EL 10 DE OCTUBRE VISTO POR JOSÉ MARTÍ. Por el Doctor Alberto Roteta Dorado.
Santa Cruz de Tenerife. España.- Entre 1887 y 1891, en el Masonic Temple y en el Hardman Hall, ambos en Nueva York, José Martí, con su sabia palabra y su visión profética protagonizó las grandes reuniones, devenidas en sagrado culto para la evocación a aquellos que emprendieron el camino liberador.
Un día como hoy pero de 1888, a solo veinte años del simbólico acto altruista de Carlos Manuel de Céspedes, José Martí se dirigió a los cubanos emigrados en Nueva York, desde el Masonic Temple y se refirió al “ardor inevitable del corazón” y a “las pasiones evocadas por el recuerdo y la presencia de nuestros héroes”. Para José Martí, el paradigma de la nación cubana, la gesta independentista de 1868, a pesar de su fracasado fin, tuvo una connotación trascendente, y el gesto inicial de la contienda que protagonizó Céspedes, un significado real y a la vez simbólico. Sus reiteradas intervenciones durante varios años en los Estados Unidos de Norteamérica para recordar el 10 de octubre son una prueba irrefutable de lo que afirmo.
Esas “pasiones evocadas por el recuerdo y la presencia de nuestros héroes” adquirieron un significado real y trascendente cada 10 de octubre en las reuniones, las que no solo eran motivo para la evocación del histórico día, sino para el llamado coloquial que influyera en la reunificación de los cubanos dispersos en el exilio con ansias libertadoras.
¿Cómo es posible entonces que los cubanos actuales estén olvidando al hecho inicial de nuestras luchas y a su gestor? Durante la primera mitad del pasado siglo veinte, Céspedes era motivo de cierta veneración, no comparable al tributo martiano, pero si era considerado en la medida de sus actos y en el lugar que por justicia se ganó. Sin embargo, en nuestros días, el hecho fundacional de la gesta independentista va quedando cada vez más como algo demasiado remoto y carente de significado.
El régimen cubano se ha encargado de modificar la historia de Cuba para ofrecerle un inmerecido protagonismo al dictador Fidel Castro y a las acciones insurreccionales relacionadas con la llamada revolución cubana, esto es, la que protagonizara Castro y que lo llevó al poder en 1959. Otros sucesos de mayor contemporaneidad que se difunden día a día, y se reiteran continuamente por doquier, han ido sustituyendo a los grandes eventos que le dieron a nuestra patria su verdadero sentido de identidad y de nacionalismo.
José Martí en el citado discurso es capaz de convocar a los cubanos de su tiempo al expresar:
“Miente a sabiendas, o yerra por ignorancia o por poco conocimiento en la ciencia de los pueblos, o por flaqueza de la voluntad incapaz de las resoluciones que imponen a los ánimos viriles los casos extremos, el que propale que la revolución es algo más que una de las formas de la evolución, que llega a ser indispensable en las horas de hostilidad esencial, para que en el choque súbito se depuren y acomoden en condiciones definitivas de vida los factores opuestos que se desenvuelven en común”.
Os dejo a la reflexión la idea martiana acerca de la necesidad de una revolución como ley evolucionaria, según él, “indispensable en las horas de hostilidad esencial”. Téngase presente que el cubano inigualable, de profético pensamiento y de visión futura, fue capaz de prever que: “los pueblos que no creen en la perpetuación y universal sentido, en el sacerdocio y glorioso ascenso de la vida humana, se desmigajan como un mendrugo roído de ratones”.
El autor de Versos Libres, supo como nadie en su tiempo interpretar con verdadero sentido la praxis latinoamericana y los males que aquejaban a su patria, y aún más, alertarnos de las posibles consecuencias futuras ante la instauración de sistemas de carácter totalitarista “con el pretexto de enseñar doctrinas modernas”, como está sucediendo en Latinoamérica en los últimos años, y como ocurrió en Cuba, con el establecimiento de la dictadura comunista en 1959.
En estos convulsos y agitados tiempos la inspiradora palabra del Maestro siempre será edificante, de ahí que proponga el análisis del discurso ofrecido por José Martí en Masonic Temple en 1887, es decir, el que precede al que hemos citado antes, correspondiente a 1888. La sabiduría inigualable del Maestro deberá servirnos como guía para ese reencuentro necesario con la historia, una de las vías que nos conducirá a la necesaria unión de los cubanos de estos tiempos.-
FOTO DEBAJO: Monumento a José Martí, el más colosal de los cubanos, en un humilde parque del centro histórico de San Cristóbal de La Laguna, en Tenerife, Islas Canarias, donde se recuerda al cubano ejemplar y a su madre, Doña Leonor Pérez, natural de Canarias.-
DISCURSO EN CONMEMORACIÓN DEL 10 DE OCTUBRE DE 1868, EN MASONIC TEMPLE, NUEVA YORK 10 de octubre de 1887
Señoras y señores:
Más me embarazan que me ayudan estos aplausos cariñosos, porque en vez de estímulos que la enardezcan, tiene mi alma, sacudida en este instante como por viento de tormenta, necesidad de reducir su emoción a la estrechez de la palabra humana. Esta fecha, este religioso entusiasmo, la presencia-porque yo siento en este instante sobre todos nosotros la presencia de los que en un día como éste abandonaron el bienestar para obedecer al honor-de los que cayeron sobre la tierra dando luz, como caen siempre los héroes, exige de los labios del hombre palabras tales que cuando no se puede hablar con rayos de sol, con los transportes de la victoria, con el júbilo santo de los ejércitos de la libertad, el único lenguaje digno de ella es el silencio. No sé que haya palabras dignas de este instante. "¡Demajagua!", decía uno de nuestros oradores: "¡plegaria!", decía otro: ¡así es como debemos conmemorar aquella virtud, con los acentos de la plegaria! Los misterios más puros del alma se cumplieron en aquella mañana de la Demajagua, cuando los ricos, desembarazándose de su fortuna, salieron a pelear, sin odio a nadie, por el decoro, que vale más que ella: cuando los dueños de hombres, al ir naciendo el día, dijeron a sus esclavos: "¡Ya sois libres!" ¿No sentía, como estoy yo sintiendo, el frío de aquella sublime madrugada?... ¡Para ellos, para ellos todos esos vítores que os arranca este recuerdo glorioso! ¡Gracias en nombre de ellos, cubanas que no os avergonzáis de ser fieles a los que murieron por vosotras: gracias en nombre de ellos, cubanos que no os cansáis de ser honrados!
¿Por qué estamos aquí? ¿Qué nos alienta, a más de nuestra gratitud, para reunirnos a conmemorar a nuestros padres? ¿Qué pasa en nuestras huestes, que el dolor las aumenta y se robustecen con los años? ¿Será que, equivocando los deseos con la realidad, desconociendo por la fuerza de la ilusión o de nuestra propia virtud las leyes de naturaleza que alejan al hombre de la muerte y el sacrificio, queramos infundir con este acto nuestro, con este ímpetu, con este anuncio, esperanzas que son culpas cuando pueden costar la vida al que las concibe, y el que las pregona no puede realizarlas? ¿Será que sometiendo como vulgares ambiciosos el amor patrio al interés personal o la pasión de partido, estemos tramando con saña enfermiza el modo de echar inoportunamente sobre nuestra tierra una barcada de héroes inútiles, impotentes acaso para acelerar la agregación inevitable de las fuerzas patrias, aun cuando llevasen, con la gloria de su intrepidez, el conocimiento político y la cordial grandeza que han de sustentarla? No: ni la debilidad nos trae aquí, ni la temeridad. ¿No nos afligimos, no nos buscamos unos a otros, no nos adivinamos en los ojos un llanto de sangre, no andamos con la mano impaciente, con el dolor de la carne herida en nuestra carne, en cuanto sabemos de alguna nueva tristeza de la patria, de algún peligro de los que allá viven, de alguna ofensa a los que allá nos desconocen, del sacrificio estéril de algún valiente infortunado? ¿No nos regocijamos noblemente cuando se espera de nuestros mismos dominadores una concesión de justicia, un bien parcial, que aunque lastime nuestras aspiraciones grandiosas, aunque retarde nuestro ideal absoluto y nuestra vuelta al país, le prometa sin embargo una calma relativa-de que no queremos gozar nosotros? ¿No nos agitamos, no perdemos el interés en nuestro quehacer usual, no sentimos, cuando sabemos que hemos de reunirnos para estos actos, nobles, como más claridad, como más ternura, como más dicha, como más elocuencia, como una verdadera resurrección en nuestras casas? ¡Pues por eso estamos aquí: porque la prudencia puede, refrenar, pero el fuego no sabe morir; porque el amor a nuestro país se nos-fortalece con los desengaños, y es superior a todos ellos; porque el pesar de vernos ofendidos por los que no saben imitar nuestra virtud, es menos poderoso que este impulso de los que morimos en silencio fuera del suelo natal, para prolongar siquiera la vida recordándolo; porque tal vez divisamos el peligro, y nos aparejamos a ser dignos de él!
Ese impulso nos arrastra; nos pone en pie, como si viviéramos aún, devuelve a nuestros labios la palabra, cansada ya de torneos pueriles: ¿qué somos nosotros más que lo que nos decía esta noche un anciano respetable, qué somos nosotros más que "mártires vivos"? Vivimos entre sombras, y la patria que nos martiriza, nos sostiene. Con las manos tendidas, con la señal del cuchillo en la garganta, con los vestidos sirviendo de últimos manteles a los ladrones, comida hasta la rodilla-¡hasta la rodilla no más!-de gusanos, la imagen de la patria siempre está junto a nosotros, sentada a nuestra mesa de trabajar, a nuestra mesa de comer, a nuestra almohada. Desecharla es en vano; ni ¿quién quiere desecharla? Sus ojos; como los ojos de un muerto querido, nos siguen por todas partes, nos animan cuando estamos honrándola con nuestros actos, nos detienen cuando nos sentimos tentados a alguna villanía, nos hielan cuando pensamos en abandonarla. ¡Cierra los ojos y parece que se cierra la vida! Queremos ir por donde nos manda el interés, y no podemos ir sino por donde nos manda la patria. Cuando el sol brilla para todos, menos para nosotros; cuando la nieve alegra a todos, menos a nosotros; cuando para todos, menos para nosotros, tiene la naturaleza cambios y fragancia,-un aire sutil viene por sobre el mar, cargado de gemidos, a hablarnos de dolores que todavía no han logrado consuelo, de vivos que desaparecen en el misterio, de derechos mutilados, más tristes de ver que los mismos hombres muertos. El alma no duerme, ni sabe del día: ásperos, y como soldados sin armas, salen de la mente, llenos de vergüenza, los pensamientos. ¿Qué importa el sol? ¿qué importa la nieve? ¿qué importa la vida? La patria nos persigue, con las manos suplicantes: su dolor interrumpe el trabajo, enfría la sonrisa, prohíbe el beso de amor, como si no se tuviese derecho a él lejos de la patria: una mortal tristeza y un estado de cólera constante turban las mismas sagradas relaciones de familia: ¡ni los hijos dan todo su aroma! Aturdidos, confusos, impotentes, los que viven lejos de la patria sólo tienen las fuerzas necesarias para servirla.
Así vivimos: ¿quién de nosotros no sabe cómo vivimos?: ¡allá, no queremos ir!: cruel como es esta vida, aquélla es más cruel. ¡Nos trajo aquí la guerra, y aquí nos mantiene el aborrecimiento a la tiranía, tan arraigado en nosotros, tan esencial a nuestra naturaleza, que no podríamos arrancárnoslo sino con la carne viva! ¿A qué hemos de ir allá, cuando no es posible vivir con decoro, ni parece aún llegada la hora de volver a morir? ¿Pues no acabáis de oír esta noche una voz elocuente que nos sacaba, recordando aquella vergüenza, las llamas a la cara? ¿A qué iríamos a Cuba? ¿A oír chasquear el látigo en espaldas de hombre, en espaldas cubanas, y no volar, aunque no haya más armas que ramas de árboles, a clavar en un tronco, para ejemplo, la mano que nos castiga? ¿Ver el consorcio repugnante de los hijos de los héroes, de los héroes mismos, empequeñecidos en la pereza, y los viciosos importados que ostentan, ante los que debieran vivir de espaldas a ellos, su prosperidad inmunda? ¿Saludar, pedir, sonreír, dar nuestra mano, ver, a la caterva que florece sobre nuestra angustia, como las mariposas negras y amarillas que nacen del estiércol de los caminos? ¿Ver un burócrata insolente que pasea su lujo, en carruaje, su dama, ante el pensador augusto que va a pie a su lado, sin tener de seguro donde buscar en su propia tierra el pan para su casa? ¿Ver en el bochorno a los ilustres, en el desamparo a los honrados, en complicidades vergonzosas al talento, en compañía impura a las mujeres, sin los frutos de su suelo al campesino, que tiene que ceder al soldado que mañana lo ha de perseguir, hasta el cultivo de sus propias cañas? ¿Ver a un pueblo entero, a nuestro pueblo, en quien el juicio llega hoy a donde llegó ayer el valor, deshonrarse con la cobardía o el disimulo? Puñal es poco para decir lo que eso duele. !Ir, a tanta vergüenza! Otros pueden: ¡nosotros no podemos!
Pero no estamos aquí para censurar a nuestros hermanos en desdicha, a nuestros hermanos mayores en desdicha, porque el valor que necesitan para soportarla es más que el que para esquivarla demostramos nosotros: no estamos aquí para suponer en ellos, con necia arrogancia, la falta de virtudes que sean nuestro patrimonio exclusivo: ¡yo las he visto brotar bajo aquella opresión con tanto brío, con más brío a veces, que el que cabe ya en nuestras almas fatigadas! Astros apagados ya para nosotros, en el fuego de la libertad que consume los astros, todavía son para ellos soles: el amor a la patria, que es en nosotros inquebrantable juramento y melancólica constancia, es en ellos asomo de aurora y épico frenesí: ¡por cada uno que cae en vileza, hay dos que se avergüenzan de él! Si el reposo, que es también necesario en la historia, favorece el desarrollo del juicio, no maldigamos del reposo,-que cesará por sobre cuantos lo estorben cuando tenga fuerzas para cesar,-porque la catástrofe innecesaria de nuestra guerra demuestra que el valor es estéril,-el mismo valor loco a cuyo recuerdo hierve la sangre y se dibuja en la sombra un caballo ensillado que nos convida,-cuando la razón, que es otra forma de valor, no lo preside. ¿Quién cuenta desde aquí las almas que allá acarician, con el fervor creciente por la ofensa diaria, los mismos deseos de que sólo los presuntuosos entre nosotros pueden suponerse únicos depositarios? ¿Quién no oye lo que se dicen aquellos puños cerrados, aquellos labios mordidos, aquellas mejillas encendidas? ¿Quién no se enorgullece, como si fueran suyas propias, de las virtudes, de la inteligencia singular, de los hábitos de trabajo, de la facilidad magnífica para todo lo bello y difícil de que nuestra patria de prueba pasmosa, surgiendo de aquella llaga que se la come, como de los mismos cerdos muertos surgen con el azul más puro, florones de luz? ¡Todos, todos son nuestros hermanos, nuestra carne, nuestra sangre, lo mismo los que piensan con más tibieza que nosotros que loa que han pensado con ineficaz temeridad! Precipitar ¿cuándo fue salvar? Ni ¿qué valdrá, más que lo que valen ha alas de un colibrí en una tormenta, que loa de flojo corazón levanten las manos pálidas al cielo el día en que, recobrada la salud, decrete el país que no se contenta con dietas de honor? ¡Las aves indecisas, para protegerse mejor, se agregarán a la bandada! ¿Qué es ponerse a murmurar unos de otros, a recelarse, a odiarse, a disputarse un triunfo que sería efímero si no fuera unánime, de todos, para todos, porque unos han vivido acá y los otros allá? ¿Cómo los que han padecido menos osan afectar desdén, que si fuera real sería fratricida e impolítico, hacia los que han padecido más, hacia los que acaso les han permitido, con su silencioso sacrificio, con la prudencia con que usan de su poder moral, intentar los remedios parciales que en vano recomiendan, sin los obstáculos que con amor menos virtuoso a la patria hubiéramos podido en todo instante oponerles, pero que guardamos celosamente para su hora, no por agasajo a nadie, no por temor de nadie, sino por aquel prudente amor al país, por aquel supremo amor al país, ante el que se deponen todas las pasiones? Vacilen estos, retráiganse aquellos, condénennos otros: todos nos juntaremos, del lado de la honra, en la hora de la vindicación y de la muerte. Lo que se ha de preguntar no es si piensan como nosotros, porque como nosotros piensan todos, aun cuando, como quien quiere sofocar el aire, quieran sofocar el pensamiento; porque nosotros, como los persas que se refugiaron a adorar el fuego, que era el símbolo de la patria sometida por el moro, a las cumbres solitarias adonde no hallaba camino el opresor, ¡con el fuego sagrado nos refugiamos, orgullosos de nuestra soledad, en las cumbres de nuestras conciencias! ¡Nosotros somos el deseo escondido, la gloria que no se pone, el fin inevitable!
Lo que se ha de preguntar no es si piensan como nosotros; ¡sino si sirven a la patria con aquel filial gusto, con aquella sabia indulgencia, con aquel dominio de las antipatías señoriales, con aquel acatamiento del derecho del hombre ineducado a errar, con aquel estudio de los componentes del país y el modo de allegarlos en vez de dividirlos, con aquel supremo sentido de justicia que puede únicamente equilibrar en lo futuro tenebroso el resultado natural de las injusticias supremas, con aquel ingenuo afecto a los humildes que encadena las voluntades incultas en vez de agriarlas y llevarlas de la mano al enemigo, con aquel respeto a la patria que prohíbe agitarla inoportunamente en provecho de la vanidad o el parece ser por desdicha el único medio de rescatar a la patria de la persecución y el hambre;-se llega a suponer, con ligereza que devolvemos sin respuesta, que los que aquí meditamos con respeto de hijos el modo de ahorrar a nuestro país conmociones estériles, de subordinar a su mandato nuestros más gloriosos ímpetus, de alimentar en el silencio las virtudes que han de serle útiles, de dar tiempo a que se robustezca su carácter para la lucha que acaso sea precisa, de confundir en concordia todos sus elementos, de no enajenarnos ninguno de los factores imprescindibles, de disponer cuanto en la hora suprema pueda abreviar el sacudimiento, acelerar el triunfo, y fundar la patria libre,-¡no somos más que una turba irreflexiva, tocada de monomanía sangrienta! Esta no es hora de decir cómo no han sido inútiles para la emigración cubana veinte años de experiencia, de manifestación y roce francos, de choque de ambiciones y noblezas, de prueba y quilate de los caracteres, de lucha entre la pasión desconsiderada y el juicio que desea someterla al desinterés de la virtud. No es hora de decir, cuando se conmemoran hazañas a cuyo lado palidece el simple cumplimiento del deber, cómo en la obscuridad, grata al verdadero patriotismo, se procura con sagrada pureza librar de estorbos, no para todos visibles, el porvenir del país, y en vez de trabajar sin fe y desconcertados en pro de una fórmula postiza, condenada de antemano, por la fuerza de lo real, a corta duración, se atiende, con el oído puesto al suelo, que no ha cesado todavía de hervir, al espíritu vivo de la patria; a la recomposición de sus elementos históricos, más temibles mientras más desatendidos, y más reales, en su descanso natural e inacción aparente, que las sombras que sólo tienen aparato de cuerpo palpable porque se amparan de ellos y les sirven de transitoria vestidura; a la preparación de la guerra posible,-puesto que mientras sea la guerra un peligro, será siempre un deber prepararla, de manera que en el seno de ella vayan las semillas, ¡de no muy fácil siembra! que después de ella han de dar fruto. Agitar, lo pueden todos: recordar glorias, es fácil y bello: poner el pecho al deber inglorioso, ya es algo más difícil: prever es el deber de los verdaderos estadistas: dejar de prever es un delito público: y un delito mayor no obrar, por incapacidad o por miedo, en acuerdo con lo que se prevé. No es hora de decir que puesto que la guerra es, por lo menos, probable en Cuba. serán políticos incapaces todos los que no hayan pensado en el modo de evitar los males que pueden venir de ella. ¡Pero todas las horas son buenas para declarar que aquí los corazones no son urnas de devastación, prontas al menor empuje a volcarse sin miramiento sobre el país, sino aras valientemente defendidas, donde se guardan sus últimas esperan de manera que las pasiones interesadas no las pongan en manos del enemigo, ni la traición disimulada las defraude!
¿Guerra? Pues si hubiese querido tenerla siempre encendida, ¿cuándo ha faltado una montaña inexpugnable ni un brazo impaciente? Refrenar es lo que nos cuesta trabajo, no empujar: lo que nos cuesta trabajo es convencer a los hombres decididos de que la mayor prueba de valor es contenerlo: pues ¿qué cosa más fácil que la gloria a los que han nacido para ella, ni qué deseo más impetuoso que el de la libertad en los que ya han conocido, en el brío del combate y en la vela de armas, que es digna de sus heraldos naturales, el sacrificio y la muerte? Las manos nos duelen de sujetar aquí el valor inoportuno. Si no lleva la emigración la guerra a Cuba, acaso será porque cree que no debe aún llevarla; acaso será porque hay en su seno mucho hombre sensato, que prefiere dar tiempo a que los hechos históricos culminen por al en toda su fuerza natural, a precipitarlos por satisfacer impaciencias culpables, a comprometerlos con una acción prematura, con una acción que, habiendo de conmover, de trastornar, de ensangrentar el país, debe esperar para ejercerse a que, por todo lo, visible y de indudable manera, no sólo necesite el país la conmoción, sino que la desee, por el extremo de su desdicha y lo irrevocable de su desengaño. ¡Aquí no somos jueces, sino servidores! ¿Quién dice que aquí queremos llevar a nuestra patria en mala hora una guerra que tuviese más probabilidades de ser vencida que de vencer en corte plazo? ¡Aún cuando la tuviéramos en nuestras manos, aún cuando sólo aguardase la señal de partir, para el viaje santo y ligero, corazón a corazón iríamos llamando, afrontándolo todo en la angustiosa súplica, para que no diesen rienda al valor impaciente hasta que ya no hubiera modo de salvar sin esa desventura a la patria!
Acá, en esta tiniebla, precedido de sangre en nuestra historia como en la naturaleza, ya nos parece divisar el día; ya, confundiendo con el miedo el recogimiento semejante ala duda que precede a las sacudidas nacionales, irrita un desdén insolente la última paciencia del país, avergonzado de su credulidad; ya, con el favor inicuo de gobiernos que traicionan a su patria usurpando una autoridad que no osan ejercer con honra, se preparan nuestros dominadores a provocar la Isla a una guerra incompleta y prematura, a azuzar acaso a los inquietos y los ciegos de nuestro propio bando, para segar al país la flor nueva que ha echado en medio de los vicios, para pasear la hoz a cercén, antes de que vibre en los brazos la indignación madura, sobre el pueblo culpable de haber sabido perdonar a sus déspotas, creer en su honor, confiar en que con la generosidad heroica los obligaría a la justicia: ya parece menos lejano el instante doloroso, como todo nacimiento, en que se realicen al fin las esperanzas que enfrena la cordura, pero que no deben morir jamás, porque con ellas morirían la verdad y la grandeza. Mas, si esperásemos en vano; si la zozobra en que vivimos, o el ardor del deseo, nos anublasen el conocimiento; si otra solución política fuera superior a la nuestra; si por la virtud de otros esfuerzos lograse nuestra patria, contra todo lo probable, una calma relativa; si tanto como por cualquier otro esfuerzo, se lograra por el de nuestra actitud sin plácemes y sin gloria, por nuestro poder secreto e imperante, por el látigo invisible que aquí todos tenemos en las manos,-lógrese en buena hora, aunque de esta última herida que le falta para ya morir, cese nuestro corazón de latir con la esperanza que lo alienta. ¡Lo que importa no es que nosotros triunfemos, sino que nuestra patria sea feliz! Pues ¿para que se es hombre honrado, para qué se es hijo de un pueblo, sino para tener gozo en padecer por él, y en sacrificarle hasta las mismas pasiones grandiosas que nos inspira?
Pero si, como anuncian los tiempos, fracasa el empeño de obtener de España para los cubanos la suma de derechos que pudiese hacer llevadera la vida a un pueblo visiblemente dispuesto a volver a arrostrarla por su libertad; si con invenciones satánicas o ardides felices arrastra al país a una guerra, que no nos hallará desprevenidos, aquella parte perniciosa del elemento español que lo perturba; si la ira heroica o la palabra imprudente contribuyesen de parte nuestra a acelerar la lucha armada por qué suspira, procurando escoger la hora y lugar de la batalla, nuestro astuto enemigo, ¡aquí habremos mantenido, sin avergonzarnos de ella, sin abatirla, sin ondearla como mercancía temible, sin asustar con ella a los político flojos e imprevisores, la bandera que nos adorna hoy nuestros muros porque mientras no pueda conducirnos a la victoria, mejor está plegada! ¡Aquí, en el trato abierto y en el estudio de nuestras pasiones, hemos robustecido, mientras nos acusaban y tenían en poco, los hábitos que harán mañana imposible el establecimiento en Cuba de una República incompleta, parcial en sus propósitos o métodos, encogida o injusta en su espíritu! ¡Aquí hemos aprendido a conocer y a resistir los obstáculos con que pudiera tropezar 1a patria nueva: el interés del hombre de guerra, la pasión del hombre de raza, la soberbia de los letrados, la desvergüenza del intrigante político! ¡Aquí en el conflicto diario con el pueblo de espíritu hostil donde nos retiene, por única causa, la cercanía a nuestro país, hemos amontonado, y son tantas que ya llegan al cielo, las razones que harían odiosa e infecunda la sumisión a un pueblo áspero que necesita de nuestro suelo y desdeña a sus habitantes! ¡Aquí hemos aprendido a amar aquella patria sincera donde podrán vivir en paz los mismos que nos oprimen, si aprenden a respetar los derechos que sus hijos hayan sabido conquistarse; donde podrán vivir en amor los esclavos azotados, y los que los azotamos!
¡Oh, no!: no es visión de la fantasía esa patria venidera donde, con la fuerza gloriosa de las islas, que parecen hechas para recoger del ambiente el genio y la luz, prosperará, sin ayudas extrañas que lo consuman, el hombre en quien la libertad ha infundido a la vez la virtud de morir por ella y la inteligencia necesaria para ejercitarla: el hombre que reúne a la industria con que los pueblos se edifican, el brío que salva a la libertad de los que para explotarla o desviarla suelen saltar, con la agilidad del ambicioso, a su cabeza: el hombre cubano, ¿Aniquilado el cubano? ¿Desmayado el cubano? ¿Indigno el cubano de que, por esperar la ocasión de servirlo, desdeñemos, con tenacidad misteriosa, el bienestar seguro y los más gratos honores? ¿Quién nos impele, quién nos aconseja, quién nos conduce, que besamos con amor la mano que nos arrastra por la vía oscura y terrible? ¡Todo, oh patria, porque cuando la muerte haya puesto fin a esta fatiga de amarte con honor, puedas tú decir, aunque no tu oiga nadie: "fuiste mi hijo!" ¡No hay más gloria verdadera que la de servirte sin interés, y morir sin manchas! ¿Indigno el cubano? ¡Antes debemos, con todas las fuerzas de la admiración y todo el cariño del alma, saludar a los que surgen radiantes de aquella podredumbre, como las frutas más lúcidas y jugosas brotan de la tierra fecundada por el pestilente abono, y echar por sobre el mar, con las alas tendidas, un entrañable abraso hacia los que en aquel aire enlutado insisten en la virtud, nutren el valor, enriquecen la ciencia, practican la literatura viril, improvisan con nunca vista rapidez las cualidades de los pueblos en sazón, y guardan la casa santa del contacto impuro! Como la libertad es la sombra de la tiranía, como las virtudes florecen sobre los cadáveres de los que las poseyeron, como la juventud orea los pueblos cansados, allí donde el sol brilla, donde las palmeras visitadas del rayo ya retoñan, donde cruzan centelleando por el aire las almas de los héroes, donde en el silencio de los caminos hay aún bastante sombra para el honor, ¡se levanta con atrevo poder, con el poder de la indignación contenida, aquel pueblo que han dado por muerto los que, aunque vivan en su seno, lo desconocen u olvidan, los que no cambian todas las glorias y bienes del mundo por el placer inefable de oírlo palpitar! A los que confían en tener aún por mucho tiempo su jeto a un régimen que es el oprobio de los que lo mantienen, aquel pueblo nuestro que sin mas conspiración que la de su desdicha, ya se lleva la mano a la frente, ya se pone en pie, ya recuerda de qué lado se cargan las armas, decidles lo que vi yo en los frica de New York hace siete años:-Era un anciano. En su alma inmaculada no cabía el odio, no era hombre de libros: ¡los libros suelen estorbar para la gloria verdadera! Cuando despertó nuestro Oriente, dejó sola, para ir a pelear, la mujer de su cariño, y la rica hacienda que levantó con sus propias manos. La guerra lo había curtido: había estado los diez años en la guerra. Después de aquella paz, lo prendieron con sus tres hijos. Huyó con ellos de su prisión en España. No le esperaba la pobreza en el extranjero. Se hablaba entonces de sujetar, con un renacimiento de la guerra mal apagada, las aspiraciones temibles y activas que se disponían a sustituirlas. Y aquel anciano de setenta y tres años, que ya habla peleado por su patria diez, vino a decirme: "Quiero irme a la guerra con mis crea hijos". La vida seca las lágrimas; pero aquella vez me corrieron sin miedo de los ojos. ¿Qué tiene la historia antigua de más bello?-Y decidles lo que vi ayer:-Es un niño, recién llegado de Cuba.
Lleva en la frente pensativa la tristeza de quien vive entre esclavos, la determinación de quien decide dejar de serlo. ¡La tiranía no corrompe, sino prepara! ¡Qué cólera, la de un pueblo forzado a acorralar su alma! Trae en los ojos la cólera de su pueblo. El sabe de dónde viene la injuria, cómo no se espera remedio pacífico, cómo el país está dejando ya caer los brazos, para levantarlos! Habla poco. Se pone a cada instante en pie. "Iré, iré de los primeros", dice. Y espera impaciente, como un potro enfrenado.
Dicen que es bello vivir, que es grande y consoladora la naturaleza, que los días, henchidos de trabajos dichosos, pueden levantarse al cielo como cantos dignos de él, que la noche es algo mas que una procesión de fantasmas que piden justicia, de mejillas que chispean en la oscuridad, de hombres avergonzados y pálidos. Nosotros no sabemos si es bella la vida. Nosotros no sabemos si el sueño es tranquilo. ¡Nosotros sólo sabemos sacarnos de un solo vuelco el corazón del pecho inútil, y ponerlo a que lo guíe, a que lo aflija, a que lo muerda, a que lo desconozca la patria! ¿Con qué palabras, que no sean nuestras propias entrañas, podremos ofrecer otra vez a la patria afligida nuestro amor, y decir adiós, adiós hasta mañana, a las sombras ilustres q a, a las sombras ilustres que pueblan el aire que está ungiendo esta noche nuestras cabezas? ¡Con velar por la patria sin violentar sus destinos con nuestras pasiones: con preparar la libertad de modo que sea digna de ella!
*Lo destacado en negritas es solo una consideración y sugerencia del autor. Considero de inestimable valor la totalidad del texto; pero creo oportuno que los lectores y estudiosos de la enseñanza martiana se detengan a analizar lo propuesto, independientemente de que puedan hallar en el resto del discurso otras ideas inspiradoras y de vigencia en relación con la nueva causa del pueblo cubano.
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