Año nuevo, cola nueva Por Ernesto Pérez Chang Cubanet 16 de enero de 2023
 Cola para comprar hamburguesas en tienda Carlos III (Foto del autor)
Después que terminó en la cola del gas, Mirta debió rectificar su cita en la notaría donde lleva más de una semana tratando de solucionar un asunto de la vivienda. Era casi el mediodía, llevaba haciendo fila desde las 10 de la mañana pero su jornada haciendo colas comenzó casi en la madrugada, a las 5:00, cuando el yerno la llevó en la moto hasta el reparto Capri para poder alcanzar un turno en la oficina de pasaportes.
El día anterior, me cuenta, también fue para ella una jornada de largas colas. Sacaron aceite en el punto de venta que le corresponde a su libreta de abastecimiento, pero antes debió ir a la Oficoda para rectificar un error por el cual no querían despacharle los alimentos racionados en la bodega.
A las dificultades anteriores se unieron las colas para pagar la electricidad más otra anterior en el cajero automático donde, a pesar del tiempo perdido, fue rechazada la operación por falta de conexión “con el sistema”. En consecuencia, eso le obligó a emprender otra cola en otro banco lejano, que no fuera ese “desconectado”, porque sin efectivo no podía “salir victoriosa” en todas las otras colas que le esperaban hasta el final de la semana y el inicio de la otra, cuando igual han de esperarle, como a cualquier cubano, nuevas colas, que a fin de cuentas son las mismas que jamás terminan.
Hace unos días, uno de mis vecinos me enumeró el centenar de colas que debió hacer entre agosto y diciembre para traspasar las propiedades del auto y la casa, antes de emprender los trámites para emigrar legalmente por reunificación familiar. Fueron tantas las noches sin dormir y los días de pie bajo el sol, haciendo filas, que le han brotado en el cuerpo la marcas del agotamiento.
“Antes de agosto no tomaba ni aspirina, ahora estoy tomando como diez pastillas. Es que no me lo creo que ya tengo casi todos los papeles, y por la madrugada me levanto en sobresalto y los reviso uno por uno, varias veces. Yo le digo a mi hija que cuando llegue a allá no me va a conocer, en cuestión de meses he bajado más de 20 libras, y nada, no tengo nada malo, es solo estrés”, me dice el vecino y agrega: “Es como si nos castigaran por irnos, como si quisieran que la gente pase el tiempo así, porque cuando terminan con una cola se inventan la otra”.
Confiado en lo que había escuchado en los medios de prensa oficiales, esta misma persona había intentado emprender muchos de los trámites de manera virtual, tan fácil como lo han descrito varios funcionarios y especialistas en televisión cuando hablan de la digitalización e informatización como si de verdad funcionaran aquí y ahora. Pero la realidad es que ninguno de los trámites que mi vecino estaba obligado a hacer dio resultados por esas vías.
“La mayoría te obliga a que después vayas al lugar y tengas que hacer una cola. Incluso con los antecedentes penales, después que hice todo por internet y que parecía que todo estaba ok, llegué a recogerlos y tuve que hacer la misma cola que los demás”, protesta el vecino mientras me demuestra desde su teléfono lo difícil que resulta acceder a la mayoría de las páginas institucionales donde supuestamente el ciudadano puede esquivar los trámites presenciales.
“Hay veces que uno entra fácil y casi cuando está a punto de terminar el formulario aquello se reinicia o se congela, o te saca un cartel de error. Es una manera nada sutil de decirte que tienes que terminar haciendo una cola”, se queja este vecino, cuyo único alivio, confiesa, es que en unos meses dirá adiós de modo definitivo a esa realidad que literalmente lo enferma.
Por situaciones similares ha pasado Viviana, otra vecina que necesitó comprar 2 mil quinientos pesos en sellos para hacerse el pasaporte. También en algún medio oficial escuchó que podía pagar el trámite directamente haciendo una transferencia bancaria desde su celular, usando la aplicación Transfermóvil, y sin necesidad de las estampillas, pero se topó con que no era posible tal operación para obtener el pasaporte, a pesar de que sí lo era para otros procesos legales.
“No sé por qué no extienden ese sistema a los sellos para pasaporte. Es que deberían eliminar los sellos para todo, si no pueden satisfacer la demanda o no pueden imprimirlos que inventen un código QR, o lo que sea. Es hacerte pasar trabajo porque sí, porque el pasaporte ellos saben para qué es y no pueden hacerte la cosa fácil. Para salir de ellos hay que sufrir”, dice Viviana, que debió visitar más de cinco oficinas de correos en La Habana para intentar, sin resultados, comprar los sellos que necesitaba, así que finalmente terminó pagándolos a sobreprecio.
“En el único correo donde los encontré fue en el de Santa Catalina, pero una cola horrible. Y nada, en la misma esquina un señor los estaba vendiendo en 5 mil y así mismo los compré. Y todavía me falta la cola para que me escaneen el carné de identidad, y eso es a las 7 de la mañana, para que después te den el turno para sacar el pasaporte, que se está demorando más de una semana”, protesta Viviana mientras espera su turno en otra cola, la del pan.
La demanda de sellos para trámites anda tan disparada que en estos momentos la gente paga lo que sea por obtener la cantidad que necesita, y es que son gigantescas las colas en los poquísimos correos donde los venden, tan inmensas como las colas en las notarías, así como en las oficinas donde se elaboran los pasaportes o en donde se obtienen los certificados de “antecedentes penales”.
Las colas no terminan y, por el contrario, cada día que pasa se agrega otra más. Y todas esas interminables aglomeraciones por estos días han superado ampliamente las ya casi “patrimoniales” matazones por el pollo, y hasta las prolongadas “vigilias” en la CADECA para agarrar los cien dólares permitidos por jornada.
De estas últimas ya no queda ni la sombra en tanto pasaron a ser “virtuales”, pero se sabe que, aunque no la veamos, es otra cola que está ahí, en el ambiente y, como las otras, probablemente cumpliendo esa función “colateral” que tienen todas en Cuba, donde el régimen necesita que la gente se mantenga “distraída” en otras cosas que no sea en cómo tumbarlo del poder.
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