Lcdo. Abogado José Vilasuso Rivero.- La creciente, multiplicante cita, y su referencia constante a la obra de Eric María Remarque premiada como el mejor filme extranjero, nos sirve de guía encajable, anillo al dedo, para estos modestos apuntes en torno a la carnicería ruso ucraniana. Agudos comentaristas que nos honran con apreciables opiniones, dan en el blanco al revitalizar el motivo crucial de su interés, asiduidad por el tema. Estamos cara a cara ante el horror que la cinta de Edward Berger provoca. Cara a cara ante la realidad viviente en nuestros días. ¡Indiscutible! Encaramos una joya cinematográfica que, por cierto, desde su primera versión, año treinta del pasado siglo, se hizo acreedora de óptima premiación.
En la vereda, lo que ahora nuevamente repunta es el llamado del séptimo arte a salvar la especie antropológica, la humanidad, ¿total? ¿parcial? ¿os parece poco? ¡Menudo compromiso! Caramba, de eso se trata, de despertar, abrir pupilas frente al infierno que amenaza. ¡Cabal, cuando quienquiera que sea! apenca al lenguaje terrorífico, trasnochado de victorias y derrotas estratégicas, me parecen émulos falaces del mariscal Klawsevitz, experto en las tareas propias y más eficientes, para la supresión física masiva de la humanidad por aquellos tiempos lejanos de Federico El Grande, siglo XVIII. (si mal no recuerdo, cuando se estrenó el fusil de chispa)
Reflexionando pues. En las horas que transcurren no descubro temario alguno que supere al pavor que el belicismo cierne sobre nosotros: tu y yo querido lector. Por igual no se pretende monopolizar la atención sobre esta novedosa sección de EL Nuevo Dia, Punto de Vista, honestamente no cabe en todo cerebro responsable distraer sus facultades de atención disponibles con someros tópicos ajenos al realismo que nos brinda el maestro Edward Berger.
En el andar, contemplando los niños con quiénes me careo a diario en el supermercado, al subir a la guagua, en el parque de Bayamón, la biblioteca de la Universidad Ana G Méndez donde escribo, o en la iglesia donde oro por la paz. No puedo escapar a la interrogante, ¡caramba! yo a mis noventa y uno he vivido, disfrutado la vida, pero ¿y estos inocentes, qué les espera, cuantos añitos más les permitiremos cumplir? Paralelamente pese a la encrucijada que no me deja dormir las horas recomendadas por razones de edad, me abochorno ante la pantalla de TV al observar al elenco completo de conocido canal bailando, soltando chistes antes calcados, repitiendo mecánicamente (alguno a la fuerza) poses, muecas, visajes, malabares, tirando el mundo entero a relajo, y quedando tan alegrotes cual si tales caricaturas fueran naturales, apropiadas y correctas. Cual si nada mejor en pantalla de TV se pudiera ofrecerse a nuestro pueblo, como también se me pudiera espetar en la cara, “mira abuelo, yo lo tomo suave, ven, ven, mira, mira, te invito a un trago”, para de inmediato proseguir moviendo la cintura y los hombros, al estilo del bárbaro del ritmo, el gran Benny Moré.
Pero no, insisto, contrastes oportunos, no pensemos que la panorámica ucraniana no nos incumbe, roza la camisa, o se trata de política fuera de nuestras costas, cosa ajena por entero a esta sociedad, y que nos importa tres pepinos. ¡Conste, no me considero aguafiestas, ni alarmista! vivo consciente de mi responsabilidad, experiencia y deberes. La barbarie que ensombra como especie, no debe ocultarse, distraernos, o desviar su atención con gastadas bagatelas. En resumen. ¡Dios quiera que ellos tengan la razón, yo esté equivocado, nuestros niños alcancen su mayoría de edad, y ni la sangre, gritos de clemencia, ni la radiación lleguen al río!
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