Todos se van. Por Félix José Hernández.
Mi recordada Ofelia
¡Qué bella sorpresa!
Acabo de leer “Tout le monde s’en va” , novela escrita por la poeta cubana Wendy Guerra. En el 2006 el escritor Eduardo Mendoza le entregó el “Premio Bruguera a la Primera Novela”, en nombre del jurado del que él formaba parte.
El verano pasado, durante nuestras vacaciones en la capital de nuestra Madre Patria, fuimos a La Casa de América, para ver la exposición de retratos de escritores del gran fotógrafo Daniel Mordzinski (sobre ella te escribí una carta). Pudimos admirar la foto de una Eva Caribeña, que resultó ser de la para nosotros desconocida Wendy Guerra.
De regreso a París, después de asistir a una de las innumerables veladas culturales que ha organizado nuestro amigo William Navarrete, en la célebre Maison de l’Amérique Latine del Barrio Latino, nos fuimos a cenar al Café Flore con otros amigos. Le pegunté a William si conocía a Wendy Guerra y éste me aconsejó que leyera los que calificó como bellos poemas y su novela “Todos se van”.
El libro está escrito en forma de diario por una niña que nació en diciembre de 1970 en plena “Zafra de los 10 millones (se) van”, bajo un frente frío. Quizás sea por eso que le pusieron un nombre tan poco tropical como Nieves, el que ella detestará.
La niña vivió una infancia difícil en Cienfuegos, en una casa a orillas de la Laguna del Cura, con una madre lunática, un poco hippy, locutora de radio, que vive con el temor de programar a alguno de los cantantes prohibidos por el régimen y también teme que descubran que en su hogar esconde libros escritos por los “autores malditos”. Su padrastro se llama Fausto, es un impúdico técnico sueco de la Central Atómica de Juraguá, que se pasea desnudo por la casa.
El padre de Nieves es un alcohólico violento, que gracias a la “justicia revolucionaría” logra que la niña le sea entregada. Se la lleva a pasar hambre y a sufrir todo tipo de maltratos a la Sierra del Escambray, en donde trabaja con una compañía de teatro.
Como yo de niño iba a pasar las vacaciones de verano en casa de mi tía Estela en la Playa Rancho Luna, este libro me trajo muchos recuerdos sobre los lugares en los que Wendy sitúa la historia de la niña.
La chica va a parar a una especie de reformatorio en el pueblo de Cruces, de donde logrará regresar a casa de su madre. Mientras tanto, ya el sueco había regresado a Estocolmo y su padre se había convertido en marielito. Las promesas de ambos de ayudar a la niña y a su madre a salir de la Isla del Dr. Castro se las llevaría el viento.
Abundan las anécdotas contadas magistralmente con el vocabulario y el estilo de una niña, como la de Wilfredo Lam en “La Marcha del Pueblo Combatiente” en su sillón de ruedas, desfilando con su exótica esposa frente a la Embajada del Perú: ¡Qué se vayan! ¡Qué se vayan! Ellos vivían en aquella época en París y estaban de visita en Cuba. Pero lo que para un lector francés quizás sea difícil de comprender y para nosotros los cubanos puede ser causa de risa debido al surrealismo castrista, es la historia de las “Flores para Camilo”.
Resulta que cada año, el 28 de octubre, día en que se conmemora la extraña desaparición de Camilo Cienfuegos al caer su avión al mar, se llevan a los niños cubanos a lanzar flores al mar y así honrar a Camilo. Pero ese día caía un gran aguacero sobre la ciudad, por tal motivo la maestra encontró una solución “genial”. Llenó un cubo de agua, lo puso en el medio del aula y los niños desfilaron frente al cubo lanzando las flores sobre él, al mismo tiempo que recitaban los poemas a la gloria de Camilo, que habían sido aprendidos de memoria.
Según pasan los años y llega la adolescencia, el estilo va cambiando y se trasluce la vigilancia, el temor a ser denunciados, la obligación a participar en las actividades políticas, las penurias, el racionamiento y el ansia de cultivarse, de conocer lo que se escribe, se pinta y se puede ver en los cines o los teatros del resto del mundo.
Las anécdotas sobre la Escuela de Arte y los 45 días de entrenamiento militar son extraordinarias, así como la historia del préstamo de los libros a la nieta de un escritor censurado para que pudiera descubrir lo que había escrito su abuelo.
El pequeño apartamento con barbacoa de la calle Jovellar, convertido en lugar de “Campismo Leninismo” por su extravagante madre y muchas otras historias contadas con un gran sentido del humor, hacen que cuando la adolescente llega a la juventud, su diario se convierta en un documento histórico, una verdadera crónica sobre la vida cotidiana bajo régimen de los Castro entre 1970 y 1990.
Pero al mismo tiempo, como nos ocurrió a todos nosotros, a Nieves poco a poco se le van yendo los amigos de infancia, de adolescencia y de juventud, los vecinos, los amigos los padres, los conocido, todos, y ella, se va quedando irremediablemente sola.
En nuestros casos, llegó el día en el que nos tocó abandonar la isla y sufrir el desarraigo terrible de perder todo nuestro mundo, nuestro pasado y todo lo que habíamos amado hasta ese momento.
Las cinco páginas dedicadas a: “El deseo y el dolor”, son una verdadera obra de arte erótico tropical. La escena de amor entre Nieves y Osvaldo es sencillamente sublime. Mientras que la pasión desenfrenada entre la joven y Antonio se puede calificar de desgarradora.
La escena en la que Nieves se lanza a correr por las calles de Jovellar, Aramburu, Soledad y Marina para llegar al Parque Maceo y de allí al muro del Malecón es realmente cinematográfica. Como viví en ese barrio durante 22 años, según leía esa página, me parecía estar viendo a la chica de veinte años correr a la búsqueda de…
En nuestro próximo viaje a la Madre Patria lo compraré en español para enviártelo por la vía que conoces. Tengo que agradecer a William el que me haya hecho descubrir a esta brillante joven escritora.
Un gran abrazo de quien te quiere eternamente,
marcelo.valdes@wanadoo.fr
Tout le monde s’en va.
Wendy Guerra.
Editions Stock.
279 páginas.
19 euros.
Traducido del español (Cuba) por Marianne Million. ISBN :978-2-234-06035-7. |