Foto; Doña Lydia Cabrera
Querida Ofelia,
Félix José Hernández.- París, 31 de diciembre de 2023.- Recibí hoy desde Madrid, este interesante escrito de Don José Manuel Presol. Te lo envío, pues sé que lo compartirás con tus amigos y familiares:
“Lydia Cabrera era lo que se dice en el resumen y mucho más. Nació, como la Patria, un 20 de mayo, pero de 1899, en su Habana; murió, un 19 de septiembre de 1991, aniversario de la Constitución de Jimaguayú, en Miami. Según quienes estaban a su lado, a pesar de la distancia, sus últimas palabras fueron: “Habana, mi Habana”.
Nació, en una familia de la aristocracia cubana, como una “señorita de buena familia”, y murió, no podía ser de otra forma, como una “dama de buena familia”; pero dejó, detrás de sí, una historia de creatividad, progresía, transgresión y avance social.
Como todos los grandes, no fomentó a su alrededor la presencia de mediocres, solo lo mejor de su generación: hija del historiador Raimundo Cabrera, cuñada de Fernando Ortiz (autor de “Contrapunteo Cubano del Tabaco y el Azúcar”, donde introduce el concepto de transculturación), maestra de la también grande Natalia Bolívar, amiga de Federico García Lorca, Octavio Paz, Margarita Xirgú, Wifredo Lam, Gabriela Mistral, Guillermo Cabrera-Infante, Alfred Métraux, William Bascom, Roger Bastide y María Zambrano.
La primera manifestación de su intelecto fue a través de la pintura y la escritura, escribiendo, ya en 1913, con catorce años, la crónica social en la revista Cuba y América, usando el seudónimo de Nena. Marchó a París, para mejorar su formación, allí publicó (1936) su primer libro “Contes Nègres de Cuba” (Cuentos Negros de Cuba), y lo hizo en francés; allí recopilaba los cuentos e historias que el servicio de color le contaba siendo niña, y también recordó el nombre de aquellos a los que más estimaba.
Dijo, en una ocasión, que “había descubierto Cuba a orillas del Sena”, y fue durante una visita al Museo del Louvre, contemplando las salas de India y Egipto, cuando se dio cuenta de que lo que teníamos a nuestro alrededor, en nuestra Isla, y a lo que no hacíamos caso por ser “cosas de negros”, era Cultura con mayúscula. A partir de ahí comenzó a penetrar en el mundo de la antropología y la etnología.
Regresó a la Isla, a través de España, conociendo en Madrid a García Lorca, quién le dedicó el sexto poema, “Romance de la Casada Infiel”, del Romancero Gitano; devolviéndole del “regalo” durante su estancia en La Habana, cuando le llevó hasta Matanzas y le hizo presenciar, en la laguna sagrada de San Joaquín, una ceremonia abakuá, quedando el poeta, según ella, con los ojos en blanco, mezcla de asombro y terror a lo desconocido. En esa misma laguna Lydia realizó la primera grabación sonora de que se tiene noticia de los cultos congos, que se conserva en catorce discos, en cuya confección participaron Oduardo Zapullo y Benito Bolle.
Su amor por el arte y la cultura le llevo a restaurar, de su bolsillo, la iglesia de Santa María del Rosario, entre otras razones, porque en una de sus pinturas está, junto a Santo Domingo, la primera representación cubana de un hombre negro.
Murió soltera, “sobre los papeles”, pero, en ese regreso a Cuba, rompió con un gran tabú social, pues vivió públicamente con quien su fue su pareja, hasta que la muerte las separó; hablamos de María Teresa de Rojas “Titina”.
Tras ese retorno a la Isla se sumergió en el estudio de la negritud, sus lenguas, su religión, sus danzas y cantos, etc., escribiendo libros y artículos sin descanso, siendo su principal obra en esos años su libro El Monte (1954), descubriendo, paso a paso, que nuestra Isla no es ni blanca, ni negra, ni china, es mestiza.
Trabajó, junto a Natalia Bolívar, desde 1954, en el Museo Nacional de Bellas Artes, cuando abrieron las primeras salas de arte negro. Siempre se admiraron y respetaron, aunque la Revolución las separase. Nunca hablaron, entre ellas, de política, pues Natalia tenía su aprensión, al ser Lydia miembro de la Junta del Instituto Nacional de Cultura, pero recordaba que una vez fueron juntas a una investigación con un babalao en Cárdenas, que les dijo, según las vio: “Lydia, usted no necesita que le tire los caracoles, pero la que la acompaña trae la muerte, pues anda con armas de fuego”, y le dio, a petición de Lydia, un collar de Oggún para protegerla. Al llegar a La Habana, lo único que le dijo fue: “¿Pero qué estás haciendo? ¡Ten mucho cuidado!”. Una semana después la detuvieron y el que iba a ser su torturador, al abrirle la blusa para iniciar el “tratamiento”, se encontró con el collar, causándole tal impresión y miedo que unas horas más tarde estaba en la calle, y quedó, para siempre, con el apodo de “la bruja”. Eso no impidió su detención más adelante.
Natalia Bolívar siempre aseguró que Lydia Cabrera se había consagrado a Yemayá, y que ella había recibido a Oddúa y Obatalá. El principal libro de Natalia es Los Orishas en Cuba, y está dedicado a Lydia, lo que retrasó su publicación cuatro años, por estar la segunda prohibida en Cuba.
En 1961, ya en marcha la consigna fidelista, a los intelectuales, de “con la revolución todo, contra la revolución nada” (reuniones con los intelectuales, agosto de 1961), fue apartada de sus cargos y partió al exilio, tras escuchar a uno de sus “ejecutores” decir la aberración de: “¿para qué queremos estudiar las religiones, si somos ateos?”.
Se quiso borrar su recuerdo, al punto de que, en 1962, poco después de su partida, su casa, la Quinta San José, situada en Avenida 51, entre 92 y 94, Pogolotti, Marianao, fue demolida hasta los cimientos, perdiéndose numerosa documentación que no pudo llevarse, para construir, en su lugar, el complejo deportivo “Jesús Menéndez”, hoy en ruinas, salvo dos o tres salas dedicadas a ensayos musicales, con una magnífica piscina deportiva, que no puede llenarse, pues las bombas no funcionan y, de funcionar, dejarían sin suministro a todo el barrio. En esas instalaciones no hay ni siquiera una simple tarja que recuerde su nombre.
La ignorancia les hizo destruir el que posiblemente era el lugar fundacional de lo que es el Municipio de Marianao, en La Habana; y, por proximidad a su centro de investigación, un lugar donde Carlos J. Finlay meditó sobre sus trabajos.
Se ha intentado dejar en la oscuridad y el olvido su trabajo, al punto de que, en el Diccionario de la Literatura Cubana, del Instituto de Literatura y Lingüística, edición de 1984, está catalogada como batistiana y contrarrevolucionaria; lo que hace que, de toda su obra, en 60 años, solo se hayan reeditado Cuentos Negros y El Monte por el precio de unos 350 pesos, pero que solamente puede adquirirse en Cuba si dispones de MLC o divisas. Quien la crea contrarrevolucionaria que lea sus artículos entre 1958 y 1961 en Bohemia y en Lunes de Revolución.
De todas formas, los grandes siempre salen a flote y perviven; los mediocres van cayendo poco a poco, fruto de sus contradicciones, en la oscuridad. Como escribió nuestro Apóstol, José Martí:
No me pongan en lo oscuro
A morir como un traidor;
Yo soy bueno, y como bueno
¡Moriré de cara al Sol!”
Un gran abrazo desde estas lejanas tierras allende los mares, deseándote un feliz 2024, lleno de: paz, amor, salud y Libertad.
marcelo.valdes@wanadoo.fr |