Cuba. La nueva era de curanderos. Por Marta M. Requeiro Dueñas.
Hemos escuchado por mucho tiempo que Cuba es una potencia médica a nivel mundial. Sabemos que los científicos del área de la salud de la isla han llegado a poner en práctica innovadores métodos, como vacunas, prótesis ortopédicas, técnicas menos invasivas, etc., para tratar de excelente manera diferentes dolencias al más alto estándar mundial. No nos es ajeno este hecho, así como el de saber que la mayor de las Antillas cuenta con un personal médico de elevado nivel profesional a todo lo largo y ancho del territorio; pero ésto no es suficiente para garantizar una salud de calidad dentro de ella, y a cada ciudadano que lo necesite.
Desgraciadamente esto solo esta al alcance del que puede ir a un hospital como el CIMEX, el Cira García, o el resort La Pradera -con todo incluido-, hospitales de primera línea en todo los aspectos, con salas montadas como verdaderos hoteles destinadas al turista que movido por la creciente modalidad del Turismo de Salud en Cuba, llega ahí ajeno a lo que realmente sufre el ciudadano común en este aspecto. Y que realizando un pago previo en dólares, se ponen en manos de no solo los mejores sino los más calificados especialistas, que tienen al alcance los insumos adecuados para tratar de la mejor manera a éste paciente-turista y darle un excelente servicio; para que después lleguen a sus respectivos países, sumamente complacidos, hablando de lo avanzada que está la salud en Cuba.
Que hayan médicos de calidad no garantizan la salud de calidad para los ciudadanos cubanos que no pueden acceder a esos hospitales de primera, a menos que paguen como un turista más. Por el contrario, los hospitales a los que puede acceder el pueblo se deterioran cada día más. Basta entrar en YouTube y ver los videos deprimentes.
Hace unos treinta años, en el Hospital Naval situado en la Habana del Este, había medicamentos de última generación para tratar enfermedades complicadas como la Meningoencefalitis. Un bulbo de Rocephin, de procedencia española, con un valor aproximado de 20 dólares cada uno, se aplicaba cada seis horas a un paciente aquejado de tal enfermedad a cero costo, algo de lo que podíamos sentirnos orgullosos a pesar de las carencias alimenticias y de recursos de toda índole que, sabíamos, había en nuestros hogares; porque -claro esta- esa era la política de salud del Estado: "Salud gratis y de calidad para todos". Eso se proclamaba y a eso estábamos acostumbrados. No obstante, en el mismo hospital unos años después, el que aspirara a una intervención quirúrgica, era informado de antemano que tenía que llevar sus sábanas y un cubo para transportar el agua -él o el familiar que lo acompañase- desde alguna parte del recinto donde la hubiera hasta la sala donde iba a estar en recuperación, porque el preciado líquido también escaseaba en el lugar.
Hoy aunque el médico especialista esté al alcance del paciente a cero costo, el riesgo de una infección y, por ende, el de una complicación pululaba en el ambiente bajo paupérrimas condiciones de limpieza de los cubículos, baños y salones de operaciones. Éstos últimos se conoce que en ocasiones no son esterilizados con rigor y el enfermo sufre complicaciones posoperatorias. Ahora leí un artículo donde se dice que los cubanos comenzaron a recibir una notificación después de recibir servicios médicos en la isla para dejarles saber lo que le cuesta al estado la salud "gratuita". Y ya se rumorea que podría llegar a tener algún costo a futuro.
El médico y la enfermera de la familia, ese novedoso sistema de atención primaria que surgió en 1984 con la idea de llevar una atención médica de calidad a ciento veinte núcleos familiares y tan cercano a ellos como fuera posible -se puede decir que al doblar de la esquina- ya no da al traste con la solución de las afecciones por las que a diario consultan sus pacientes-vecinos; porque ellos son trabajadores de la salud, no magos.
Así, por todos los problemas mencionados, el inicialmente prometedor programa del Médico de la Familia se fue también deteriorado sustancialmente.
Hoy afectado por la falta de galenos, que en su mayoría quieren irse de misión internacionalista, la insuficiencia de utensilios y el pésimo mantenimiento de los consultorios que se construyeron a nivel de barrio, y que tan pintorescos y con aires de progreso resaltaban en la arquitectura vecinal, no sirve de mucho. Cuando el afectado sale de la consulta esperanzado con una posible cura después de poner a prueba el conocimiento del médico y llevando consigo la receta que éste le entrega, empieza una tarea difícil de cumplir para el enfermo: encontrar la medicina. Cuando llega a la farmacia más cercana le dicen que no hay. Se ve "atado de pies y manos" y entonces, el llegar a curarse de convierte en una odisea.
Hoy en día, en pleno siglo XXI, el cubano común y corriente se ve obligado a buscar alternativas y echa mano a lo que más cerca tiene que es el consejo de un curandero, alguien que no cuenta con un título oficial para el ejercicio de la medicina pero que, de todas formas, desarrolla prácticas curativas. Estas personas ejercen la llamada medicina tradicional, que se basa en creencias, experiencias y prácticas que pueden ser o no explicables. Aquí es donde me viene a la mente ese refrán que dice: "Tanto nadar, para morir en la orilla"...
Entonces volvemos a los tiempos en que si el niño llora o tiene unas "calenturas" inexplicables es porque tiene mal de ojo, y hay que llamar primero a la abuelita para que con tres cogollitos de albahaca y la Oración de San Luis Beltrán, lo cure. O si le duele al adolescente la barriga es porque cogió un empacho y hay que curarlo con unas estiradas del pellejo de la espalda, medida por tramos con una cinta y unos apretones por aquí, otros por allá. Y si a Yeyo le salió una Culebrilla, quemémosela con una cuchara de plata...
¡Ay, Cuba, como me dueles!, y para eso, por el momento, no hay cura.
luis_balboa02@yahoo.es
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