Doctor Alberto Roteta Dorado.José Martí más que una inspiración, es una necesidad espiritual, fuente necesaria a la que se acude de manera cíclica, cuando sentimos que nos vamos extinguiendo y se desvanece nuestra fe y nuestra esperanza. Santa Cruz de Tenerife. España.- “En hombres como él no es verdad la muerte”, la célebre frase de uno de los biógrafos de José Martí, adquiere dimensiones colosales cada vez que evocamos la imagen, el pensamiento y la obra del genial cubano, cuyo aniversario de haber trascendido lo terrenal recordamos un día como hoy, 19 de mayo.
Si una muerte ha sido motivo de las más inconcebibles especulaciones, esta ha sido la muerte de José Martí. Tal vez las circunstancias contextuales relacionadas con aquel infausto instante, amén de tratarse de una de las figuras más trascendentales de la gesta independentista cubana del final del siglo XIX, determinaron que el “misterio” del suceso de Dos Ríos fuera más allá de lo previsible.
Hacer mención a una serie interminable de hipótesis que pretenden explicar el porqué Martí cae en combate de esa insólita manera que ya todos conocemos, sería divagar, una vez más, sobre el más grande de los misterios martianos; algo que nada aportaría en un escrito que pretende recordar al autor de “Versos Libres” y no ahondar en lo que tantos autores han tratado. Al final se trata solo de hipótesis, cuyo paso a la teoría se dificultará siempre, toda vez que no resulta demostrable nada de lo que se ha dicho en torno a lo que hoy he preferido llamar un “misterio”.
Todo hombre que sale al campo de batalla es vulnerable de ser abatido. Ya lo expresó el héroe cubano en su carta dirigida a Manuel Mercado, desde el Campamento de Dos ríos, el 18 de mayo de 1895, a solo un día antes de partir hacia otras dimensiones: “ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber” (…) “Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento, ni me agriaría mi oscuridad”; idea que se pudiera interpretar como un presentimiento o visión futura de su destino final. Téngase presente que al día siguiente fue mortalmente herido.
No obstante, esto no demuestra per se que Martí supiera de manera premeditada lo que sucedería al día siguiente de la redacción de su carta, considerada su testamento político. De ahí que, no considero necesario especular más en torno al asunto del “misterio”: la grandeza del héroe de Dos Ríos es tal que no necesita ser adornada con elementos que nada aportan al tema de su muerte; pero sobre todas las cosas, que no resultan demostrables.
Entre las tantas especulaciones en torno al análisis de la muerte del más grande de los cubanos, se destaca, no por su solidez y posible veracidad, sino por la falta total de fundamentos que lo sostengan, la hipótesis de un posible suicidio. Algo que, además de absurdo, considero una total falta de respeto hacia la figura y el pensamiento del destacado político cubano. No obstante, el militar y escritor español José Miró Argenter, contemporáneo de Martí, afirmó: “Buscó él mismo la muerte (no cabe otra deducción dentro de la lógica humana), solicitado por la grandiosidad de su destino que le ofrecía aquella ocasión de alcanzar la inmortalidad, la primera que le brindaba la fortuna, creyendo que el acoso no iba a prestarle ninguna otra más propicia ni más memorable”.
José Martí no necesitaba asumir la muerte para alcanzar la inmortalidad, en el sentido en que José Miró Argenter, quien a pesar de su origen español luchó en el ejército libertador de Cuba, quiso explicar. Se trata de una inmortalidad en un sentido metafórico, esto es, pasar a la posteridad, trascender las barrearas del tiempo y las fronteras a partir de una acción que resaltara la imagen martiana. No es precisamente la inmortalidad vista desde el punto de vista filosófico o religioso, como supervivencia de los principios espirituales del hombre, al menos, es lo que parece, si se analiza la referencia anterior.
José Martí hubiera trascendido, como en efecto ha ocurrido, por sus grandes méritos y virtudes, no solamente como el genial político teórico, capaz de unir a cientos de cubanos dispersos por diferentes partes del mundo, principalmente en los Estados Unidos de América, para retomar la lucha iniciada y concretar la gesta independentista de 1895; sino como el elocuente orador que hacía vibrar a quienes le escuchaban, como el certero periodista que hacía un derroche de elegancia estilística en el lenguaje, como el escritor ejemplar que se anticipó con su poesía a los escritores modernistas, como el ensayista extraordinario capaz de adentrarse en temas tan disímiles como la música, la pintura, la historia y la filosofía.
El historiador Leonardo Griñán Peralta, en total desacuerdo con la absurda idea del suicidio precisó: “No hay razón valedera para demostrar que su muerte en Dos Ríos tuvo caracteres de suicidio. No hay gran político que, conscientemente, quiera morir al acabar de pronunciar solemnemente estas palabras: “yo evoqué la guerra; mi responsabilidad comienza con ella en vez de acabar” (…) “En aquellos momentos morir era fracasar y no hay líder político a quien no horrorice cuanto pueda posibilitar el fracaso del ideal al que ha consagrado su vida. El éxito de la causa que defiende le importa más que la gloria de su muerte bella. Y si en aquel momento pudo aparecer bella la muerte, es imposible que le haya parecido oportuna”; algo que coincide con las valoraciones del intelectual cubano Jorge Mañach, una de las figuras de la primera mitad del pasado siglo XX que más conoció y analizó con certeza el pensamiento del Apóstol.
Imagen de la fachada de la casa donde vivió José Martí en Zaragoza, España, donde se le recuerda y se siguen publicando ensayos y textos sobre la figura más trascendental de Cuba.
De cualquier manera, independientemente de que, como ya he expresado antes, la idea de lo mítico en torno a la muerte de Martí no admite fundamentaciones teóricas sólidas. Su caída en combate ha sido a través del tiempo un símbolo velado por un aura de misterio y de envoltura sacramental; algo que, al parecer, prevalecerá prevalecerá reforzando la idea de lo mítico en la figura del autor de Versos Libres. Se trata de pues, de su justa permanencia indescifrada, como bien resumió el escritor cubano José Lezama Lima. Para Lezama, un apasionado por la imagen martiana, vista en la plenitud de ese misterio que le han ofrecido muchos a través del tiempo, José Martí “fue para todos nosotros la última casa del Alibi”, o sea, de lo trascendental desde el punto de vista religioso. Idea que reitera en su obra ensayística, donde la figura de su paradigma como hombre se hace reiterativa.
En su análisis Secularidad en José Martí precisa: “Sorprende en su primera secularidad la viviente fertilidad de su fuerza como impulsión histórica, capaz de saltar las insuficiencias toscas de lo inmediato, para avizorarnos las cúpulas de los nuevos actos nacientes”, dejando a un lado la idea mística y mítica que abordó en su poema La Casa del Alibi, para ofrecernos ahora un Martí más cercano a lo terrenal, representado en esa fuerza como impulsión histórica.
Sin embargo, el autor de Paradiso no puede desprenderse del todo de la concepción del misterio martiano y retoma la figura cimera de la patria como símbolo del optimismo y la inspiración: “Tomará nueva carne cuando llegue el día de la desesperación y de la justa pobreza”, acudiendo al mensaje de Lezama. José Martí más que una inspiración, es una necesidad espiritual, fuente necesaria a la que se acude de manera cíclica, cuando sentimos que nos vamos extinguiendo y se desvanece nuestra fe y nuestra esperanza. Entonces el hombre divino renace: “tomará nueva carne” como una “necesidad en nosotros de justificar el surgimiento de su germen, como si lo igualáramos a la semilla que necesita de su Tierra”.
Estas sabias palabras de Lezama Lima, escritas hace siete décadas, adquieren un valor extraordinario en el presente. José Martí representa esa semilla, que cual germen eterno, se hace cada vez más necesario en su tierra, en su patria; una patria que se desmorona en pedazos como resultado del deterioro progresivo causado por los efectos devastadores de una de las dictaduras más destructivas del mundo. En medio de la terrible desesperación y pobreza, asumiendo las palabras de Lezama en su ensayo Secularidad en José Martí, es necesario un Martí que tome “nueva carne” y sea capaz de unir a los cubanos para enfrentar la justa lucha que derrote, de una vez y por todas, al régimen castrista.
Con o sin “misterio”, lo cierto es que la muerte del más colosal de los cubanos sorprendió a todos. Algunos se negaron a creer la triste noticia, otros lo pusieron en duda, otros lo desmintieron y hasta se recoge en la amplia bibliografía sobre el tema que una banda de música tocó para festejar, a modo de negación, lo improbable de su muerte. En España, donde Martí pasó cuatro años de su vida mientras cursaba las carreras de Derecho y Filosofía y Letras, entre 1871 y 1874, durante su primera deportación política, su muerte fue motivo de grandes especulaciones. Una reciente publicación de la Universidad de “La Rioja” hace mención a los hechos de Dos Ríos en un ensayo titulado: La muerte de José Martí: un debate historiográfico. En dicho escrito se cita al capitán español Antonio Serra Ortiz, quien, en un libro de memorias publicado en 1906, durante uno de sus destinos militares en las Islas Canarias, afirmó:
«Como a la media hora cesó el fuego y el capitán Satué, ayudante del Coronel, me dijo»: —« ¿A qué no adivinas a quien hemos matado?» —«A Máximo Gómez, contesté». —«Cerca le andas; ¡a Martí!». —« ¡Imposible! Contesté». —«Pues no te quepa duda; le he visto y reconocido». —«Pues me alegro que caigan pájaros gordos; no siempre han de ser los muertos esos héroes anónimos que son los que verdaderamente se baten». «Más tarde vi el cadáver y como le conocía personalmente, fácil fue reconocerle también». «Entonces, me dije»: —« ¡Pero señor! ¿Por qué se batía Martí en vanguardia? ¿Es posible que un futuro Presidente de la República Cubana, se bata como un guerrillero? ¡Aquí hay misterio y conviene desenredar la madeja de la insurrección por dentro!».
Lo que demuestra que la idea en torno al “misterio” de su muerte estuvo presente desde siempre. Téngase prsente que estamos ante testigos presenciales del suceso del 19 de mayo de 1895. Luego siguieron las múltiples hipótesis, las que definitivamente, no aportan nada objetivo; aunque si contribuyen a mantener el espíritu de la investigación en relación con el líder de la Guerra de 1895, de la que fue, sin duda, su gestor, organizador y teórico por excelencia.
Y es por el hecho de haber sido un gran teórico, inmerso en las más grandes abstracciones, que no tuviera una visión práctica acerca de las estrategias convenientes para poder eludir, o al menos, atenuar el gran riesgo que se tiene cuando se lucha directamente en el campo de batalla. No hay tal misterio, aunque si es un hecho real de que en hombres como el no es verdad la muerte.
No puede haber misterio en un ser que se entregó por entero a la lucha por su amada patria, en un ser donde el deber adquirió un significado cuasi sacramental: “En la tierra, el único placer es el cumplimiento del deber: la única fuerza enérgica el amor. De aquel hasta las penas son placeres. De éste hasta los dolores son impulsos: en bien o en mal ciertamente: ¡dichoso el que ama a aquella de quien es amado! Porque ni el amor basta ni el cumplimiento del deber basta.”
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