UN COMITÉ PARA VIGILARLOS A TODOS Por Ámbar Ferrara La Hora de Cuba 28 de septiembre de 2023
 Andrés Cortez
El primer visionario fue J.R.R. Tolkien, en su saga de El señor de los Anillos: “Un anillo para gobernarlos a todos”. Luego, el genial George Orwell, plasmó su amarga experiencia, tras su paso por la Unión Soviética, en la novela 1984 donde el Gran Hermano, estado descomunal, siempre te vigila.
En un inesperado giro dramático de los acontecimientos, quiso el destino que surgiera un Sauron caribeño aplatanándose la distopía entre las palmas y las cañas. Al instaurarse, como todo gran dictador, sabía que para mantener el poder la forma más sutil de violencia es el control absoluto, hasta del pensamiento.
Este nuevo rey demandaba fidelidad absoluta y tendió una correa de sumisión sobre todos. En la terraza norte del Palacio Presidencial de La Habana, tras su regreso de los Estados Unidos, el gran líder lanzó su proyecto del Gran Hermano, siempre vigilante: en cada cuadra un comité, en cada barrio un chivatón, bautizando a este nuevo aparataje como Comité de Defensa de la Revolución, en siglas CDR.
Su objetivo consistía en poner la lente orwelliana en las microestructuras sociales, vigilando a los contrarrevolucionarios o sospechosos de seguir llevando una vida con rasgos burgueses, enfatizando la recolección de datos en los más mínimos detalles: quién tiene familia afuera, quién oye música americana, si Remberto se queja todo el tiempo, quién va a la iglesia, quien se hizo santo, si Ciclanita vive por encima de sus posibilidades, si a Fulano le están pegando los tarros o si Zutano “habla suave” y le gusta la ópera y el ballet.
Esta apoteosis de informaciones personales hizo posible que la Seguridad del Estado se nutriera de informantes voluntarios cuyo mérito consistía en escudriñarle la vida al otro. El buen revolucionario, aparte de saber tirar bien, tiene que saber observar e informar bien. Cuba se convirtió en un escenario donde todos son espías o espiados, sin distinción de parentesco, y la familia no era lo relevante, pues la condición de revolucionario la sobrepasaba.
Muchos padres, en actos cederistas, repudiaron a sus hijos por tomar la decisión de buscar una vida mejor fuera de Cuba, capítulos tristes y antinaturales donde la revolución fue más importante que el vínculo filial.
Otra siniestra tarea de los CDR como “organización de masas revolucionaria” consiste en convocar ganado para orquestar los lamentables actos de repudio, donde hacen patente los bajos instintos que mueven al populacho cederista: envidias, recelos, ansias por destacar y ser premiados con un diploma gris o una artesanía de mal gusto. El auge de esta orden de rebaño fue en la década del ochenta, donde vociferaban inimaginables ofensas y tiraban huevos a los “gusanos”… solo de pensar que tantos huevos fueron desperdiciados en estas idioteces ideológicas se me hace un nudo en la garganta. ¡Condeno enérgicamente al estado cubano por semejante atrocidad!
Los CDR encarnan la forma más abyecta de represión ciudadana, pues el delator puede ser ese vecino amable que te pide azúcar… ¡Azúcar!¡No hay azúcar! Y fuimos la azucarera del mundo, se me hace un nudo en la garganta cuando pienso en cómo desmantelaron los centrales… ¡Basta! Prometo no salir más del tema, que me va a dar una cosa, sigo con los CDR.
Ya los años dorados de los CDR pasaron, hoy están en franca decadencia, a pesar de esto hay que andar con cuidado, están renovando las técnicas, son la única organización en Cuba que es presidida por un especialista en la rama y eso es un verdadero logro.
Tocan a mi puerta. Es la presidenta de los CDR, me pregunta que si le puedo regalar un poquito de sal para la caldosa… ¡Sal! Ni sal hay, y estamos rodeados de agua… bueno, si no hay ni pescados en la plataforma insular que vamos a esperar de la sal… La presidenta me mira asombrada, pide disculpas y se va. Me quedo observándola por el ojo mágico: mientras se aleja saca el celular de su bolsillo y le susurra maléficamente "ya la tenemos, mi precioso".
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