Crisis estructural y “elecciones”: el designado no la tendrá fácil El presidente no heredará el poder, pero sí tendrá que atreverse a mover las cosas o aceptar el papel de cómplice y cabeza de turco de la dictadura Por Miriam Celaya Cubanet 9 de octubre de 2019
Díaz-Canel en la I conferencia nacional del sindicato de la Cultura. 2018 (granma.cu)
LA HABANA, Cuba. – Resta apenas un día antes que los 600 diputados que conforman la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP) “elijan” a quienes serán el presidente y el vicepresidente del país por los próximos cinco años, reelegibles para un segundo mandato, según reza la nueva Ley electoral (Ley No. 37), aprobada en julio último en Sesión ordinaria del Parlamento. Sin embargo, tanto los millones de cubanos que forman parte del pueblo, dizque el soberano, como los propios diputados que marcarán obedientemente las casillas correspondientes a cada cargo y “aspirante” previamente seleccionado por el verdadero poder, aún ignoran quiénes son los candidatos para dirigir, al menos de palabra, los siempre precarios rumbos de la nación.
Justo es decir que tampoco el tema interesa a casi nadie. La opinión más generalizada entre los cubanos en Cuba es que poco importa quién detente el título de presidente cuando se conoce que los que mandan verdaderamente en el país son los miembros sobrevivientes de la (de)generación histórica y sus más cercanos herederos y colaboradores, responsables directos de todo el desastre generado a lo largo de 60 años. Cualesquiera sean los designados para tales responsabilidades serán títeres sin poder real y sin coraje suficiente para acometer los cambios imprescindibles, empezando por la transformación general de un sistema demostradamente obsoleto.
La única certeza derivada de la experiencia de cuatro generaciones que han sobrevivido a duras penas las seis décadas de crisis y penurias etiquetadas bajo el engañoso rubro de revolución cubana, es que si no se cumplieron hasta el presente las promesas de futuro ninguno de los que pongan va a resolver nada. Tal convicción pesa como una lápida sobre el ánimo popular, como si a nivel inconsciente por fin la gente hubiese comenzado a interiorizar una verdad incuestionable: el mal de Cuba no es coyuntural sino sistémico.
De hecho, la orfandad cívica de todo un pueblo se acusa en el propio lenguaje cotidiano del llamado cubano de a pie. En cualquier sociedad medianamente democrática y en plena etapa electoral a nadie se le ocurriría referirse a “el que van a poner” sino al que voy a votar. Esto, naturalmente, previo conocimiento público de los respectivos programas de gobierno de cada candidato y a qué partido representa.
En Cuba, por el contrario, el partido único y la dictadura han sido consagrados jurídicamente –que no “legítimamente”- en la nueva Carta Magna; y así también, tras 43 años de entrenamiento en el acatamiento social bajo un sistema electoral apenas modificado desde 1976, la recién aprobada Ley 37, en abierto desacato a la voluntad popular que reclamó participación directa en la elección del presidente del país, constituye un verdadero blindaje para evadir fisuras en los filtros oficiales que pudieran permitir eventualmente el ascenso al poder de candidatos no deseados por la elite privilegiada.
Así, el Proyecto de Ley electoral presentado formalmente en julio de 209 a la comisión parlamentaria designada “para su debate y aprobación”, hizo omisión rampante de uno de los reclamos más importantes de los cubanos durante el llamado proceso de consulta popular que precedió a la aprobación unánime de la Constitución ahora vigente, la elección directa. No obstante, fue aprobado por unanimidad por el Parlamento, de la misma manera que será aprobada la “elección” del presidente y del vicepresidente en la mañana de este l0 de octubre de 2019, al amparo de una paradójica legislación que fue renovada con el único fin de perpetuar un sistema anclado en el pasado.
Quizás las escasas pinceladas “novedosas” de estas supuestas elecciones se resumen en factores que ahora mismo no parecen muy relevantes pero de los que sería prudente tomar nota. A saber, son las primeras votaciones en las que ninguno de los miembros de la generación histórica formará parte de la candidatura –aunque ellos seguirán detentando el Poder real hasta tanto lo decida la naturaleza-; en segundo lugar, es de suponer que en el transcurso de un lustro sus sobrevivientes desaparezcan o pierdan totalmente sus ya escasas capacidades y, en consecuencia, finalice su perniciosa influencia simbólica o real sobre la toma de decisiones de la dirección del país; y en tercer lugar, con marcada importancia, de mantenerse la actual profundización de la crisis del sistema el “nuevo” gobierno no tendrá más que dos alternativas: implementar cambios económicos que a la larga provocarían la transformación del propio “modelo” o enfrentar el caos que derivaría del descontento social por la acumulación de problemas en todos los ámbitos de la vida nacional, asumiendo así las consecuencias de los errores cometidos por los “históricos”.
Tampoco hay que descartar la importancia de nuevos liderazgos que puedan emerger en la sociedad civil independiente y que se sumarían a los grupos ya conocidos y con larga experiencia en la resistencia. Los tiempos recientes están mostrando un repunte de sectores empujando por espacios de libertad y participación dentro de la Isla. Es de suponer que dicho crecimiento se sostenga y diversifiquen sus propuestas y reclamos en la medida en que el poder político en Cuba no es capaz siquiera de generar un plan para paliar la crisis estructural del sistema.
Entre tanto, las expectativas han de ser moderadas. El panorama cubano no ofrece razones para el optimismo sino más bien lo contrario. El aumento de la represión, la agudización de la crisis, el retroceso en materia de aperturas del sector privado y el atrincheramiento ideológico son algunas claras señales de la ausencia de voluntad de cambios por parte de la cúpula; una situación de la cual no se vislumbra salida y cuya solución no depende en lo absoluto de las cruces que marquen las boletas de los diputados en la farsa electoral que tendrá lugar el próximo jueves. Está claro que el presidente no heredará el poder, pero sí la responsabilidad de lo que ocurra en lo adelante: tendrá que atreverse a mover las cosas o aceptar el papel de cómplice y cabeza de turco de la dictadura. No la tiene fácil.
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