“Las personas gastan más tiempo y energía en observar los problemas que en tratar de encontrar una solución”. Henry Ford.
Roberto L. Capote Castillo.- En mi propósito de encontrar respuesta sobre cuál debía ser la finalidad de las empresas socialistas, investigué lo indicado por los teóricos del socialismo científico. Resultado de mi búsqueda encontré la ley económica fundamental del socialismo, enunciada por Federico Engels, en su libro Anti-Dühring, donde expone:
“…asegurar a todos los miembros de la sociedad, por medio de la producción social, una existencia que, además de satisfacer plenamente y cada día con mayor holgura sus necesidades materiales, les garantice también el libre y completo desarrollo y ejercicio de sus capacidades físicas y espirituales”.
A partir de lo expresado en la citada ley deduzco que la finalidad de las empresas socialistas cubanas debería ser trabajar para cumplir con el enunciado anterior. Los castro-comunista han demostrado que ni siquiera esta es la visión a largo plazo. Los niveles de vida de la población son cada vez peores, no logran la satisfacción de las necesidades materiales esenciales, tampoco se puede pensar en añadir los vocablos plenamente y con mayor holgura expresadas por Engels.
En las empresas se realizan modificaciones frecuentemente (nombre, organigrama, equipamiento, etcétera). Esas frecuentes transformaciones se hacen para dar la imagen de mejora, pero desgraciadamente al cabo de un breve tiempo todo continúa igual o peor, pues el problema es estructural y funcional tanto a nivel macro como micro. Cómo se decide la fundación de una empresa es algo que desconozco, pero al parecer es a partir de la planificación centralizada y los correspondientes ministerios con la participación de las entidades de dirección del Partido y Gobierno del lugar seleccionado. Conozco de algunas creadas por el desempleo existente en determinados territorios, aun cuando geográficamente no sea el lugar adecuado por su lejanía de los proveedores de las materias primas y mano de obra calificada. También una buena parte son consecuencia de caprichos y ocurrencias de la cúpula dirigente de la nación y provincias, siendo Fidel Castro el recordista, para todos los tiempos, en “invenciones” y “experimentos”.
Uno de los casos más dramáticos que recuerdo fue el de la zeolita. Un día los cubanos amanecimos enterándonos de ser poseedores de las mayores reservas, a nivel mundial, del denominado mineral del siglo. En tal sentido se desplegó una campaña priorizando la atención de las más altas autoridades de todo el país. De lo anterior se derivaron importantes inversiones para el montaje de plantas procesadoras del mineral que, según la propaganda del momento, tenía múltiples usos. Ante esta situación pensé que habíamos descubierto la “piedra filosofal” del desarrollo socialista, lo cual nos permitiría lograr el ansiado progreso de forma expedita. Mientras esta campaña alcanzaba el “delirium tremens”, realicé, por razones de trabajo, un recorrido por los principales centros de investigaciones de la capital, y en uno de ellos conocí a un investigador que era reconocido como uno de los más eruditos en zeolita. Conversando con él me explica que eran ciertas las propiedades, casi mágicas, atribuidas al mineral, pero su explotación afrontaba un importante escollo, los yacimientos presentaban diferentes propiedades, en una misma veta, dificultando su caracterización y clasificación para un propósito específico pudiendo llegar a ser irrentable. Le pregunté si le habían consultado sus criterios antes de desplegar la campaña propagandista sobre el mineral y de realizarse las costosas inversiones para su procesamiento. No me respondió, pero su silencio significaba que no lo habían hecho. Al poco tiempo se fue disipando la campaña y más nunca escuché hablar del mineral del siglo ni del destino de las fábricas procesadoras del mineral.
No creo que la ley de la oferta y la demanda sea el mágico impulsor del desarrollo de la economía, pero estoy convencido que ignorarla en cualquier decisión al constituir un negocio, condiciona su fracaso. Lo hemos padecido en diferentes productos, por ejemplo, el arroz precocido, la proteína vegetal, los zapatos plásticos, los zapatos de tejidos, el de la zeolita mencionada anteriormente, los productos de la industria ligera (ropa exterior e interior para ambos sexos) y muchos más. Hubo casos, que después de abarrotar las tiendas o almacenes, a pesar de la necesidad de su consumo por la población, fue necesaria su eliminación pues ni las rebajas de precios promovían sus ventas. Desconozco lo ocurrido con las fábricas que los producían.
Considero que la economía socialista en Cuba debió tener en cuenta las leyes del mercado, aun de forma discreta, para evitarle mayores perjuicios a la economía y a los proletarios. Por lo anterior, si tuviera que optar entre “la mano invisible” o un estado “todopoderoso” que, mediante la planificación centralizada por burócratas, “conocerán”, “planificarán” y “satisfarán” las necesidades de la sociedad, me quedo con la primera y sus imperfecciones. Desde la implantación de la economía socialista y la dirección de la sociedad por el Partido Comunista, los castro-comunistas han declarado en sus discursos y documentos partidistas: “trabajamos para satisfacer las necesidades básicas de nuestro pueblo”. Pregunto: ¿quién define cuáles son estas necesidades básicas? Han abdicado a lo expresado por Engels, pero tampoco cumplen las “Necesidades básicas o fisiológicas (biológicas)” definidas en la pirámide de Abraham Maslow. Pienso en mi caso y el de cualquier ciudadano, ¿cuáles son consideradas necesidades “básicas”? Para algunos tener su propia casa, ir a la playa, visitar familiares en el extranjero, o viajar a determinados lugares del mundo, mientras para otros lo sea vestir a la moda, asistir a teatros, escuchar música clásica en un buen equipo y muchas otras imposibles de relacionarlas todas. Es una falacia suponer que en el siglo XXI un burócrata pueda planificar centralizadamente la satisfacción de las necesidades “básicas” del proletariado, a no ser que sean aquellas vinculadas a la supervivencia del ser humano. Es desconsolador que, transcurridos más de sesenta años de experimentos en la economía cubana, cercana al primer mundo en los años 50, solamente podamos aspirar a esta visión que tampoco cumple la de Engels y nos clasifica en el cuarto mundo si existiera.
En Cuba todos los problemas políticos, económicos y sociales se intentan resolver por medio de comisiones. Esto es así ya sea nacional, provincial o municipal, pero en la mayoría de los casos su objetivo es el análisis, pero por lo general no los resuelven y si acaso proponen soluciones que a decir del refrán: “es peor el remedio que la enfermedad”. El acontecimiento más notorio recientemente ha sido el de Marino Murillo, que después de ser destituido como ministro de economía y planificación fue nombrado jefe de la comisión para “las tareas vinculadas con la actualización del modelo económico y social cubano, aprobadas por el 6to y 7mo congresos del Partido” y también como “jefe de la Comisión para la Implementación y Desarrollo de la Tarea Ordenamiento”.
Este dirigente, actualmente defenestrado, y su comisión, estuvieron más de diez años “estudiando” estas tareas, sin embargo, las “soluciones” implementadas han sido un total desastre para la economía. No es necesario que las explique pues es una realidad que sufren todos los cubanos, como dice el refrán asiático “más vale una imagen que mil palabras”.
En los años 80 asistí a una reunión presidida por el primer Secretario del Partido en la provincia (máxima autoridad en el territorio), en la que realizó un análisis de la economía territorial y anunció que como consecuencia de la sequía, siempre cambian la causa pero el resultado es el mismo, la producción de viandas y hortalizas sería muy insuficiente. Esto puede ocurrir en cualquier país y la solución sería la importación de estos productos para no afectar el consumo de la población y solucionar esta escasez transitoria. El mencionado dirigente decidió, en el transcurso de la reunión, que estos productos fueran sustituidos por galletas de sal, dando las orientaciones pertinentes a los directores de las empresas productoras que se encontraban presentes. A la salida de la reunión algunos comentábamos: ¿quién ha dicho que las galletas sustituyen las viandas y hortalizas en la dieta del cubano? Pensé en el caso de México imaginando que, si se afectara la cosecha de maíz o trigo, temporalmente, y se le ocurriera al presidente del país o gobernador de un estado reemplazar el consumo de las tortillas, tacos, quesadillas y otros alimentos derivados, por galletas de sal. ¿Qué dirían o harían los mexicanos? Los proletarios en Cuba lo toleramos calladamente.
Las necesidades de las personas nunca pueden considerarse determinadas, pues son crecientes. Parece que las nuestras sí lo están, e incluso, clasificadas como “básicas” y “no básicas”, sin embargo, tampoco son tenidas en cuenta por los burócratas planificadores de la economía para satisfacerlas. Estos burócratas utilizan la siguiente filosofía para lograr la tan manipulada “satisfacción de las necesidades básicas del pueblo”:
“pueden comprar los artículos que quieran, en las cantidades y con la calidad que deseen, siempre y cuando coincidan con los que les ofertamos, en las cantidades asignadas, al precio que decidimos y en la forma en que se los entregamos”.
Peter Drucker define “La finalidad de una empresa comercial” de la siguiente forma:
“Si queremos saber qué es un negocio, tenemos que comenzar por su finalidad y ésta debe encontrarse fuera del negocio mismo. En realidad, debe residir en la sociedad, puesto que una empresa comercial es un órgano de aquélla. Existe una sola definición válida de la finalidad de la empresa comercial: crear un cliente”.
El socialismo rechaza la economía de mercado y no contempla su componente esencial, el cliente. Si me remito a la ley económica fundamental del socialismo, sugerida por Engels, sería lógico que fueran los “proletarios” quienes definan la finalidad del negocio, pero no ha funcionado de esta forma. La economía centralmente planificada por la burocracia, es la que define lo que necesitan los proletarios cubanos, pero tampoco han sido eficaces. Basado en lo anterior puedo ser categórico al afirmar, para nuestro caso, que la finalidad del negocio se define por “los burócratas planificadores”.
A principios de los años ochenta del pasado siglo, fui invitado a una conferencia de marketing que sería impartida por un consultor extranjero, en aquella época ni siquiera la mercadotecnia era conocida y/o empleada en la terminología empresarial, considerándose subversiva por su naturaleza capitalista. Desde tiempos antes, al avanzar en mis estudios (autodidactas), respecto a la calidad, tuve la necesidad de profundizar en el estudio del marketing. Mi mayor interrogante era cómo el orador lograría cumplir su objetivo de promover esta asignatura pendiente del socialismo, teniendo en cuenta la naturaleza de nuestra economía y la ideología imperante. La disertación fue magnífica, siempre recordaré la forma gráfica en que el conferencista logró comparar los dos tipos de economías (la de mercado y la centralmente planificada), desde el punto de vista del marketing. El orador lo expresó utilizando los siguientes ejemplos hipotéticos:
- “Supongamos que queremos crear un negocio cuya finalidad sea vender abrigos de piel de oso, ¿cómo actuaríamos en una economía de mercado? Primero investigaríamos el mercado, determinaríamos la demanda real del producto para luego, sobre esta base, cazar la cantidad de osos necesarios y una vez confeccionados los abrigos, procederíamos a las gestiones de venta.
- ¿Cómo sería en una economía centralmente planificada? Se define de forma centralizada la cantidad de abrigos a fabricar, se calcula la cantidad de osos que es necesario sacrificar, con el objetivo de lograr la meta de fabricación, para luego comercializarlos. Si cuando se ofertan no tienen demanda se pierden los animales y las pieles”.
En la economía socialista, para la mayoría de los productos y servicios que el Estado oferta a los consumidores, siempre ocurre de la segunda manera. En las consultorías que sobre marketing realizaba alertaba a mis clientes a no “matar los osos”, antes de conocer la demanda real. La mayoría de las veces es el entusiasmo, o un capricho, el que promueve un negocio pues ni siquiera se puede hablar de inspiración. En una empresa comercializadora que asesoré, su director me solicitó que evaluara la factibilidad de expandir el negocio hacia otras regiones fuera de su territorio y averiguar la demanda de los productos que comercializaba. Después de definir la finalidad de su negocio, realicé el estudio de sus proyecciones. En el informe de mi consultoría le recomendé la zona adonde debía expandirse, además, le sugería el abandono de la comercialización de más de doscientos artículos desvinculados de su finalidad y otros que tenían lento movimiento en sus almacenes. Pasado un tiempo el director me solicitó una cita para decirme que había presentado mi informe a su director general en la Habana y quería contratarme para realizar similar trabajo a nivel nacional pues aceptaba mis sugerencias y las calificó de beneficiosas. Una vez más, me demostraron no estar acostumbrados a la utilización de técnicas para la toma de decisiones.
Basado en los análisis realizados no logro descubrir cuál es la finalidad de una empresa socialista, no definen exactamente su misión, no se crea por las necesidades del mercado ya que no se tiene en cuenta, producen con niveles de calidad no competitivos, la ineficiencia se generaliza a tal punto que el Estado tiene que subsidiarlas. Además, aunque en la mayoría de los casos poseen una contabilidad no confiable, reconocen oficialmente en la actualidad que más del 50% produce con pérdidas en aras de “satisfacer” a la población siempre insatisfecha. La palabra cliente en el discurso oficial es reemplazada por pueblo, quien no posee vías de comunicación para expresar su constante insatisfacción con las mercancías o servicios recibidos y al igual que para el mercado formado por las empresas, sólo hay dos posibilidades: “lo tomas o lo dejas”. En fin, no tienen como finalidad crear un cliente ni satisfacer a los proletarios. En otros casos, los burócratas confiados en la gran carencia que padece la población, asumen que cualquier producto se convertirá en un éxito de ventas, demostrando su desconocimiento del concepto de “la caja negra” del consumidor, definida por los gurús del marketing como una incógnita imposible de pronosticar con exactitud. Esta es otra de las causas de los frecuentes fracasos en sus intenciones de construir el “paraíso terrenal prometido”.
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