CASTRO, A PESAR DE LAS EXEQUIAS NO TENDRÁS ABSOLUCIÓN. Por el Dr. Alberto Roteta Dorado. Fort Pierce. Estados Unidos.
A propósito de la presencia de la Iglesia Católica durante los actos por la muerte del dictador Fidel Castro en la ciudad de Cienfuegos.
En Cienfuegos, la emblemática ciudad del centro y sur de Cuba, la muerte de Fidel Castro sorprendió a muchos que pensaron que la idea sobre la eternidad del “invito comandante” podía ser una realidad. La madrugada del sábado 26 de noviembre siguió su curso a pesar del recogimiento que se pretendía imponer en toda la isla.
Muy temprano la noticia pasaba de unos a otros, de hogar a hogar. La escueta intervención del actual presidente fue reiterada.
En breve, los moradores de la bella ciudad marina fueron sometidos –como en todo el país- a una disciplina de silencio, no risas, no bebidas alcohólicas, entre otras prohibiciones.
Similar a otras partes de Cuba, las reacciones van desde los fingidos rostros de dolor, los discretos llantos de otros, la palabra encendida quasi violenta propia del hombre nuevo, y por qué no, también la respuesta sincera de los que de verdad le han amado y le han seguido ciegamente a todas partes y en todas sus acciones, hasta los más insultantes mensajes de desprecio hacia aquel que les quitó la libertad, que les prohibió todo, y que les engañó durante más de medio siglo. Por supuesto, aquellos que han permanecido indiferentes ante la partida definitiva de su comandante, o los que prefieren mantener actitudes conservadoras para evitar males mayores, no han faltado.
En medio de la incertidumbre, del dolor verdadero, del fingido y del impuesto, y también de la alegría no expresada abiertamente, pero si en lo más profundo de los corazones de las multitudes de un pueblo reconocido por su alto porcentaje de desafectos al sistema, en el que se suspendían actos patrióticos ante la inmediatez de posibles intervenciones de la oposición, ha sorprendido la hipócrita actitud de la iglesia católica y de su máximo líder en la ciudad, el Obispo de Cienfuegos, Monseñor Domingo Oropesa, quien se presentó en el edificio del antiguo ayuntamiento, donde se colocaron fotos y flores, para adorar al que se les ababa de morir, encabezando las exequias para los difuntos, aun cuando no había tal difunto, sino su imagen a través de fotos.
“Vinimos a orar por Fidel tras la muerte de su cuerpo, por su alma como decimos los católicos. La oración es por la salvación eterna y que el Señor lo acoja en su misericordia”. (…) “Para ello nos hemos servido de las oraciones que para el ritual de exequias nos prevé la misma Iglesia. Hemos pedido por él, como lo hacemos por todos los seres queridos”, ha declarado el obispo, según lo publicado en el diario de la localidad, con fecha del 29 de noviembre.
Es deber de un clérigo orar por las almas de todos, sin establecer distinciones respecto a actitudes políticas, credos, posición social, raza, etnia, preferencias sexuales, entre otras tantas cosas que nos pudieran separar. No puede haber distinciones entre las almas, por cuanto, se supone que todas han partido de un Alma Suprema Universal, y que existe una identidad fundamental para todas y cada una de las almas en el orden individual, al ser destellos suyos en ciclos ininterrumpidos de expresión y de paso a través del mundo.
En este sentido está muy bien que sean pronunciadas oraciones por el alma de aquellos que parten del plano físico y se supone emprendan su camino hacia otros niveles de conciencia, si es que creemos y admitimos este tipo de creencias, las que no compartió el dictador Fidel Castro, a pesar de haber recibido, según se cuenta, educación religiosa en alguna etapa de su vida.
Pero de esta actitud ejemplar que debe asumir todo aquel que determinó entregar su vida a la misión del sacerdocio a afirmar que: “hemos pedido por él, como lo hacemos por todos los seres queridos”, hay un abismo. ¿Cómo poder querer a un ser que se pronunció abiertamente en contra de la iglesia católica, que persiguió a sus ministros y fieles, que se apropió de muchos de sus bienes inmuebles, y que expulsó a sus seminaristas?.
No ha sido una actitud sincera, y no me refiero a suplicar por el alma de alguien, sino al gesto de presentarse en público ante la imagen de aquel que se solidarizó con la maldad, con el odio, el rencor, la mentira y la traición, y que es el responsable directo de una infinidad de muertes, ya sea por fusilamientos masivos, por condiciones infrahumanas en las cárceles, durante peligrosas travesías intentando huir a través de los mares y de las selvas.
El diácono Yoelbis Hernández Viera, con aptitudes para la política comunista revolucionaria, expresó: “En lo personal, decir que yo soy cubano, soy diácono y si Dios quiere pronto seré sacerdote. Nací en la Cuba de Fidel Castro. Mi misión sacerdotal está en este país, del cual jamás pienso marcharme”. (…) “Ciertamente la Iglesia acompaña a todos sus hijos, y de manera especial Fidel Castro ha sido un hijo prominente para Cuba. Son momentos de dolor en el cual la mayoría de los cubanos se acercan a dar su apoyo y los católicos hemos querido hacernos presentes con sus oraciones, encomendando a Dios el alma de Fidel y solicitando la fuerza y el consuelo que sólo el Señor puede dar para su familia”.
Igualmente insistieron en la presencia de los tres últimos Papas en la isla, lo que relacionaron con la existencia de magníficas relaciones que ha tenido el régimen con el Vaticano, y no con la necesidad de la intervención de los sumos pontífices en temas como las violaciones de derechos humanos, los prisioneros políticos, el respeto a festividades universales como la navidad y la semana santa, así como a la presencia de la iglesia en la vida política y social de la isla, que son los motivos reales de la aproximación de la Santa Sede al régimen dictatorial.
En contraposición con la actitud de los religiosos cienfuegueros, el teólogo español José Antonio Fortea en su reflexión sobre la reciente muerte del dictador, acaba de afirmar: “Dios le dio 90 años a su alma para cambiar, para entender, para pedir perdón”. En un artículo publicado en su blog, con el título Elegía a Fidel Castro, el religioso señaló que la larga vida que Dios le concedió al dictador cubano debieron ser dedicadas a “pedir perdón a sus millares de víctimas, a sus millones de oprimidos, pedir perdón a Dios, a sí mismo”. “Perdonarse a sí mismo para seguir viviendo con dignidad, para no vivir bajo el remordimiento, bajo el peso de una culpa abrumadora, para no vivir como Macbeth, como un animal acorralado, acorralado y mordido por su propia conciencia”. “Él, que sentenció a tantos, si ahora está sentenciado, ya no encontrará perdón ni en este mundo ni en el cielo”. “Lo que no os queda ninguna duda es que la Justicia ha recaído sobre su pequeña y miserable alma”. (…) “La única duda, la única, es si su espantosa situación durará siglos, o siglos sin fin”.
Es cierto que son tiempos de reconciliación, de diálogo, de perdón, de misericordia; pero también de ley y de justicia. Aquellos que creemos firmemente en una Realidad Absoluta, en una Inteligencia Suprema del Universo, en un Alma Universal, pero no en la idea de paraísos e infiernos, que parecen más cercanas a la invención de los hombres temerosos que a su existencia en virtud de las leyes del universo, no podemos perdonarle. De ahí que una absolución sea un absurdo.
Así las cosas, han transcurrido estos días en que los cienfuegueros han tenido que permanecer obligados en largas filas para hacer su “reafirmación de compromiso con el legado del comandante”, vigilados por una multitud de agentes encubiertos que se han encargado de espiar cautelosamente todo posible movimiento y cualquier expresión dudosa y comprometedora.
Finalmente, el miércoles 30, en horas de la noche, luego de que las multitudes – incluidos niños escolares- forzadas a permanecer en las calles desde la tarde, llegaban las cenizas de uno de los más crueles dictadores de la historia. Aplausos y gritos de ¡Viva Fidel! Unos pocos de manera espontánea, otros por el temor a ser observados y señalados, y la mayoría, pronunciados por los que de manera organizada por el régimen se entremezclaban con los presentes.
A solo unos días para el final del espectáculo, la ecléctica ciudad de Cienfuegos, permanece sumida en un forzado e inútil luto por culpa de alguien que no lo absolverá la historia, ni los dioses.
albertorot65@gmail.com
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