Violencia callejera en Cuba: lo real usado como pretexto Por Ernesto Pérez Chang Cubanet 5 de enero de 2022
Una imagen de La Rampa a las 9:00 de la noche del 30 de diciembre. Calles desoladas. El miedo funcionó como toque de queda (foto del autor)
Tranquilos, miedosos y enjaulados parecemos más “bonitos” a un régimen cuyo aparato represor ha pasado un año sofocando protestas.
LA HABANA, Cuba. – Una ola de violencia en las calles cubanas distinguió los días finales del año 2021: robo de motocicletas, autos, joyas y celulares en plena vía y a punta de pistola, carterismo y atracos de película en el transporte público, sensación de inseguridad total en la mayoría de nuestros barrios. Sin embargo, asombrosamente el Ministerio del Interior intervino apenas con una tardía nota de prensa donde califica de fake news las denuncias que aparecen principalmente en las redes sociales.
Una “nota oficial” que, por llegar tarde y mal, por tachar de modo subliminal a la ciudadanía aterrorizada de mentirosa o ingenua, parece el complemento de un plan macabro, lo cual aviva los diversos rumores sobre quiénes serían los beneficiarios directos o indirectos de este “oportuno” miedo colectivo a salir a las calles y, por tanto, de esta oleada de violencia que le está haciendo el trabajo a esos que ya no encuentran un pretexto creíble para retenernos en nuestros hogares.
Porque tranquilos, miedosos y enjaulados parecemos más “bonitos” a un régimen cuyo aparato represor ha pasado un año sofocando protestas.
Han sido varias semanas de violencia en ascenso, con decenas de testimonios con base documental en fotos y videos reales, al punto que muchos han llegado a preguntarse no solo por qué no acaba de intervenir la Policía —así de rápido como intervino durante las protestas populares del verano pasado “por orden presidencial”— sino también si esta extraña “coincidencia” en las que debieron ser jornadas festivas, no sería una treta intencional del propio régimen para que el temor a dejar nuestras casas funcionara como una especie de toque de queda no decretado.
De hecho, estos últimos días las redes sociales han estado llenas de imágenes de las calles de la capital totalmente desiertas. Incluso el Malecón, la Rampa y otras zonas de las más concurridas de La Habana parecían escenarios post apocalípticos y sí, en gran parte por la miseria que nos azota como nunca antes y la desesperanza que nos invade, pero también porque el miedo, posiblemente sembrado con muy mala intención, hizo lo suyo y nadie ha querido exponerse para sumar una desgracia personal a las tantas que ya padecemos de manera casi colectiva.
Porque al igual que por estas fechas se esperaban tímidas celebraciones, también se preveían grandes protestas públicas por cuanto sabemos ha elevado el descontento popular a niveles jamás vistos en la Isla. Mientras, esta Navidad ha sido de las más lúgubres en tanto cientos de miles de cubanos y cubanas han visto cómo sus salarios, aunque nominalmente un poco más altos que el año anterior, no han servido ni habrán de servir por mucho tiempo para llevar a la mesa familiar el más insulso de los alimentos.
De modo que no sería demasiado suspicaz sospechar que la violencia callejera —que existe, es real y alarmante— habría llegado en estos días para sustituir, como elemento disuasorio, a las desactivadas medidas sanitarias extremas contra la COVID-19, en un contexto político en tensión y en el que el régimen se va quedando sin argumentos para que las personas no salgamos de nuestras casas, o al menos no nos alejemos demasiado de ellas.
Hay quienes incluso han llegado a pensar que la indiferencia, la apatía, mostradas por el régimen ante la actual escalada de violencia apenas estaría buscando conducir los estados de opinión a ese punto “ideal” en que una mayoría no solo reclame mano dura contra la delincuencia —con la posibilidad incluso de retomar la pena de muerte— sino, además, ganar a esa multitud que se sentiría “tomada en cuenta”, “escuchada”, cuando comiencen a llover las condenas severas y sea restaurada la “tranquilidad ciudadana”, aunque esta no sea más que pura teatralidad, efectismo político para un gobierno necesitado de tales viejas artimañas.
Y no debiéramos descartar que, por carambola, una ofensiva contra la “delincuencia” pudiera, además, servir para zanjar de modo peligroso y altamente violento otras cuestiones pendientes relacionadas con una “nueva oposición” mucho más molesta que la anterior por más difícil de identificar como tal.
Hay que tener cuidado en tal sentido porque la criminalización de los grupos opositores y de sus principales líderes no solo ha servido al régimen para negarles autenticidad y desacreditarlos ante la opinión pública sino, además, para sistemáticamente condenarlos en los tribunales y encerrarlos en las cárceles como a delincuentes. Y si una mayoría aterrorizada y confundida —con total mala intención— reclama sangre, y en su complacencia inmediata hubiera un atisbo de popularidad recobrada, ya tememos lo que pudiera ocurrir en medio de la desesperación y el pataleo.
La nota de prensa del Ministerio del Interior ha negado la ola de violencia señalando que las imágenes que circulan en internet son viejas, pero igual ese detalle no disminuye los temores de la gente, todo lo contrario, en tanto, primero, habla de un fenómeno que viene ocurriendo sin remedio alguno desde hace varios años; segundo, hace pensar en la existencia de pruebas documentales archivadas o conocidas por la institución policial y que no se sabe cómo han “escapado” a la luz pública en este preciso instante.
Y es válido insistir en que se divulgaron durante días en las redes sociales, antes de que se tomaran su tiempo para decir eso que nadie se cree pero que probablemente les servirá para oscuros propósitos: “aquí no está pasando nada”.
Un mensaje que, como cualquier nota oficial que en dictadura ha sido, pareciera dirigido más al exterior que hacia este oscuro interior donde sabemos, porque lo vivimos a diario, se continúan acumulando las pruebas de que nuestro infierno delincuencial no solo es real sino que pudiera ir en escalada hacia el caos en la misma medida en que continúe extendiéndose la pobreza debido a la crisis económica extrema que ha provocado esa terapia de choque anunciada como “Tarea Ordenamiento”; en que la moneda con que el régimen paga los salarios a los trabajadores siga perdiendo valor; en que la honestidad y la honradez no sirvan de mucho para sobrevivir en un país donde solo se salva de ser un ladrón quien no tiene algo que robar; en que emigrar no sea nuestra única y altamente costosa tabla de salvación.
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