?Cuánto nos cuesta Liz Cuesta? Por Ernesto Pérez Chang Cubanet 21 de mayo de 2024
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LA HABANA, Cuba. – Después de haber asumido el poder en abril de 2018, Miguel Díaz-Canel realizó su primera visita oficial al extranjero como “presidente” de Cuba el 30 de mayo. Había elegido a Caracas, el aliado incondicional, como su primer destino en un año cargado de viajes por el mundo donde, en apenas siete meses en el cargo, había abarcado el número de 11 países, entre ellos Jamaica (en julio); Estados Unidos (en septiembre); Francia (en octubre); Rusia, Corea del Norte, China, Vietnam, Reino Unido (en noviembre) y México (en diciembre), donde ya es un habitual con al menos cinco encuentros oficiales hasta la fecha.
El 2019 fue más o menos intenso: Irlanda, Rusia (donde ya es otro habitual), Bielorrusia, Azerbaiyán, Argentina y nuevamente México, pero a partir de 2020 y hasta el presente ha sido el desenfreno total, acumulando como promedio más de 20 visitas al extranjero por año, todas con delegaciones numerosas, de más de un centenar de integrantes entre ministros, altos funcionarios del Gobierno, asistentes personales, efectivos de seguridad, periodistas y otros acompañantes “oficiales”, “semioficiales” y “no oficiales”, estos últimos entre los que debiera contarse a Lis Cuesta, ya que el propio Díaz-Canel la ha identificado como “una esposa que trabaja” y no como “primera dama”, un título inexistente en Cuba y que él mismo ha rechazado públicamente en más de una ocasión.
En tal sentido, es muy pertinente preguntar no solo por qué es incluida en las delegaciones oficiales donde apenas representa un papel “decorativo”, es decir, prescindible, y además, si los fondos usados para financiar sus viajes y actividades —incluida toda la logística asociada a estos— provienen del mismo lugar “carente de liquidez”, “bloqueado” y “golpeado por la inflación” que, al parecer, es el mismo de donde salen los fondos destinados a los viajes del gobernante, es decir, del presupuesto del Estado.
Una pregunta más que retórica en tanto sabemos que no hay otro origen que no sea las mismas instituciones del régimen a las que corresponde atender tales cuestiones, pero una pregunta que cualesquiera sean las respuestas que recibamos —incluidos el silencio y la mentira— terminará revelando no solo las profundas contradicciones del discurso de los comunistas (en su relación con lo que ellos mismos llaman “modelos burgueses”), sino también la hipocresía que esconden los reiterados llamados a la “austeridad” de los “cuadros de dirección” (incluso la firma de “juramentos”).
A Lis Cuesta —la “esposa que trabaja” como funcionaria del Ministerio de Cultura y por cuyo empleo habría de recibir, por nómina, un salario estatal que, de acuerdo con las leyes vigentes, ha de corresponderse con las horas de trabajo realizadas en sus funciones laborales— la hemos visto no solo descender del avión junto al “presidente” cubano sino, además, asistir a las ceremonias y reuniones oficiales, recibiendo honores al más alto nivel, así como en sus “tiempos de ocio” cenando junto al “dictador de su corazón” en un famoso restaurante de Roma (en junio de 2023) o de compras en un centro comercial de Granada, durante una visita oficial al país caribeño en diciembre de 2022.
También la hemos visto luciendo carteras Hermes, zapatos Ferragamo y relojes Cartier que, aunque algunos han dicho —no con más pruebas que unas palabras contra las otras—, que son “copias chinas” y que varias de las fotos y noticias han sido montajes y fake news, lo cierto es que por los “canales oficiales de la Presidencia”, en los perfiles personales de los “difamados”, o por alguno de los shows de TV donde nos han prometido “rasgar la costura de la manipulación mediática”, jamás ha salido un vocero a desmentir o presentar pruebas de inocencia.
Y es que aun siendo bolsos plagiados y joyas falsas, muy poco de lo que llevan encima son productos fabricados en Cuba, de modo que las actitudes de quienes los usan no dejan de ser contradictorias e hipócritas, no solo porque pregonan reiteradamente en las redes sociales sus “principios comunistas” sino que, por demás, no practican aquello que predican cuando hablan de “sustituir importaciones” y de estimular las producciones nacionales, los emprendimientos individuales y hasta la “empresa estatal socialista”.
¡Con la marea de zapatos, ropas y accesorios artesanales que, con productos reciclados, con retazos, producen las “industrias locales” y los talleres de costura de la FMC solo para terminar “comercializándose” los domingos en una “actividad del CDR”, del “círculo de abuelos”, en una venta de garaje o en las “Ferias de Productos Ociosos” del MINCIN cuando bien pudieran calzar y vestir a las tantas delegaciones de comunistas “austeros”! Es cierto que con tanto parche, tejido a crochet y sandalias de trapo no lucirían nada Armani, nada Chanel, pero sí consecuentes, creíbles, con sus cantaletas sobre el “bloqueo” y la “falta de liquidez”.
Pero Lis Cuesta, la no “primera dama” que cuando viaja al extranjero con su marido entonces lo haría como funcionaria que abandona su trabajo, que pone en pausa o transfiere a un subordinado sus responsabilidades como directivo dentro de un ministerio —¿y para qué hablar de la parte del salario que debieran descontarle por “ausencias reiteradas”?—, no viste ni calza “de artesano”, así como suponemos que su cocinero personal —que también forma parte de la delegación oficial— no cargue en el equipaje ni “picadillo MDM” o croquetas PRODAL, ni siquiera el “producto chícharo” sino aquellas otras cositas ricas que solo se ven en los festivales culinarios y eventos de cocina (solo para extranjeros e invitados) que organiza la que, siendo apenas una “esposa que trabaja”, quizás ha olvidado el infierno que significa, en el argot de los coleros, “organizar una cola” para comprar pollo o salchichas.
Así, atrapada entre el guardarropas caro y el descaro de representar un papel decorativo en una delegación supuestamente “de trabajo”, donde “figurar” estaría de más (en tanto la presencia de la esposa, como figura anexa al gobernante, supondría al menos el doble de gastos de lo que habría de costar que este viajara solo, apenas con los funcionarios imprescindibles), Lis Cuesta “la viajera” representa para los cubanos, en medio de la actual crisis, una carga onerosa y, además, una figura “política” fuera de lugar dentro de la propia ideología comunista que, más allá de la connotación sexista, y de reforzar actitudes heteronormativas, debiera resultar ofensiva por su carácter de privilegio, más cuando a otros funcionarios se les prohíbe —por cuestiones de “austeridad” y hasta de “seguridad” (vamos, como chantaje)— viajar acompañados de sus “esposas que trabajan” o de algunos de sus familiares.
En cualquier contexto, que un mandatario acompañado de una delegación viaje al extranjero en visita oficial representa un gasto que, en el más “austero” de los casos, demanda de grandes recursos.
En los países verdaderamente democráticos, tanto la opinión pública como el resto de los poderes que conforman el gobierno analizan y evalúan minuciosamente, sobre todo en cuanto a la relación costo-beneficio, y sobre esa base aprueban o desaprueban no solo la realización y propósitos de estos sino la composición de las delegaciones.
En países donde existe algún grado mayor o menor de transparencia informativa o donde al menos la prensa tiene algún tipo de acceso a la información sobre los gastos y gestiones de los servidores públicos, son frecuentes, comunes, los artículos periodísticos donde se ponen bajo la lupa los viajes de las principales figuras del gobierno puesto que, además de ser extremadamente costosos y, por ende, una carga para el erario público, son una de las principales ventanas a la corrupción por las que con solo observar un pedazo se logra intuir todo el paisaje, incluso lo que pudiera haber más allá.
En Cuba, donde tan solo exigir transparencia al régimen pudiera poner a los periodistas (independientes u oficialistas) tras las rejas, apenas podemos valernos de la observación para hacernos una idea de cuánto nos cuestan unos “viajes presidenciales” que, al incluir a la sonriente y “emperifollada” esposa que trabaja, se parecen más a vacaciones, a sucesivas e interminables lunas de miel.
Y si, promediando los costos de cualquier viaje de cualquier otro mandatario de América Latina o del Caribe, agregáramos además a esas decenas de miles de dólares los otros miles que, de acuerdo con el propio discurso del régimen, resultan de los “obstáculos financieros que impone el bloqueo”, la cuenta final sería de las más altas en todo el orbe, puesto que según esa propia lógica, no hay medicinas ni alimentos de primera necesidad porque en el mercado internacional a Cuba, como consecuencia del embargo, le cuesta más importarlas que a cualquier otro país.
¿Y qué pasa entonces con la importación de zapatos, carteras, relojes, trajes y corbatas con fines de paseo? ¿Pagan por ellos el doble, el triple o tan solo el precio que aparece en Amazon? ¿Por qué, si en realidad —como alegan algunos por ahí, sin fundamento— fuesen “regalos” cosechados durante los viajes, no se les da mejor destino subastándolos públicamente así como se subastan cajas de tabaco en el Festival del Habano, dicen que para financiar un sistema de salud que, paradójicamente, en los últimos años ha recibido menos dinero del presupuesto del Estado que las inversiones hoteleras para el turismo internacional?
Suponiendo que tanto el gasto de arrendamiento de las aeronaves (con el combustible que usan), los alojamientos y la alimentación de la amplia comitiva de Díaz-Canel en la mayoría de los casos hayan corrido por cuenta de gobiernos aliados y anfitriones, ¿también habría que suponer que tales bondades se extendieron a cuestiones como el ropero y la despensa de la “esposa que trabaja”?
Al parecer, no encontraremos las respuestas en cifras verificables por el momento, no mientras preguntar a los dictadores cubanos sea una “tarea asignada” a Ignacio Ramonet (que no se atrevería a tanto por tal de conservar sus “privilegios” en la Isla) o, en su defecto, a cualquiera de esos “periodiquitas” que, como parte de la “comitiva viajera”, no se arriesgarían a perder ese viajecito que parece regalado, pero que en realidad les cuesta “portarse bien”.
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