"LA SOLEDAD DE SOLEDAD CRUZ" Por: Iliana Curra
Apenas la recordaba, pero acabo de leer su columna, “El revolucionario riesgo de la verdad”, donde reconoce: “sucede que en el periódico, al que estoy vinculada desde el año 70 no puedo hacerla pública porque entre las taras estalinistas de las cuales no ha podido librarse el socialismo cubano está el mantenimiento de un periodismo al margen de la dinámica de la vida”. Y aquí resume la total carencia de libertad de expresión en un sistema que siempre ha defendido por ser una acérrima comunista pero que, al parecer, está entendiendo que será imposible mantener a fuerza de la misma represión de siempre.
Soledad Cruz ya no es embajadora ante la UNESCO, tampoco es la estrella que pudo ser en un tiempo donde, por cierto, todo estaba igual… o parecido, y no exigió cambios. Quizás alguna que otra pequeña polémica para llamar la atención, pero firme en sus posiciones castro-comunistas de siempre, incluyendo sus íntimas relaciones con ciertos personajes siniestros del régimen que la ayudaron a elevarse por encima de la media.
Ahora Soledad está sola. Se hunde en su propio nombre. O quizás está tendiendo una de sus trampas castristas para aparentar una dinámica típica de los que razonan. Pudiera ser también que se ha dado cuenta que el sistema no da más y el barco llamado revolución naufraga en profundas aguas. No sé, únicamente ella lo sabe.
Soledad Cruz habla de “problemas internos”, de “niveles de inconformidad” y que “la mayoría de la población quiere salvar la revolución”. Hace un análisis a lo comunista, sin salirse de la raya que pudiera llevarla al paredón moral de los que se atreven a opinar libremente. Y para eso se escuda diciendo que “la mayoría inteligente sabe que no puede esperar nada mejor del capitalismo y mucho menos de los Estados Unidos”, y para reafirmar su fundamentalismo dice “o de los atorrantes de Miami”, sin tener en cuenta, incluso, que algunos de esos atorrantes la han tomado como alguien digna y capaz de pedir cambios en un sistema que los hace iguales, aunque ellos estén de este lado, pues desde aquí utilizan la libertad de este país para defender la tiranía y realizar sutiles campañas de descrédito contra la nación que le abrió las puertas. Son lobos de la misma camada.
También ahora Soledad habla de permisos de salida, compras de cartas de invitación para viajar al extranjero y del regreso obligado a los once meses, como métodos de presión a los cubanos, mientras justifica esos mismos métodos contra los “burgueses” y los “contrarrevolucionarios” para entrar en el tema que algunos voceros del régimen castrista han tomado como bandera para exigir en los Estados Unidos lo que en Cuba no fueron capaces. Y es cuando llega al tema de “las nuevas generaciones” y de los “emigrantes económicos”, quienes salen a “buscar algún dinero” y luego regresan a Cuba “a gastarlo con su familia”, negocio redondo para una tiranía que no permite la libre empresa a los cubanos, pero sí que vengan al “imperio” a buscar el dinero “maldito” llamado dólar.
¿Acaso a Soledad no le han permitido viajar últimamente por alguna vaga sospecha de sus camaradas? ¿Quizás todo esto sea por resentimientos personales?
Pero Soledad sigue hablando de leyes irracionales en Cuba, de propiedades compradas que tienen que volver a pagarse si los dueños se quedaron, que así mismo pasa con los autos, de que nada es verdaderamente tuyo, y de todo el caos que se llama comunismo, pero que ella solamente ve la parte que le interesa y que puede darse el lujo de escribir en un panfleto de manera casi clandestina, obviando los verdaderos horrores de ese sistema, como fueron los fusilamientos masivos, los encarcelamientos a cientos de miles de cubanos, los crímenes en alta mar, el adoctrinamiento en las escuelas, y el apartheid contra los nativos que existe en la isla. Pero claro, el asunto es que Soledad es parte de ese aparato demoledor que ella llama “socialismo”, pero que su nombre exacto es: tiranía.
El aparente resentimiento contra el no poder “llevar en el auto a extranjeros”, así como recibir “una multa de 1,500 pesos” por hacerlo, ni que “se pueden hospedar a los amigos que nacieron en otros lares en la casa”, me da la impresión de que sus amiguitos extranjeros, los cuales conoció en su etapa de embajadora en Europa, ahora son víctimas del mismo sistema que siempre ha defendido, y para eso recalca: “no todos los ciudadanos son iguales, ni todos hacen negocios turbios y es muy lamentable que quien te brinda hospitalidad en su país no pueda ser reciprocado”. Está claro que le pisaron el callo. No hay mucho que comentar al respecto.
Y pasa a un punto crítico cuando dice que: “la lucha contra la prostitución está llevando a frustrar las relaciones verdaderas entre nacionales y extranjeros”. Como en cualquier parte del mundo, aquí se enamoran las gentes de cualquier parte y se hacen amigos también”. Pero no reconoce la galopante prostitución, ahora conocida como “jineterismo”, en un sistema que se implantó para acabarla supuestamente, para barrer con los barrios de prostitutas, mientras que ahora están dispersas por toda la isla, muchas de ellas tratando de escapar del paraíso que tanto ha defendido esta periodista.
En fin, Soledad toca varios puntos neurálgicos de la destruida sociedad cubana, pero sin llegar al fondo del por qué, siempre dejando muy clara su posición “revolucionaria” para que no le cueste un viajecito a Villa Marista y luego otro a una prisión conocida como “Manto Negro”, donde pudiera ver desde cerca la realidad de una Cuba que ella desconoce, porque siempre ha vivido en las alturas de la tiranía y al margen de la verdad.
Sus comparaciones con los antiguos países socialistas de Europa del Este y sus economías caducas, así como su eterna culpa a Estados Unidos y “los desnaturalizados de Miami” la llevan siempre al callejón sin salida de aquellos que dicen criticar, pero no critican. Pasa un paño húmedo a un suelo enfangado y sucio intentando limpiarlo, pero ese suelo habría que levantarlo para poner losas nuevas.
Hoy Soledad parece que está sola, o intenta engañar a una opinión pública que lee con curiosidad un escrito lleno de doble moral y sutilezas porque, a estas alturas de la vida, a nadie engaña. Debiera ensayar de nuevo y, pedirle a los voceros de su régimen en Miami que, por favor, no la ayuden utilizándola como alguien capaz de entender que hay que hacer cambios, siempre dentro del sistema, pero cambios al fin. Eso la daña mucho y alerta a quienes pudieran engañarse creyendo que dice la verdad.
Es preferible que siga siendo parte de ese estalinismo al que siempre ha pertenecido y no se haga la revolucionaria que busca cambios para evitar el derrumbe. A fin de cuentas, la caída está en camino y ya no tiene tiempo para nada.
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