Carolina Barrero: 'Miguel Díaz-Canel es un tirano sin respeto, ni dentro ni fuera de Cuba' Por Pablo Díaz Espí Diario de Cuba 15 de noviembre de 2022
 Carolina Barrero. FERNANDO FRAGUELA. DIARIO DE CUBA
La activista repasa en DIARIO DE CUBA las circunstancias que la llevaron al exilio, reflexiona sobre este, sobre el derecho a regresar, y sobre hechos que prefiguran el fin del régimen.
Carolina Barrero fue uno de los rostros más reconocibles de esa sociedad civil que, principalmente desde el ámbito de la Cultura, presionó al régimen cubano en los meses anteriores a las manifestaciones masivas del 11 de julio de 2021. A raíz de sus actos, sufrió golpes, robos, detenciones violentas, el acoso de la policía política y prisión domiciliaria. Hoy, desde España, forma parte de una campaña que llama a no participar en las próximas votaciones para delegados de circunscripción, que el régimen prepara el próximo 27 de noviembre.
Al respecto, ha escrito: "La dictadura convoca a votaciones para delegado de circunscripción el 27 de noviembre. Quiere aparentar normalidad mientras humilla al movimiento de protestas que tuvo, el 27 de noviembre de 2020, una manifestación antigubernamental frente al Ministerio de Cultura que devolvió la esperanza a todo un país. Ese día pedimos el cese de la represión y la violencia política, el respeto a nuestras libertades y derechos. Hoy decimos directamente: abajo la dictadura.
"Los cubanos queremos elecciones libres, en las que esté representada la pluralidad de la sociedad. Si no votamos el 27 de noviembre, si no obedecemos, la dictadura acaba. Podrán meternos presos, podrán enviarnos al exilio, podrán incluso matarnos, pero no podrán tener nuestra obediencia."
En este contexto, DIARIO DE CUBA conversa con ella:
Estimada Carolina Barrero, saliste de Cuba el 3 de febrero de 2022. ¿Cuáles fueron las circunstancias?
Salí de Cuba con un ultimátum de la Seguridad del Estado: en el calabozo de La Lisa, a donde me llevaron luego de la protesta frente al Tribunal Municipal de 10 de Octubre, me dijeron que tenía 48 horas para irme de Cuba o las madres y activistas que me acompañaban serían acusados por el delito de desorden público. Me hablaron también de la solicitud de salida humanitaria que Maykel Castillo me había enviado en una carta desde la prisión de Kilo 5, escondida entre las pertenencias de la familia que lo visitaba, y que yo gestionaba en su nombre a través de la embajada de España en La Habana. Me dijeron que solo se contemplaría su solicitud con mi salida. De su aprobación definitiva no me dieron certeza, de la retirada de la acusación a las madres y activistas, sí.
Vale recordar que ese día, el 31 de enero de 2022, se celebraba el juicio por las protestas del 11J a los manifestantes de Toyo. Se juzgaba a 33 personas, nueve de las cuales, en el momento de la acusación, tenían menos de 18 años. Yo ya conocía a algunas de las madres y familiares, a apoyarles fuimos activistas y amigos, entre ellos Camila Rodríguez, Daniela Rojo, Tata Poet, Alexander Hall, Leonardo Romero Negrín y las madres Yanaisy Curbelo, Bárbara Farrat y Yudinela Castro. La Seguridad del Estado me hizo saber que a los activistas les costaría una segunda o incluso tercera acusación. Para Daniela Rojo eso significaba la prisión inmediata, y para Leonardo Romero la complicación de dos acusaciones anteriores aún indefinidas.
Yo ya había recibido muchos ultimátum así, con amenazas y consecuencias, pero ninguno sobre la prisión de terceras personas, en este caso madres y activistas. Las otras veces me abrían un expediente y me decían que se complicaría mi proceso penal y que terminaría en la cárcel. Así me hicieron cuatro acusaciones: clandestinidad de impresos, desacato, y dos por instigación a delinquir, que aún deben de seguir abiertas, esperándome.
En todas las veces que me detuvieron no firmé uno solo de sus papeles, ni las advertencias ni las actas de liberación. Todos eran en esencia papeles falsos que intentaban hacer pasar por delitos comunes lo que en realidad eran causas políticas y de conciencia. Cuando tuve oportunidad, alguno les rompí.
Tampoco sometí mi voluntad a la propuesta de terminar mi prisión domiciliaria a cambio de que me comprometiera a estar tranquila. A esa fórmula de sometimiento, respondí más de una vez: mi único compromiso es con la verdad y la justicia.
Yo estaba dispuesta a aceptar las consecuencias, siempre que las consecuencias recayeran sobre mí. Esa noche en La Lisa, la Seguridad del Estado dirigió las consecuencias sobre las madres y los activistas, eso ya no era una elección.
Junto a otros activistas, abogas ahora por el derecho a regresar…
El derecho a regresar es una parte crucial de la salida de la dictadura. El destierro ha sido siempre una forma de castigo para los que disienten bajo las tiranías. En mis viajes a Miami, he conocido a cubanos que llevan 50 años sin volver, he sabido de otros que murieron añorando regresar, y de algunos que temen que así será. Hay quien me ha pedido que, si yo lo veo, si amanezco un primero de enero en una Cuba libre, que lo recuerde. Ese es un dolor que atraviesa la fibra misma de una nación dispersa por el mundo, es una parte esencial de lo que debemos restituir.
Por estos días vemos cómo el régimen pide con descaro a Europa y a EEUU que aumenten la frecuencia de vuelos a la Isla, para que los aviones vengan cargados de turistas, a disfrutar de las playas y el folclore con los ojos bien cerrados a los niños presos en campamentos de internamiento y trabajo forzado, a los interrogatorios y desapariciones, al terrorismo de Estado, a los muertos en el mar. "Tu paraíso mi prisión", decía la comunicación brillante de una campaña que llevamos adelante en Madrid juntos a Yañelys Nuñéz, Nonardo Perea y otros miembros del Movimiento San Isidro, hace unos meses, mientras colgábamos los rostros de los presos políticos en los hoteles Meliá.
Nosotros vamos a volver a Cuba de la manera que sea. Fue lo último que le dije al agente de la Seguridad del Estado antes de entrar al avión, a lo que me respondió: yo lo sé. Ojalá y ese regreso no sea de uno, sino de muchos. Imagino lo que sería si los casi cuatro millones de cubanos fuera de Cuba regresaran a algo más que visitar a sus familias, ir a Varadero o montar un negocio.
¿Qué has hecho en estos nueve meses de exilio?
Han sido nueve meses de exilio y se sienten diez años.
Desde que salí de Cuba el 3 de febrero inició un largo viaje que me llevaría a abogar por la liberación de los presos políticos y denunciar la verdadera naturaleza de la dictadura, contraria a lo que la propaganda del castrismo ha sembrado en el imaginario de la opinión pública internacional. Me he reunido con miembros del servicio exterior de las cancillerías de Alemania, Países Bajos, Francia, España, la Unión Europea y Washington, con encargados del hemisferio Occidental, Centro América y el Caribe, y en particular Cuba, así como con los Embajadores de Derechos Humanos de varios de estos países. También me he reunido con periodistas, economistas, escritores, académicos, empresarios, diplomáticos, profesores y servidores públicos de Brasil, Argentina, Chile, Uruguay y Perú durante mis viajes a Latinoamérica.
El régimen castrista ha sido astuto en la consumación del mito de la revolución. A ese empeño ha destinado inconmensurables recursos, especialmente a través sus embajadas. Durante mucho tiempo ha controlado ese relato, controlando en parte la migración. Incluso viviendo fuera la gente teme hablar públicamente de la verdad de Cuba, la amenaza de no poder regresar a ver a sus familias pende sobre ellos.
Ese trabajo solo puede hacerse desde fuera de Cuba. Es la tarea amplificar la voz de quienes dentro sufren la opresión, de mostrar la verdadera naturaleza del régimen. El fin de la dictadura es también el fin del relato de la revolución.
¿Qué se puede hacer desde fuera por la democracia y el respeto a los DDHH en Cuba? ¿Qué te parece lo que se hace?
Hace unos meses un amigo me descubría a Natán Sharanski, escritor ruso-israelí que estuvo nueve años preso durante la Unión Soviética. En sus libros, Sharanski maneja una tesis para el fin del autoritarismo que se podría resumir así: para que un pueblo sea libre, tienen que suceder tres cosas; que haya gente dentro dispuesta a enfrentarse y padecer las consecuencias, que haya gente fuera convencida de la legitimidad de esa lucha y dispuesta a apoyarla, y que las democracias impongan condiciones a todas sus relaciones con la dictadura, a concesiones específicas en materia de derechos humanos, civiles y políticos, por encima de intereses económicos o de una política pragmática.
Sobre las dos últimas cosas podemos hacer mucho más quienes estamos hoy en el exilio.
¿Cómo ves la situación en Cuba hoy? ¿Se cae el castrismo? ¿Hablamos de una crisis irreversible?
La pregunta sobre la caída de la dictatura es la pregunta sobre la permanencia de la cultura del castrismo, un asentamiento robusto sobre capas de hábitos y temores, privados y públicos, con los que la dictadura ha somatizado la forma de nuestra obediencia. Es una caída que ya sucede en el interior de los días, uno a uno, cuando no sirve más el miedo, la doble vida, la servidumbre y la sumisión, para preservar la sobrevivencia.
Hay hechos en Cuba que prefiguran esa caída. La protesta pública no es ya más una añoranza perdida, sino una confrontación diaria. Se ha convertido la protesta en parte del repertorio de la cotidianidad, esto es algo con lo que hace cinco años no podíamos ni soñar.
Y esto es así a pesar de la represión. Luego del 11J, se sucedieron cientos de juicios que han hecho de Cuba el país con más presos políticos de las Américas, y uno de los más notables de mundo. Y ni aún así ha dejado la gente de salir a las calles.
Quienes administran el poder, no poseen credibilidad. Miguel Díaz-Canel es un tirano sin respeto, ni dentro ni fuera de Cuba. No ha tomado una sola decisión administrativa que le valga un laurel. El ordenamiento, el reordenamiento, la orden de combate, el ridículo, la súplica. Y quienes realmente detentan el poder, Raúl Castro y su familia, enfrentan un problema de sucesión para el que la obsesión de poder de Fidel nunca se preparó.
Hemos llegado a un punto en que ya no se trata de quien es el dictador, no se trata ya de "encontrar" quién va a sustituir a Díaz-Canel como sucesor de Raúl Castro. Los cubanos no quieren un mejor dictador, quieren el fin de la dictadura. Esto es un hecho manifiesto no solo para los ciudadanos, sino, especialmente, para el poder.
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