LA UNEAC, SU CONGRESO Y LOS PAPELAZOS DE DÍAZ-CANEL (Parte No III) Por el Dr. Alberto Roteta Dorado, Santa Cruz de Tenerife, España
Miguel Díaz-Canel en la clausura del congreso. Demasiada palabrería partidista y pocas perspectivas de independencia y creación libre Luego de 58 años el actual presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, sin uniforme verde olivo, sin la excentricidad tan sui generis del dictador Fidel Castro, y sin la amenazante pistola sobre el púlpito, se dirigió también a los intelectuales cubanos reunidos en la clausura del IX congreso de la UNEAC. Ya alguien pretendió establecer un paralelo entre el discurso de ambos, con lo que se cae en el absurdo y el decir por decir sin conocimiento de causa. No encuentro tales semejanzas entre la kilométrica y eufórica intervención de Fidel Castro en lo que luego se conoció como Palabras a los intelectuales, y la sencilla cuasi insignificante y ridícula alocución de Miguel Díaz-Canel, a quien le traicionan sus limitaciones, tal vez por haber dedicado demasiado tiempo a dirigir durante toda su vida, y no a cultivar más su inteligencia para asumir en algún momento la presidencia de un país. De cualquier modo, de presidentes y mandatarios poco letrados está llena la historia de estos duros tiempos, por cierto muy distantes de ese gobernante sabio presto a filosofar que muy bien describió Platón en La República. Díaz-Canel no es pues la excepción dentro de los nuevos bríos que adquieren la gobernación y la diplomacia actuales. La breve intervención de Díaz-Canel, la que, hasta donde puedo valorar, fue redactada por él y no hecha por encargo y dictada a posteriori, es en sí una sumatoria de lo mismo con lo mismo. Con su anticuada y poco funcional retórica se le ocurrió expresar que “construir y defender un proyecto socialista significa defender el humanismo revolucionario”, frase sacada de la prehistoria bolchevique tan arraigada en el pensamiento del nuevo mandatario cubano. ¿A quién que esté en la plenitud de su sano juicio se le ocurre construir un proyecto de tipo socialista en estos tiempos? ¿Cómo hacer referencia a un humanismo revolucionario en una nación deshumanizada en su totalidad, donde cada día son violados los derechos humanos, precisamente en nombre de ese proyecto revolucionario? En lo adelante ya podrán imaginar los lectores la secuencia de disparates pronunciada por alguien que, se supone, sea capaz de ofrecer un impulso renovador al legendario “legado” castrista, y hacerlo en el marco del congreso de la organización de “vanguardia” de los intelectuales cubanos. Más que un análisis de convocatoria para la necesaria renovación del pensamiento de los creadores de la isla parece ser una clase de catequesis socialista para adoctrinar a los serviles congresistas. Díaz-Canel logró entrelazar alguna que otra conceptualización acerca del rol de los creadores cubanos dentro del actual contexto con una fuerte dosis de palabrería panfletaria a lo socialista radical; pero concretamente nada más, y como siempre las acostumbradas exhortaciones y los ataques al considerado imperialismo brutal, amén de los gastados calificativos de abnegación, fervor revolucionario, continuidad, historicidad, etc. siempre colocados en medio de una alocución nada significativa que será olvidada en breves días dada su intrascendencia. Hizo una evocación a Palabras a los intelectuales, sin que por ello podamos percibir que posea un dominio del discurso de Castro, sino que lo utiliza de modo premeditado para lograr cumplir con su conocido slogan de “somos continuidad”. Se refirió a mercenarios culturales para evocar a aquellos que, según el, están “dispuestos a linchar a cuanto artista o creador exalte a la Revolución o les cante a las causas más duras y a la vez más nobles en que están empeñadas las fuerzas progresistas de nuestra región y del mundo”, con lo que demostró su prepotencia y su verdadero rostro, el de la exclusión; y en esto si recuerda un tanto la concepción excluyente y discriminatoria del viejo dictador, que por aquellos tiempos no era viejo, pero si malvado, cuando insistió en la frase devenida en momento clímax de su discurso: “dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”. Frase en la que se detuvo el actual presidente no elegido; aunque invitó a que todos los intelectuales y líderes partidistas conocieran el discurso completo de Fidel Castro, y digo conocer, y no conocer con profundidad, toda vez que ya sería pedir demasiado a una intelectualidad decadente, como es decadente el régimen en sí, y la cultura, es pues, un reflejo de dicha decadencia. Al parecer Díaz-Canel, quien también solo tiene dominio de la citada frase, percibió el desconocimiento generalizado de lo que los comunistas cubanos deberían considerar como su manifiesto comunista cultural; aunque en realidad, y dada la desinformación y la incultura generalizada que reina por doquier en el país, apenas se tiene idea del alcance en su real dimensión de aquellas reuniones en la Biblioteca Nacional de Cuba, en las que se definiría la rigidez de una creación, ya fuera literaria, escultórica, pictórica, danzaría o musical, por parte de la intelectualidad cubana de aquellos tiempos. Y esto apenas ha cambiado. Los pronunciamientos del poeta Miguel Barnet, quien fuera sustituido durante este evento, así como las propias palabras del presidente no elegido del país, así lo demuestran. Igualmente afirmó que “como en los tiempos de Palabras a los intelectuales, la Revolución insiste en su derecho a defender su existencia que es, también, la existencia de un pueblo y de sus creadores e intelectuales”, lo que en sí es una evocación a la continuidad de la célebre frase castrista, esto es: “Contra la Revolución nada, porque la Revolución tiene también sus derechos; y el primer derecho de la Revolución es el derecho a existir. Y frente al derecho de la Revolución de ser y de existir, nadie -por cuanto la Revolución comprende los intereses del pueblo, por cuanto la Revolución significa los intereses de la nación entera-, nadie puede alegar con razón un derecho contra ella”. Aquí Díaz-Canel intentó asumir la retórica castrista desde una perspectiva un tanto actualizada; pero como en la isla comunista no hay nada que se pueda actualizar sin el consentimiento de los consabidos asesores y jefes del Departamento Ideológico del Comité Central del único partido oficial, su mensaje quedó definitivamente como el de aquellos viejos tiempos en que el “eterno comandante” en tono amenazante expresó: “El problema que aquí se ha estado discutiendo -y que lo vamos a abordar- es el problema de la libertad de los escritores y de los artistas para expresarse. El temor que aquí ha inquietado es si la Revolución va a ahogar esa libertad, es si la Revolución va a sofocar el espíritu creador de los escritores y de los artistas. Se habló aquí de la libertad formal. Todo el mundo estuvo de acuerdo en el problema de la libertad formal. Es decir, todo el mundo estuvo de acuerdo -y creo que nadie duda- acerca del problema de la libertad formal. La cuestión se hace más sutil y se convierte verdaderamente en el punto esencial de la cuestión, cuando se trata de la libertad de contenido. Es ahí el punto más sutil, porque es el que está expuesto a las más diversas interpretaciones. Es el punto más polémico de esta cuestión: si debe haber o no una absoluta libertad de contenido en la expresión artística. Nos parece que algunos compañeros defienden ese punto de vista. Quizás el temor a eso que llamaban prohibiciones, regulaciones, limitaciones, reglas, autoridades para decidir sobre la cuestión”. Lo demás ya es historia conocida. Lo mismo en el aspecto formal, esto es, en la modalidad o estilo literario, pictórico o musical utilizado para expresar lo creado; pero sobre todas las cosas, tal y como enfatizó el dictador Fidel Castro: “si debe haber o no una absoluta libertad de contenido en la expresión artística”, esto es, en su contenido en sí, las prohibiciones no se hicieron esperar. El régimen, que ya se había anticipado en nacionalizar muchas de las pequeñas empresas privadas, y que más tarde completó la eliminación total de la privatización, se adueñó de todo y ejerció el poderío absoluto sobre los medios de comunicación. La prensa escrita, las cadenas de la radio y televisión, las salas teatrales, las bibliotecas, las editoriales, etc. pasaron a manos del castrismo, cuyos controladores funcionarios surgidos de la nada, muchas veces casi analfabetos, aunque “revolucionarios”, para determinar lo que podía o no publicarse, informarse y ejecutarse en lo que consideraron una nueva Cuba. Pero donde Díaz-Canel pecó en extremo fue al afirmar que los comunistas encargados de permitir o no la promoción de lo realizado no iban a limitar la creación. No obstante, inmediatamente agregó que “la Revolución que ha resistido 60 años por haber sabido defenderse, no va a dejar sus espacios institucionales en manos de quienes sirven a su enemigo, sea porque denigran cualquier esfuerzo por sobreponernos al cerco económico o porque se benefician de los fondos para destruir a la Revolución”. Entonces, ¿se limitará o no la creación? ¿Por qué tanta ambigüedad cuando lo que se pretende es esclarecer el camino a seguir dentro de una institución que debe renovarse en su totalidad para que represente verdaderamente los intereses de los artistas y escritores cubanos? Con esto Díaz-Canel no hizo otra cosa que asumir la misma actitud que Fidel Castro hace casi 60 años atrás cuando expresó: “Permítanme decirles en primer lugar que la Revolución defiende la libertad, que la Revolución ha traído al país una suma muy grande de libertades, que la Revolución no puede ser por esencia enemiga de las libertades; que si la preocupación de alguno es que la Revolución vaya a asfixiar su espíritu creador, que esa preocupación es innecesaria, que esa preocupación no tiene razón de ser”. Para luego dejar bien establecida la famosa sentencia acerca de que “dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”, y lo peor, que fue capaz de declarar a los indefensos intelectuales reunidos en la Biblioteca Nacional: “Los contrarrevolucionarios, es decir, los enemigos de la Revolución, no tienen ningún derecho contra la Revolución, porque la Revolución tiene un derecho: el derecho de existir, el derecho a desarrollarse y el derecho a vencer. ¿Quién pudiera poner en duda ese derecho de un pueblo que ha dicho iPatria o Muerte!, es decir, la Revolución o la muerte, la existencia de la Revolución o nada, de una Revolución que ha dicho ¡Venceremos!? Es decir, que se ha planteado muy seriamente un propósito, y por respetables que sean los razonamientos personales de un enemigo de la Revolución, mucho más respetables son los derechos y las razones de una revolución”. Comencé asumiendo la frase martiana “trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra” para destacar el temor del régimen cubano a las ideas que pudieran ser emanadas de la intelectualidad, como es de suponer, de una intelectualidad verdadera desprejuiciada de los anquilosados cánones del absurdo socialismo cubano. Concluyo también con una frase del genial político y escritor cubano José Martí, tomada de su colosal ensayo Nuestra América, la cual debe analizarse en días convulsos como estos en los que se supone que los artistas y creadores de la isla se dispongan a trazarse nuevas metas, y al propio tiempo emprendan nuevos proyectos emancipadores en pos de cambiar los rígidos esquemas de una institución como la UNEAC. La frase tal y como la escribió Martí dice: “Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes”. Esta idea bien la hubiera podido citar y comentar, muy a su manera, Miguel Díaz-Canel; sin embargo prefirió optar por la también expresión martiana “no hay proa que taje una nube de ideas”, muy fácil toda vez que se trata de la continuidad de la idea del Apóstol, esto es, no tuvo que analizar detenidamente el extenso documento conocido cono Nuestra América, sino citar dos frases entresacadas del mismo párrafo, lo que a los ignorantes que le siguen les pudo parecer una brillante idea, cuando en realidad no es más que un recurso facilista para enredar a sus oyentes. Y así las cosas, terminó un congreso que ha dejado estupefactos a todos, no solo por la “elección” del desconocido nuevo presidente, quien, repito con toda intención, no cuenta en su historial con una obra destacada dentro de la intelectualidad cubana, aunque sí con una vida dedicada a servir de cuadro partidista, sino además por el exceso de politiquería barata expresada tanto por el presidente saliente, Miguel Barnet, cuyas palabras omití en esta ocasión para no extender demasiado este análisis, como por el propio presidente del país, Miguel Díaz-Canel. Retomando al verdadero padre de los cubanos y al más extraordinario ser que estuvo de modo transitorio durante la brevedad de su vida por las tierras cubanas: “Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes”. Ojalá que los intelectuales de Cuba logren interiorizar el verdadero sentido de esta sentencia martiana para que puedan marchar unidos hacia esa hora del recuento que, lamentablemente, aún no está próxima. Final.
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