador, acusados de grandes fraudes electorales, y Nicaragua que impide la supervisión de instancias internacionales en sus próximos comicios, y la marcada represión y violaciones a los derechos humanos, aspectos en los que sobresalen Cuba, Venezuela y Ecuador.
Sin duda, estos líderes de izquierda ya no solo dejan de ser adecuados para su rol, de acuerdo a las sabias recomendaciones de Platón, sino que constituyen su antítesis. Por suerte para la región ya han tenido lugar grandes cambios, y de acuerdo a los convulsos sucesos de estos días se esperan otros que determinarán el giro total que tanto necesitamos. Final.
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