"Castro, no todo seguirá igual tras tu partida". Por el Dr. Alberto Roteta Dorado.
Fort Pierce. Estados Unidos. Uno de mis mejores alumnos, actualmente médico con algunos años de graduado, ha expresado su opinión sobre la muerte de Fidel Castro al publicar en su Facebook una nota aclaratoria, al parecer indignado por la decisión de algunos que han celebrado la muerte del viejo ex-mandatario cubano.
La nota, que comienza con este subtítulo: “No hay honor, en celebrar la muerte de quien en vida no pudo ser vencido”, tiene dos puntos que llamaron mi atención, independientemente de estar en desacuerdo con su posición. Uno de ellos en relación con su idea acerca del “pedacito de tierra” – refiriéndose a Cuba-, de la que todos hablan y pocos conocen.
Como muy bien ha expresado el galeno, vivimos en un mundo bipolar, y en este sentido hay muchos que comentan de Cuba, para bien o para mal, defendiendo u oponiéndose a su sistema de gobierno, pronunciándose a favor o en contra del prototipo actual del cubano promedio, entre otras tantas cosas, que van desde el tabaco y el ron, las mulatas y los sones, hasta su preciada y enigmática capital detenida en el tiempo; pero si de polaridades se trata, otros apenas pueden decir nada sobre Cuba, excepto que es una isla del Caribe, algún referente sobre dos de sus figuras históricas: Fidel y el Che Guevara, o de su música contagiosa.
Lamentablemente, el dictador Fidel Castro, FUE capaz –y ahora siento una gran satisfacción al escribir FUE, en pasado, sabiendo que ya no está, aun cuando su oscura y tenebrosa figura nos siga molestando desde los desconocidos mundos del más allá, a los que se supone pueda llegar a pesar de su inigualable perversidad-, de sembrar sus propias ideas en las multitudes que le siguieron, entre ellas, la del delirio de grandeza devenido en egocentrismo.
No todos hablan de Cuba. Escuchamos lo que se dice de Cuba porque nos interesa saber lo que se dice de Cuba. Los espacios noticiosos del mundo con frecuencia están días sin hacer referencia a ningún tema cubano. No somos el centro del orbe, hemos tenido determinada misión y hemos jugado cierto papel en la historia continental, solo como parte integrante de un continente y del mundo; pero no más.
Es lógico que ante la muerte de un mandatario los medios de comunicación enfoquen su atención hacia el país donde ejerció su mandato; aunque hemos de reconocer que no se trata de cualquier líder, sino de uno de los más grandes dictadores de la historia, del hombre que ocupa el primer lugar en América, si se considera los años que se mantuvo en el poder, del ser que llevó a la nación cubana a la condición de pobreza y atraso económico y tecnológico, y el que determinó su verdadero aislamiento del contexto universal.
Lo que muchos no conocen, y esto es lamentable, es que en ese “pedacito de tierra” cada día se comenten acciones terroríficas contra aquellos, cuyo único delito es no estar de acuerdo con el sistema social comunista que ha prevalecido por más de medio siglo, que son detenidos de manera arbitraria cientos de cubanos que marchan o que se expresan de manera pacífica contra el régimen dictatorial que impuso el hombre que se les acaba de morir, que todos y cada uno de los ciudadanos del país están bajo un estricto control por parte de agentes infiltrados, organizaciones políticas e instancias del gobierno, que el llamado comandante invicto, que por suerte ya no existe, proporcionó las luchas guerrilleras por gran parte de Latinoamérica con el fin de propagar el comunismo por el mundo, que murieron miles de jóvenes sin experiencia alguna en temas de táctica guerrera, los que fueron enviados a diversos países del continente africano por aquel que “en vida no pudo ser vencido”, acudiendo a las poéticas palabras de mi inteligente ex-alumno.
Serían interminables las razones por las que el viejo comandante, del que solo va quedando su espectral sombra, es tan odiado por multitudes que con satisfacción festejamos su muerte, quienes si hemos podido conocer de sus atroces crímenes, de su indiferencia ante los prisioneros que morían en condiciones infrahumanas en las cárceles, de los cientos de hombres que fueron fusilados sin juicio previo o sin fundamento demostrable de sus actos, de su prepotencia sin igual, de su arrogancia desmedida que lo llevaba a la irreverencia en los más importantes encuentros internacionales, de sus egocéntricos delirios de los que todos se reían, de sus incoherentes megalomanías que lo llevaron a proponerse ser el líder de uno de los países, según él, más poderosos, más cultos, y de mejor sistema educacional y de salud del mundo, y de su irresponsabilidad que lo llevaría al borde de una hecatombe nuclear cuando la crisis de octubre o de los misiles.
El otro aspecto que se trata en el mensaje, me resulta aún menos comprensible, tratándose de un joven que se supone tenga percepciones e ideas renovadoras, y conceptos más dinámicos sobre el futuro de su patria. “Porque allá en aquel pedacito de tierra en el medio del mar (…) seguirá todo igual, porque los que tanto hacen por su pueblo, no pueden llamarse muertos”.
Desde su óptica todo seguirá siendo igual. Esta es la posición de aquellos que han estado sometidos a los efectos hipnotizantes de un adoctrinamiento mantenido. ¿Es que acaso vamos a negar el curso lógico de ese devenir histórico con su sentido dialéctico que tanto trataron de imponernos en nuestra “preciada educación” a través del marxismo-leninismo? Al menos apliquemos algo de lo que nos hicieron repetir a la fuerza y en cierta medida tiene su sentido lógico y su coherencia práctica en este aspecto.
No podemos permanecer en un estado de estaticismo. No todo va a continuar igual en la pequeña isla, por cuanto, si se prolongara por solo unos breves años esa monstruosa condición comunista, nuestro deterioro, no solo económico y político, sino ético, moral, filosófico y religioso sería irreversible, y entonces si seríamos el verdadero centro del mundo que tanto ambicionó aquel que ya no está. Nos convertiríamos en la primera nación del presente que se autodestruyó por la acción de un régimen dictatorial.
Por suerte, la mayoría de los cubanos de estos tiempos tienen una concepción, que si bien no siempre es del todo radical, al menos si de cierta liberalidad. La muerte del nonagenario comandante si traerá cambios para el bien de Cuba, tal vez de forma lenta, como ha estado sucediendo hasta ahora. Se trata de la muerte de un hombre, lo que no significa el fin de un sistema que se aferra a sobrevivir anclado en un pasado que se resiste a la transformación.
No obstante, el estado de transición es casi una realidad a pesar de no ser conscientes de esto, aunque aún falte para que se concrete el final definitivo del régimen. Esto no significa que en Cuba “seguirá todo igual” tras la muerte del dictador.
albertorot65@gmail.com
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